En busca del tiempo perdido, a cien años de irrumpir la historia

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El jugador de Nigeria, John Obi Mikel, centro, disputa un balón en un partido contra Etiopía por las eliminatorias de Africa el sábado, 16 de noviembre de 2013, en Calabar, Nigeria. Foto EDH/AP

Por Por Ricardo Chacón *

2013-11-16 6:06:00

Por el Camino de Swann, el primer paso de una majestuosa obra de siete volúmenes y más de tres mil páginas, es una novela, “En búsqueda del tiempo perdido”, del escritor francés Marcel Proust, entre finales del Siglo XIX y principios del XX, dividida en tres partes, con una factura innovadora y moderna, regada de interminables descripciones y evocaciones, que rastrea un laberinto de recuerdos desde la memoria involuntaria, según acuñó el autor, reseñada por Javier Albisu, quien hace una crónica sobre la siempre presente novedad de esta milimétrica obra que describe detalle a detalle la condición humana de los personajes de la época que viven una vida cotidiana, humana, como lo es cualquier vida cotidiana.

Como sé que muchos no conocen de qué estamos hablando, he tomado de aquí y de allá, además recordando viejos tiempos cuando, por “obligación” académica, tuve que pasar muchos días frente a esta obra, planteo a vuelo de pájaro de qué tratan las tres partes: la primera parte de esta novela que compone la serie “En busca del tiempo perdido”, usa como excusa de narración las dificultades de sueño de un niño, el protagonista, de cómo le duele en el alma saber que se irá a acostar sin el abrazo y el beso de su madre, cómo se desarrollan las visitas en su hogar mientras para él el día acaba, la ansiedad, el dolor ante su habitación vacía al final del día.

La segunda parte, titulada “Un amor de Swann”, cuenta los amores y desamores del señor Swann con Odette de Crécy, mujer de pasado y actualidad licenciosas, de la que se dicen muchas cosas a su paso, todo lo opuesto Swann, un hombre que busca posición y relaciones. La historia es el amor y el desamor desde la óptica de Swann hacia la joven sobre la que tanto se murmura.

Y el tercer volumen, “Nombre de tierras”: El nombre, nos devuelve a nuestro narrador principal, en su primer amor infantil al cual endiosa, tal como antes lo hacia Swann, a su pequeña amada, entre juegos y esperas. La niña objeto de su devoción no es más que la hija de Swann. Su madre, contra todo pronóstico, es Odette de Crécy. Al final de dicho volumen se encuentra una conclusión que hace el narrador sobre el cambio de los tiempos, desde el vestir de las mujeres que antaño lo enamoran, hasta las calles, los bosques, los paseos que ya no existen, los antiguos carros, el amoblado añoso, todo aquello que cuando pequeño le fue propio y tanto amó, todo aquello que ya no es sino el recuerdo y que lo deja a él solo para vivir en el pasado, como si quisiera reencontrar el tiempo perdido en sus propios recuerdos.

Dicen algunos autores que realmente en la segunda parte, Un amor de Swann, es lo mejor de lo mejor, además de ser una narrativa exquisita muestra los vínculos filosóficos de Proust con Henry Bergson y su estética, que se alimenta de las pinturas de Boticceli y de la música de Verleen o de Debussy.

Dicho en pocas palabras, vale la pena leer esta obra, de alguna manera explica lo que es el interior de este hombre al que nos llevará con el Ulises, de James Joyce, pilares de la literatura actual. Eso sí, cuesta leerlo, cuesta mucho porque de no poseerse la disciplina para la lectura por las minuciosas descripciones que por momentos pueden llevar al tedio y al cansancio, por no decir perderse en el mar de palabras y palabras escritas en los cientos y cientos de páginas.

He aquí dos puntos del porqué he querido traer el tema este día, además de sumarme a los cien años de la puesta en marcha de esta obra, por un lado, poco o nada se hace en nuestra querido país para que los alumnos, desde los primeros años de estudio, se adentren a la lectura para que después, cuando jóvenes en el colegio o la Universidad, puedan entrar a los mundos de la literatura universal y pasear por esos caminos que forman de veras la conciencia del individuo, y, por otra parte, la educación que implica una actividad que creo no se está haciendo en las aulas, mucho menos por las autoridades del Ramo: generar la disciplina, la entereza, la fuerza de voluntad para alcanzar el éxito, trabajo que requiere, por ejemplo, adentrarse en un autor que como Proust realiza minuciosas descripciones hasta el cansancio que a ratos desalientan la lectura, pero que una vez superado este tedio, se descubre la riqueza del ser, del hombre, del personaje interactuando con otros en un momento determinado. Esto forja el carácter tan poco cultivado por nuestra clase política alejada casi de toda disciplina educativa.

*Editor Jefe de El Diario de Hoy.

ricardo.chacon@eldiariodehoy.com