¡Qué bonita vecindad!

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Matías Pasarelli en plena disputa del balón en un encuentro frente a Dragón. Foto EDH/Archivo

Por Por Guillermo Miranda Cuestas*

2013-12-12 6:01:00

Al igual que en la vecindad creada por el humorista Roberto Gómez Bolaños, el vecindario de América Latina presenta buenas y malas lecciones a considerar. Seguramente el Chavo del 8 podría replicar las malas prácticas que llevaron a don Ramón a su permanente insolvencia; o bien, escuchar los buenos consejos de doña Florinda y responsabilizarse de su futuro. En el caso de El Salvador, algunos de sus vecinos destacan por el crecimiento económico, mientras otros gritan ante el naufragio de sus instituciones.

En el primer grupo se encuentra la Alianza del Pacífico conformada por Chile, Colombia, México y Perú desde 2011. En 2012, las economías de estos países crecieron un promedio del 5% y sus productos internos brutos sumaron el 35% de la región. No obstante el Mercado Común del Sur (MERCOSUR) liderado por Brasil e integrado por Argentina, Brasil, Uruguay, Paraguay, Bolivia y Venezuela aglutina una mayor población, su crecimiento económico ha sido relegado por debajo de la Alianza. Asimismo, los miembros del bloque han mostrado una política exterior pragmática y se han convertido en ejemplos en la consecución de acuerdos políticos complementados por las mejores prácticas de la democracia liberal y de la economía social de mercado. Chile está por convertirse en el primer país latinoamericano con un PIB per cápita equiparable al de un país desarrollado; Colombia ha enfrentado los obstáculos del conflicto armado y es modelo en consensos de competitividad; México hizo lo suyo con reformas políticas agresivas en los noventas y está por construir un decidido acuerdo en su política educativa y energética de grandes expectativas, y Perú, que patentó un pacto por la democracia al término del régimen de Fujimori, ha disfrutado de una bonanza económica sostenida en los últimos años.

En el segundo grupo se encuentra la Alianza Bolivariana para los Pueblos de Nuestra América (ALBA) compuesta por Venezuela, Cuba, Nicaragua, Bolivia y Ecuador, entre otros. La convulsión social, la concentración de poder, la inequidad en la contienda electoral, la politización de la justicia y las reelecciones de presidentes caudillistas dibujan el denominador común de estos países. De hecho, el control de precios, los saqueos a comercios y la violencia civil siguen trazando la historia de América Latina en el caso venezolano. Al respecto, cabe mencionar que Chile y Perú también cometieron estos atropellos y también aprendieron; ni los presidentes socialistas chilenos del Siglo XXI repitieron las medidas establecidas por Allende en los setenta, ni el expresidente peruano Alan García repitió las desastrosas políticas económicas de su primer período presidencial en los ochenta.

Algunos aprenden y otros siguen sin aprender. Por eso no es sorpresa que los países con mayor bienestar social y económico en Centroamérica –Costa Rica y Panamá– busquen adherirse a la Alianza del Pacífico. Tampoco es sorpresa que en 2009, cuando ARENA acusó al FMLN de querer impulsar un gobierno bajo la lógica del ALBA, este último apelara al recién electo Obama y al reelecto Lula como principales referentes para gobernar el país. Lo que sí sorprende es que a pocos meses de la elección presidencial, esta realidad regional aún no emerge en la campaña electoral; aunque algo se ha dicho en los planes de gobierno.

En el caso del FMLN, el crecimiento económico se concibe como una estrategia fundamental para superar la pobreza. Su plan se limita a proponer el ingreso al Petrocaribe –asociación exclusivamente de cooperación energética– y no hace mención alguna de la Alianza del Pacífico ni del ALBA. Por su parte y de manera muy escueta, ARENA plantea “explorar y establecer nuevos polos de comercio” como la Alianza del Pacífico. El primero debe responder cómo hará crecer la economía sin integrar a El Salvador a la región; mientras que el segundo debe explicar cómo impulsará las reformas institucionales que nunca fueron impulsadas durante sus administraciones –lo mismo aplica en cuanto a una política exterior pragmática y no ideologizada– y que caracterizan a los países de la Alianza. Y es que a pocos meses de la elección ya llegó el momento de dejar las descalificaciones, echar un vistazo a las buenas y malas prácticas de la vecindad y provocar el debate de altura que todavía no se escucha.

*Colaborador de El Diario de Hoy. @Guillermo_MC_