La mujer como socia y protagonista del desarrollo

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elsalvador.com

Por Por William Pleitez*

2014-02-24 5:00:00

El paradigma del desarrollo humano aboga por que todas las personas de una sociedad tengan igual oportunidad de alcanzar el bienestar. Es decir, que disfruten de las mismas oportunidades de concebir e ir tras un proyecto de vida que les parezca valioso desde la perspectiva personal y que sea consistente con la pertenencia de estas personas a un colectivo. Existen dos apuestas cruciales para hacerlo posible: la inversión oportuna en el despliegue de las capacidades de las personas y la equidad de género, entendida como el conjunto de acciones tendientes al logro de la plena igualdad de la mujer y el hombre en las distintas esferas de la sociedad.

Los países nórdicos entendieron esto muy pronto y, a partir de la segunda mitad del siglo pasado, pasaron de ser los más pobres de Europa a los de mayor desarrollo humano a nivel mundial.

Al reconocer que su principal riqueza estaba en su gente, países como Suecia, Noruega, Dinamarca, Finlandia e Islandia apostaron por un cambio drástico de prioridades en la orientación de las políticas públicas, guiándolas de acuerdo a la rentabilidad de las inversiones, pero desde una perspectiva de largo plazo. Ello se tradujo en un flujo creciente de recursos del Estado para atender oportunamente a las mujeres embarazadas y a los niños y niñas en edad preescolar, así como a mayores inversiones sociales que les han permitido contar ahora con los sistemas públicos de salud y educación de mayor cobertura y mejor calidad en el mundo.

Este cambio de prioridades fue complementado con una revalorización radical del papel de la mujer en el desarrollo. En primer lugar, porque los talentos y capacidades de las personas no hacen ninguna distinción de sexo. Lo confirma la directora general de Igualdad de Noruega, Arnie Hole: “La igualdad tiene un componente moral, pero el principal motivo es económico. Una economía moderna y competitiva necesita las mejores cabezas y manos sin mirar de qué raza o sexo son. No podemos permitirnos el lujo de perder los mejores talentos. Ninguna mujer debería ser forzada a elegir entre su familia y su carrera”. En segundo lugar, sus líderes percibieron oportunamente que el mundo se estaba encaminando hacia la progresiva desaparición del modelo en el que sólo el hombre trabajaba en actividades que generaban ingresos y sólo la mujer cuidaba. Y en tercer lugar, porque para hacer efectiva la expansión en cobertura y calidad de los programas de atención infantil y de los sistemas de educación y salud, era indispensable la creciente inserción laboral de las mujeres.

Actualmente en esos países las mujeres reportan una tasa de participación laboral de alrededor del 80% (en su mayoría a tiempo pleno y con trabajo decente), representan casi la mitad de la población trabajadora, registran menores tasas de desempleo y han reducido al mínimo las brechas tanto en educación como en ingresos.

Estos datos contrastan con los de El Salvador, donde si bien la importancia de la equidad de género para el desarrollo ha venido ganando terreno, todavía las brechas de participación en los diferentes ámbitos continúan siendo considerables. En el ámbito económico, por ejemplo, las mujeres reportan una tasa de participación de apenas 48% (frente al 81% de los hombres), tres cuartas partes de ellas laboran en el sector informal, perciben además alrededor de 20% menos de ingresos que los hombres con igual nivel de educación y participan tres veces más que los hombres en trabajos domésticos no remunerados. Más alarmante aún, es el hecho que del total de propietarios de tierras agrícolas sólo un 18% son mujeres.

Aprovechando que está por iniciarse una nueva administración presidencial, una recomendación valiosa para enrumbar al país hacia niveles altos de desarrollo humano, por lo tanto, sería apostarle a la expansión y aprovechamiento de las capacidades de las mujeres en las diferentes esferas de la sociedad, con el objeto de eliminar las brechas de género. Una primera señal de ello sería un compromiso decidido por la universalización de los sistemas de cuido (atención preescolar, enfermos y adultos mayores) y de una educación pública libre de sexismo, bilingüe y de calidad que alcance al menos hasta el bachillerato. Esto, además de que contribuiría al desarrollo cognitivo de los niños y niñas, ampliaría sustancialmente las oportunidades de trabajo remunerado para las mujeres, ya que los servicios de cuidado y educación infantil constituyen uno de sus principales nichos de empleo.

*Economista Jefe PNUD.