Sueños y lágrimas de un guerrillero

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elsalvador.com

Por Por Marvin Galeas *

2013-10-23 6:03:00

Paolo Lüers y Geovani Galeas bautizaron, en 1981, al comandante Alejandro Montenegro, como “El arquitecto del sabotaje”, una contraposición propagandística, para destacar la creatividad destructiva de uno de los principales jefes del Ejército Revolucionario del Pueblo (ERP). Eran tiempos cuando el sabotaje a la electricidad y la infraestructura vial, era de capital importancia dentro de la estrategia militar de la guerrilla.

Pero Alejandro Montenegro, nombre de guerra de Arquímides Antonio Cañadas, había comandado una operación mucho más importante que tumbar torres del tendido eléctrico y puentes. A principios de 1982 un grupo de comandos del Ejército Revolucionario del Pueblo, penetró a la base militar aérea de Ilopango y destruyó en tierra una gran cantidad de aviones y helicópteros. La operación conducida en el terreno por un adolescente llamado Doré Castro, de seudónimo “Samuel”, fue dirigida en su totalidad por Alejandro Montenegro.

Pocos años después, Samuel, quien llegó a ser jefe operativo de las fuerzas especiales del ERP, murió en combate en Guazapa. Joaquín Villalobos determinó que como un homenaje póstumo, a todos los menores de edad que integraban las fuerzas especiales se les llamara “Samuelitos”. Alejandro Montenegro tuvo un destino diferente. Fue capturado por la policía política hondureña a finales de 1982, mientras se trasladaba de El Salvador a Nicaragua pasando por Tegucigalpa.

En esos días la capital hondureña era un hervidero de guerrilleros, contras, traficantes de armas, soldados estadounidenses, agentes de inteligencia de todas partes, incluyendo de la CIA. Alejandro cuenta en su recién publicado libro, “Sueños y lágrimas de un guerrillero”, su captura, la detención en las cárceles del batallón de operaciones especiales “Cobras” y su traslado a una cárcel clandestina de la Guardia Nacional en El Salvador.

De manera simultánea, la policía política de Honduras también capturó a una familia salvadoreña que daba cobertura a una casa de seguridad del Ejército Revolucionario del Pueblo en Tegucigalpa. La familia estaba integrada por una señora mayor, su nuera y sus dos pequeños nietos. El padre de los pequeños, un destacado comandante guerrillero había muerto a mediados de ese mismo año, justamente combatiendo contra los Cobras, cuando estos asaltaron un local clandestino del ERP, ubicado en una colonia de clase media de la capital hondureña.

A principios de 1983, Alejandro Montenegro apareció en programas de televisión afirmando que había desertado del ERP, por considerar que estaban equivocados. Advertía en sus comparecencias que la guerrilla estaba destinada a perder la guerra. La comandancia del ERP emitió un comunicado en el que calificaba a Montenegro de traidor y que “no será un pusilánime quien detenga la victoria de la revolución”.

Lo que nadie sabía era que Alejandro Montenegro había hecho esas declaraciones no tanto por las torturas recibidas sino como una forma de proteger la vida de la familia secuestrada. La Guardia Nacional, según se supo después dentro del ERP, entregó a todos los secuestrados a la CIA. Se los llevaron a vivir a algún lugar de Venezuela hasta el fin de la guerra. Imagino, después de haber visto tantas películas, que ellos se acogieron a una especie de programa de protección de testigos de la CIA.

Cuando terminó la guerra Alejandro y los demás “desaparecidos” aparecieron vivos y salvos en El Salvador, tras gestiones directas del la dirección del ERP con el Departamento de Estado, de los Estados Unidos. Alejandro se había acompañado con la madre de los pequeños con quien formó una familia. Los ex comandantes, en un hecho sin precedentes con alguien acusado oficialmente de traición, se reconciliaron con el antiguo arquitecto del sabotaje.

El episodio de la retención de Alejandro y las demás personas en un algún lugar de Venezuela, es uno de los más extraños y desconocidos de la guerra, pues supondría el involucramiento directo de la legendaria CIA en un hecho concreto de la guerra en el país. Pero de eso, el libro de Alejandro, para mi sorpresa, no dice absolutamente nada.

Por lo demás, “Sueños y lágrimas de un guerrillero”, escrito, sin tener mayor consideración por el trato al lenguaje, pero con mucha sinceridad y, se nota, con mucho dolor, es un buen material para los que quieran conocer un poco más de la historia de la guerra.

* Columnista de El Diario de Hoy.

marvingaleasp@hotmail.com