Pan sucio

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Alejandro Curbelo cuando fue presentado como técnico auxiliar de Carlos Jurado en 2008. Foto EDH/Archivo

Por Por Carlos Mayora Re*

2013-11-29 6:04:00

Siempre he pensado que las peores consecuencias de la corrupción no son las que produce ni en el tejido social, ni en las personas que se ven perjudicadas por los actos deshonestos, sino las que engendra en los corruptos mismos.

Hace unos días, una de esas personas que son referentes éticos a nivel mundial, comentando el texto del Evangelio que habla del empleado que amaña las cuentas de los bienes que administraba para quedar impune, decía: “¡Dios nos ha pedido llevar el pan a casa con nuestro trabajo honesto! Y este hombre, administrador, lo llevaba pero ¿cómo? ¡Daba de comer a sus hijos pan sucio! Y sus hijos, quizá educados en colegios caros, quizá crecidos en ambientes cultos, habían recibido de su padre suciedad como comida, porque su padre, llevando pan sucio a casa, ¡había perdido la dignidad”.

Habían recibido de su padre suciedad como comida… ¡qué palabras tan fuertes! Y tan verdaderas en estos tiempos en que todo vale para salirse cada uno con la suya, en los que con frecuencia se ve a los demás como peldaños en lugar de personas, escalones a quien no importa pisotear para encumbrarse, para tener más dinero o más poder. Tiempos complicados, en los que parece haberse diluido una de las ideas fundamentales –de esas que han hecho progresar la humanidad tan asombrosamente–, y que valdría la pena rescatar, un principio ético que el mismo autor citado glosa a continuación del texto transcrito: “la dignidad viene del trabajo digno, del trabajo honesto, del trabajo de cada día y no de esos caminos más fáciles que al final te lo quitan todo”.

La imagen del pan sucio es sugerente, y puede extenderse más allá del ámbito familiar para abarcar también el ambiente generalizado de corrupción que se respira en la vida pública. No sólo en el círculo de los políticos (que tienen mucho de esto), sino también en el de las relaciones laborales, en el del respeto por la autoridad, en el del culto a lo que en España llaman la cultura del “pelotazo”: una manera de hacer negocios de dudosa legalidad, con los que se gana mucho dinero de forma rápida y por la que un comerciante, un funcionario, un empresario se “solucionan la vida”, con frecuencia de modo poco ético… sin tener en cuenta que al final del día terminan con bastante más problemas que antes.

Como excusa no vale decir que a fin de cuentas estas personas que llevan a su casa pan sucio, hacen lo que todos… no. Hay muchos, muchísimos que se ganan el pan honestamente, que dan a sus hijos y a su familia alimento saludable, limpio, nutritivo. Digno. Porque lo que se obtiene honestamente no sólo se gana para comer, sino que hace de quien lo obtiene una persona verdaderamente digna, porque el trabajo honesto ennoblece, y esa misma nobleza se transmite a los hijos. Se transmite a la familia y a la sociedad entera.

No se puede dar de comer pan limpio con manos sucias. Es muy difícil alimentarse, recibir una educación, una cultura, un amor por la patria limpios si las manos que lo proveen están sucias. La corrupción se transmite porque es algo que transforma a quien actúa de manera sucia en una persona deshonesta, y como sólo damos lo que tenemos, como educamos más con lo que somos que con lo que decimos, una vez que alguien se degrada a sí mismo por la corrupción y el soborno, por el dinero mal habido, termina –aunque no lo quiera– por corromper también a quienes dependen de él o de ella.

*Columnista de El Diario de Hoy.

carlos@mayora.org