Instrucciones para vivir en el gueto

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Foto de Eric Palante el pasado 4 de enero. Foto EDH / AP

Por Por Carlos Alberto Montaner*

2014-01-10 6:01:00

Doce de cada cien residentes en Estados Unidos son de origen hispano. De acuerdo con su población esa comunidad forma el cuarto “país” iberoamericano, sólo superado por México, Argentina y Colombia. El PIB per cápita anual, no obstante, es el más alto: unos 15 mil dólares. Los argentinos -los latinoamericanos más ricos- andan por los 10 mil. Debido a la inmigración y a la mayor tasa de fertilidad (un 30 por ciento más alta que la media nacional), próximamente desplazarán a los negros, convirtiéndose en la mayor minoría dentro de ese país. Hoy son unos treinta millones de hispanos mal contados. En el 2050, cuando la población total de la nación se acerque a los 400 millones, serán casi 100, el 80% de ellos de origen mexicano, mientras los negros serán algo más de 50, los anglos 200 y el resto asiáticos, nativos y otras criaturas de más difícil clasificación según la caprichosa antropología del U.S. Census Bureau.

Dentro de esa categoría de “hispanos”, los que exhiben mayores ingresos son los cubanos. ¿Por qué? Esencialmente, porque son notablemente emprendedores: sólo constituyen el 6% de los hispanos, pero han creado el 10% de los negocios, más con una característica: facturan el doble como promedio. El dato de 1992 no debe haber variado sustancialmente, aunque los volúmenes deben ser considerablemente más altos: las 400 mil empresas mexicoamericanas ingresaban anualmente treinta mil millones de dólares; las 100 mil cubanas alcanzaban dieciséis mil millones. Con un elemento adicional: los cubanos actuaban básicamente en un Estado más pobre. Mientras el ingreso familiar de California es de 38 mil dólares, el de Florida es sólo 30 mil.

Cuando el contraste se establece entre los promedios generales y las familias de origen cubano, inmediatamente se percibe el éxito de esta pequeña minoría de la Florida: grosso modo, los cubanos y sus descendientes -un millón y medio dentro de un total de quince- mantienen cien mil del millón de empresas que posee el Estado, sus ingresos familiares están cercanos a la media, así como sus niveles de escolaridad o delitos. Ha sido, pues, un positivo grupo de inmigrantes, que ha contribuido al enriquecimiento del país anfitrión en una proporción mucho mayor de lo que ha costado absorberlos dentro de la sociedad norteamericana.

A pesar de ese cuadro, los cubanos acaban de descubrir una incómoda verdad: sus vecinos negros, anglos y un buen porcentaje de los propios hispanos, no los quieren demasiado. ¿Por qué? En primer término, porque no se conoce ninguna sociedad que ame a los miembros de otro grupo calificado como “diferente”. Los cubanos de Miami, o los de ningún sitio, tampoco aprecian a las demás comunidades, por muy próximas que les resulten culturalmente. En los años treinta, miles de negros caribeños fueron expulsados de Cuba, a veces por medio de la fuerza, y apenas hubo protestas por parte de los cubanos blancos (ni de los negros). Hubo, en cambio, una callada complacencia. El temor, el prejuicio y la sospecha frente al “otro” forman parte de la naturaleza humana. Un admirable sociólogo del siglo XX, Georg Simmel, incluso llegó a ver en esa hostilidad uno de los grandes cohesivos de la sociedad: las gentes se unen para odiar al otro, y, de paso, ese rechazo colectivo adquiere el valor positivo de unir a la tribu para un propósito común. Ese es el secreto de la asombrosa estabilidad de la atomizada sociedad hindú y su fragmentación en castas.

La división es lo que los mantiene unidos. Como en el poema de Borges a Buenos Aires, “no los une el amor, sino el espanto”.

Es así como hay que entender las manifestaciones anticubanas de anglos y negros (algunos) organizadas en Miami. Elián era el pretexto, y la defensa aguerrida de la señora Reno o de la bandera americana, una coartada racional para esconder una oscura motivación que casi nadie confiesa tener. La verdad profunda es que desde hacía mucho tiempo molestaba ese grupo con poder económico que había instalado un main stream o cultura dominante paralelo al tradicional de los anglos. Los extranjeros molestan si son pobres e insignificantes, pero molestan más si alcanzan un buen nivel económico y adquieren poder político. Por eso los manifestantes coreaban “si usted está en América, hable inglés o váyase”. Lo que estaban pidiendo era, “deje de ser diferente y compórtese como nosotros porque nos irritan las personas distintas”, algo perfectamente predecible en tal vez la única ciudad de Estados Unidos donde en ciertos lugares un estadounidense anglo o negro puede experimentar la sensación de ser un extraño rodeado de sonidos, olores o idiomas que le resultan poco familiares.

¿Qué deben hacer los cubanos -y todos los hispanos- ante el hecho de que viven en el seno de una sociedad que no los aprecia porque el estereotipo que padecen es muy negativo? Deben aprender de los judíos: la única forma de preservar los rasgos propios y, al mismo tiempo, prevalecer como minoría respetada es estudiar mucho más y esforzarse mucho más que los grupos dominantes. Ser estadísticamente más exitosos que ellos de acuerdo con las propias categorías del grupo. Ser miembro de una minoría detestada es padecer una especie de minusvalía social que sólo se compensa con un extraordinario es- fuerzo. A principios de siglo se tenía a los judíos por una minoría de campesinos analfabetos. Entonces era más fácil ser antisemita. Hoy constituyen el mejor segmento de la sociedad. El más constructivo. Y eso hay que explicárselo muy bien y muy persuasivamente a cualquier niño perteneciente a una etnia minoritaria que se desarrolle en una sociedad en la que su cultura no es apreciada: “tienes que ser más perseverante y luchar más, porque es la única forma de vencer los prejuicios de los grupos dominantes”. Y a eso, además, hay que añadirle mecanismos de defensa legal semejantes a la Liga contra la difamación, que muy certeramente mantienen los judíos, hasta conseguir que el insulto a los cubanos -o a los puertorriqueños, o a los colombianos- sea tan “políticamente incorrecto” como burlarse o denostar a los homosexuales o a los inválidos. Cuando los cubanos sean más educados y poderosos, como los judíos, por ejemplo, tampoco los van a querer, pero los demás se abstendrán de atacarlos. Y ese es el objetivo. (Firmas Press).*El autor es periodista y escritor. Su último libro es la novela La mujer del coronel.