Cuatro trampas

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. FOTO EDH/Archivo

Por Por Carlos Mayora Re*

2013-11-08 5:00:00

Al reparar en los monótonos y repetitivos contenidos de buena parte de los recursos que los partidos políticos están utilizando en la campaña electoral, me acordé de una obra escrita por José Antonio Marina –filósofo contemporáneo español–, que lleva el sugestivo título de “La inteligencia fracasada”.

Para este escritor, las cuatro trampas principales en que la inteligencia puede caer a la hora de tratar de entender cómo es la realidad, son el prejuicio, la superstición, el dogmatismo y –a modo de compendio de las primeras tres–, el fanatismo.

Para Marina, sufrir un prejuicio es “estar absolutamente seguro de una cosa que no se sabe”, y se manifiesta por “seleccionar la información de tal manera que el sujeto sólo percibe aquellos datos que corroboran su creencia, con lo que se inmuniza contra toda posible crítica”. Lo cierto es que al leer lo que algunos candidatos publican en sus cuentas de Twitter, de la repetición incansable de las mismas (pocas) ideas con que presentan sus promesas en cuanta ocasión les es posible, y sobre todo, al ver la manera en que reaccionan a las críticas; la etiqueta de “prejuicio” resulta bastante útil para explicarse mal y rápido algunos de los mecanismos intelectuales que utilizan.

Ya puestos, y leyendo la descripción de la superstición que nuestro autor hace: “la supervivencia de una creencia muerta, desbaratada, injustificable, pero que sigue influyendo en un sujeto que con frecuencia trata de justificar, si no la creencia, al menos su aceptación”, y aplicándola a marxistas anquilosados, devotos de sistemas económicos repetidamente fracasados, o a liberales desfasados empeñados en que tengamos un gobierno de país rico para una sociedad a la que quizá le queda muy grande (que de todo hay entre los pesadores que diseñan las campañas electorales), resulta que también la tipificación de supersticiosos cuadra bien a muchos de los que contemplamos.

En tercer lugar, tenemos el dogmatismo que “aparece cuando una previsión queda invalidada por la realidad, a pesar de lo cual no se reconoce el error sino que se introducen las variaciones adecuadas para poder mantener la creencia previa”; condición que sufrimos a la hora de que ciertos políticos tratan de justificar las cifras del incremento de los índices de pobreza achacando las causas a no se sabe qué o simplemente negándolas, de validar un endeudamiento fiscal que raya en lo escandaloso, de interpretar a su favor (e incluso modificar) la cifras que la violencia ciudadana arroja diariamente con respecto a extorsiones y asesinatos, de cerrar los ojos ante logros del oponente político que ocupa el poder, etc.

Y por último, el compendio de estos tres errores intelectuales: el fanatismo, que si bien incluye en sí mismo los elementos de los tres anteriores, añade dos más: el convencimiento de que se posee la verdad absoluta con respecto a cualquier tema (ya sea económico, político o social), y la infaltable y muy peligrosa llamada a la acción, pues si hay algo que el fanático no soporta es que haya quienes no piensen como él, y por eso su proselitismo ideológico es verdaderamente de temer, ya que no se conforma con exponer sus ideas con ánimo de convencer, sino que trata de aplastar al rival con ánimo de desaparecerlo del mapa y quedarse él solo con todo el pastel, convencido como está de que su modo de actuar es el único posible, y sus soluciones las únicas que funcionan.

Dichas trampas son obstáculos importantes para la democracia, pues si la información veraz es el oxígeno con que respira, al movernos en unas coordenadas de prejuicios, supersticiones, dogmas y fanatismo, difícilmente podremos votar con pleno conocimiento de causa.

*Columnista de El Diario de Hoy.

carlos@mayora.org