Los errores de Huntington

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La calle es de tierra y no ha recibido mantenimiento de la alcaldía. foto edh / milton jaco

Por Por Carlos Alberto Montaner*

2013-11-15 6:01:00

Samuel Huntington, un notable pensador norteamericano, piensa que Estados Unidos no podrá asimilar la enorme masa de inmigrantes hispanos que día a día se instala en el país. Le preocupan, fundamentalmente, los de origen mexicano. Le parecen muchos, demasiado cercanos a su país y poco interesados en “americanizarse”. No aprenden inglés eficientemente, reconstruyen sus pobres modos de vida originales y no se adaptan a los viejos valores de los míticos “white-anglo-saxon-protestants” que, aparentemente, han moldeado la cultura norteamericana desde la llegada del Mayflower.

Huntington teme, además, que la enorme franja hispana del suroeste norteamericano genere un país bilingüe y bicultural, como Québec en Canadá, más pobre, menos comprometido con la ética de trabajo y con escasa preocupación por los estudios. Una enorme minoría que debilite los fundamentos de la sociedad estadounidense al punto en que, en el futuro, se pueda producir una ruptura y los hispanos sientan un mayor grado de lealtad con el México de donde provienen que con los Estados Unidos que los han acogido.

Lo políticamente correcto es acusar a Huntington de racista y xenófobo, pero eso sería demasiado fácil. La verdad es que los grupos dominantes en todas las sociedades del planeta perciben a los inmigrantes con una mezcla de miedo y rechazo. En España, donde vivo, existe un auténtico horror a los marroquí es. En Francia “el problema” son los argelinos, en Puerto Rico, los dominicanos, en República Dominicana, los haitianos, en Italia, los albaneses, y así hasta el infinito.

Tampoco es justo rechazar sus hipótesis sin examinarlas. Parece razonable pensar que un país monolingüe y monocultural sufre me- nos tensiones internas. El discurso del multiculturalismo es muy hermoso y está lleno de buenas intenciones, pero olvida que en el bicho humano, territorial y feroz, existe un componente irracional, vestigio de su viejo cerebro de reptil, que lo conduce fácilmente a la agresión contra la criatura que percibe como distinta. Es cierto que ahí está el excepcional milagro suizo para demostrar que es posible la convivencia armónica de pueblos diversos, pero en las naciones hechas de retazos, como España, Bélgica o Canadá, cada cierto tiempo se escuchan algunos peligrosos crujidos y se enrarece la convivencia.

No obstante, creo que Huntington se equivoca en sus premisas básicas. Primero, los hispanos sí se integran a la sociedad norteame- ricana, y si no lo hacen más rápidamente es por las dificultades artificiales que suelen encontrar. Si millones de ellos, por ser ilegales, no pueden trabajar dentro de la ley, estudiar, abrir una cuenta en un banco, y ni siquiera obtener un permiso de conducir, ¿cómo extrañarse de que sean marginales? Si el objetivo es asimilarlos, ¿no sería más prudente tender puentes que intentar aislarlos?

No es falso que los inmigrantes traen con ellos los valores transmitidos por los pueblos de donde provienen, pero los valores se transforman radicalmente cuando entran en contacto con otras culturas, y el resultado de ese mestizaje espiritual a veces es sorprendente. Los hindúes, los judíos de origen ruso-polaco, los barbadienses y los cubanos de segunda generación radicados en Estados Unidos tienen un mejor desempeño económico que los WASP a que alude Huntington. En el siglo XIX los ir landeses, supuestamente, eran poetas líricos consumidos por el alcoholismo, mientras los escoceses eran seres laboriosos dedicados al trabajo. ¿Puede alguien hacer esa distinción en los Estados Unidos del Siglo XXI?

A veces los errores de Huntington se con- vierten en contradicciones. Esto le sucede cuando juzga a Miami. En ese caso, los culpables son los cubanos y otros hispanos de esa ciudad, pues al ser bilingües, al menos muchos de ellos, tienen más posibilidades de obtener un buen trabajo que los anglos o los negros monolingües y alcanzan ingresos superiores a la media de los “blancos”. ¿Qué deberían entonces hacer los hispanos de Miami para complacer a Huntington? ¿No habíamos quedado en que Miami, para su propio beneficio, era una ciudad cosmopolita, puerta de entrada de millones de viajeros procedentes de América Latina? ¿Deben los hispanos de Miami renunciar a saber español y con ello a una buena ventaja comparativa que les permite integrarse con cierta comodidad a los niveles sociales medios norteamericanos? Eso es tan absurdo como pedirles a las familias judías que no les inculquen a sus hijos el amor por el aprendizaje y la disciplina de estudio que luego explican la desproporcionada cantidad de buenos médicos, abogados y profesionales que genera esa etnia, y en consecuencia el éxito económico que legítimamente disfrutan.

Cuento una anécdota final que desmiente los temores de Huntington. Hace unos cuatro años fui a dar una conferencia a Monterrey, en el norte de México. El tema era “Europa ante el liderazgo norteamericano en el Siglo XXI”. Cuando terminé se me acercó un líder político local y me dijo: “para nosotros es un peligro que en Estados Unidos haya veintiocho millones de mexicanos que produzcan tanto como los cien que hay en México”. “¿Por qué?”, le pregunté. “Porque me temo que todo el norte de México, bajo la influencia de la cultura texana y de esos mexicanos que allá viven, un día pi dan la anexión a Estados Unidos”. Pensaba lo mismo que Huntington, pero al revés.

*El autor es periodista y escritor. Su último libro es la novela Otra vez adiós.