Populismo al vapor

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Imagen aérea de la construcción del estadio Arena da Baixada en Curitiba, Brasil, el 14 de diciembre de 2013. Los organizadores locales del Mundial dijeron el jueves. Foto EDH/ AP

Por Por Carlos Mayora Re*

2014-02-14 5:00:00

Es un plato muy popular en América Latina. A veces se le llama peronismo, en honor a uno de sus principales creadores, o socialismo del Siglo XXI (que de socialismo poco tiene). Suele aderezarse con una fuerte dosis de anti imperialismo y servirse en una salsa de odio de clase al gusto. Se presenta siempre con una guarnición de justicia social, y el chef suele tener una cierta aura de salvador de la patria y/o paladín de los desprotegidos.

Para hacer un populismo que se precie, es necesario disponer adecuadamente los ingredientes: desigualdad social pronunciada, principalmente en la repartición de la riqueza y posesión de los medios de producción; población con mentalidad dócil y obediencia ciega a consignas y frases hechas (para lo cual es de suma utilidad contar con un poderoso sistema de propaganda), posibilidad real de poder manejar la política monetaria (pomposo nombre que se da cuando el gobierno tiene la manija de fabricar billetes), ceguera y ambición por parte de quienes han poseído por generaciones los medios de producción, escasez de auténticos líderes, políticos cínicos, y un sistema democrático exclusivamente volcado a las elecciones, con escasa o nula representatividad más allá de algún partido de cascarón mostrenco, nulo contenido y ausencia de líderes.

Primeramente debe instaurarse un sistema de asistencialismo social. Capilar y bien organizado. Subsidios generalizados, dádivas y prebendas que inexorablemente terminan en clientelismo y monopolio de la bandera de prestaciones sociales por parte del aparato estatal.

Simultáneamente es importante engrosar hasta lo imposible el número de empleados públicos, que suelen ser contratados más por su identificación ideológica que por su capacidad laboral. Por cada nuevo colaborador, el gobierno de turno se asegura indefectiblemente su voto y el de sus familiares.

Cuando se tiene una capa firme y tupida de paternalismo estatal, se cuenta ya con una siembra de votos abundante, y sólo resta esperar a que la gente se acostumbre a extender la mano para recibir su ración. Los ciudadanos se confunden con respecto a sus derechos, y nunca son conscientes de que también tienen deberes para con el Estado. En ese momento se agrega un referéndum o consulta popular, para enrumbar lo que se pueda haber torcido.

Para dar una imagen de preocupación por los más necesitados es muy importante aumentar los salarios y prestaciones sociales, pues la gente aprecia tener dinero en la mano, y con eso se evita, además, que se fijen demasiado en la calidad de los servicios estatales: educación, salud y seguridad, principalmente.

Si no se puede imprimir dinero se recurre a préstamos, pues a este punto la economía es incapaz de cubrir el déficit fiscal.

A través del control de los medios de comunicación, se asegura que sólo tengan voz los periodistas que respiran con el régimen, y se procura que los gobernantes actúen profusamente en ellos. Si hay que mentir se miente, no en balde los populistas consideran –lo heredan de los marxistas– la verdad como una mentira muy útil par alcanzar sus objetivos de poder.

La descalificación del contrario debe estar a la orden del día. No vale la pena combatir ideas con ideas, sino que lo importante es dejarlo en ridículo, restarle credibilidad y acusarle con auténticas patrañas. Así se logra anularlo y producir espesas cortinas de humo que encubren los propios puntos débiles o incongruencias.

En sus primeras fases el populismo es de cocimiento lento y trabajoso, pero a medida se avanza en su elaboración, los tiempos se reducen y llega un momento en que es prácticamente imposible detener su avance.

El producto es un plato muy atractivo a los ojos, pero indigesto y con consecuencias fatales en el mediano plazo para quienes lo ingieran despreocupadamente.

*Columnista de El Diario de Hoy.

@carlosmayorare