Armonía entre ley natural y fe cristiana

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elsalvador.com

Por Por Luis Fernández Cuervo*

2013-11-10 5:00:00

Conocer de algún modo culturas primitivas, cuando todavía no han sufrido el efecto corrosivo de la cultura de la muerte, es comprobar que la mayoría de ellas viven la Ley Moral Universal, el Decálogo de Moisés, pacífica y fácilmente, porque son de sentido común y están arraigadas en lo profundo de la naturaleza humana. Incluso en los pueblos más primitivos, con una organización social mínima, sin agricultura ni ganadería, sin estructura religiosa aparente, como comprobó el antropólogo alemán Martin Gusinde en tribus de la Patagonia, mantenían estructura familiar monógama y la creencia en un Ser Supremo creador del mundo, al cual invocaban en sus faenas de pesca. Allí una “salud sexual y reproductiva” o una “equidad de género” serían motivo de risa o de severo castigo. Tienen muy claro lo que contribuye a la pervivencia de la tribu, importante cuestión que ya no ven “las tribus” europeas y algunas de las americanas con su suicidio demográfico.

Pero ¿qué pasa cuando esos pueblos conocen como otra primera cultura la fe y la moral cristianas? Algo muy lógico: encuentran que es como probarse un “traje” y ver que les queda a la medida. A veces hay que ajustar algo de aquí, un poco de allá y en el peor de los casos arrancar la poligamia, que en muchos pueblos es un privilegio exclusivo del jefe de la tribu. La fe y la moral católica no viene a sustituir las reglas de convivencia de aquel pueblo sino a completar y perfeccionar lo que ya vivían desde siempre.

Otro rasgo característico de un hombre primitivo es el sentido de dignidad humana, muy por encima del resto de los seres vivos. De ningún modo piensan ser un animal “más cerebrizado” y si alguien les propusiese –como lo hace en serio Peter Singer y otros confusos antropólogos– extender los derechos humanos a los grandes simios, se morirían de risa por el chiste o pensarían –con razón– que nos hemos vuelto locos.

Esbozos de la perenne sabiduría africana:

Cuando nace un hijo en la tribu mandinkas de Gambia, el padre lo lleva de noche al campo, lo levanta en alto, con la cara mirando a la luna y las estrellas y le dice en voz baja: «observa lo único que es más grande que tú».

Cinco proverbios: 1.-los pájaros cantan pero sólo los hombres cantan con armonía. 2.- Cuando hay amor, el acantilado se transforma en pradera. 3.-Proverbio del Camerún: La ruina de una nación comienza en el hogar de sus gentes. 4.-Proverbio kikuyo: No hay montaña difícil de subir cuando en la cumbre hay un amigo. 5.- Refrán del Congo: El amor, como un niño pequeño, necesita ser tratado con ternura.

En la sala de estar de un matrimonio lúo, se ve este letrero: «la gloria de un hombre es educar a un haz apretado de hijos en el temor de Dios y en el amor a las tradiciones de nuestros antepasados».

Ya después de conocer el cristianismo, opinan algunos intelectuales sobre valores coincidentes. Así C. Epie en Following Christ in Africa): “Nuestra cultura tiene a la mujer en gran estima. Ella juega un papel irremplazable: es la madre, la guardiana de la moral de la familia; la provisora de alimentos en el hogar. La devoción de nuestro pueblo a la Virgen María, como madre, tiene su base en nuestra cultura”. Y Kenneth Kaunda en Letter to my children. afirma el valor del hombre como realidad de máxima importancia, pero no como realidad última. No viste al hombre con atributos divinos, aunque lo considera como obra maestra de la creación de Dios y añade: “Sin educación adecuada, en una o dos generaciones, una sociedad, medianamente culta, se destruye a sí misma con el materialismo. El real enemigo de la cultura africana no está en el animismo, sino en el materialismo occidental que presenta las cosas como realidades últimas en la vida”.

*Dr. en Medicina.

Columnista de El Diario de Hoy.

luchofcuervo@gmail.com