En el banquillo de los acusados

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La barra en las afueras del Estadio Cuscatlán. Foto EDH / Facebook / Barra Azul

Por Por Ricardo Avelar*

2013-08-22 6:02:00

Sentado en el banquillo de los acusados, sonreía. Se le miraba satisfecho y hasta orgulloso del crimen por el que en ese momento se le estaba juzgando.

Mientras el juez hacía una breve introducción al juicio, en su mente se recreaban violentas y perturbadoras escenas, como la mirada que su víctima habría de hacerle antes de atarla de manos y pies; como la macabra carcajada con la que celebró el tiro de gracia; como la convocatoria que hizo a sus camaradas para celebrar, una vez hubo concluido el asesinato.

Durante el interrogatorio, él se notaba tranquilo, como quien esconde un secreto que le será de utilidad. No negó ninguna de las acusaciones que se le hacían y al terminar, incluso pidió la palabra y dijo, con orgullo y en voz inquebrantable: “Yo la maté, yo fui. Yo maté a la institucionalidad…

“Pero eso no es todo”, dijo mientras los asistentes miraban horrorizados su cinismo. “Yo he tenido cómplices, y no han sido dos, ni tres, sino miles o acaso millones. Cómplices que están viviendo sus vidas tranquilas. Cómplices que pueden dar los buenos días a sus familias sin sentir culpa. ¡Cómplices que incluso están en esta sala!”

El juez con sobresalto le hizo callar y amenazó con aumentar la pena, que ya se consideraba alta para el crimen que había cometido. Los asistentes, indignados, comenzaron a insultarle y a cuestionar su sanidad. Los más radicales amenazaron con golpearle y tuvieron que ser detenidos por las fuerzas de seguridad. Él, por su parte, se mostraba sereno.

Retomó la palabra: “Me atrevería a decir, señor juez, estimados amigos del jurado, medios y todos quienes me acompañan, que deberían ser ustedes los sentados en este banquillo al lado mío. Que deberían ser ustedes quienes recibieran la pena más dura…

“¿Acaso creen que yo solo pude haber cometido este crimen? ¿Acaso creen que una sola persona pudo haber acabado con eso que por más de doscientos años ustedes han jurado defender? ¿Son tan ingenuos de pensar que hice todo esto a escondidas y que ustedes son totalmente inocentes?

“Son ustedes quienes merecen la condena más larga, pues son los principales cómplices de este asesinato. Me han visto socavar lentamente el Estado de Derecho. No dijeron nada cuando vacié de contenido (y de recursos) cada institución. Estuvieron presentes cuando hice promesas irrealizables y me otorgaron plenos poderes para ofrecer todo lo que querían y quitarles todo lo que tenían.

“No soy nada más que una consecuencia de su torpeza, su pasividad y su irresponsabilidad. Dicen llamarse ciudadanos, pero se han comportado como borregos. En el banquillo de los acusados sonrío con orgullo, no por el crimen que cometí, sino porque lo logré hacer con su permiso, con su aprobación e incluso con sus aplausos.

“La institucionalidad ha sido asesinada, por lo frío de mi bala y por su silencio. La institucionalidad ya no volverá, y mientras pago mi sentencia en prisión, ustedes tratarán de volver a sus casas y tranquilizarse diciendo que la han defendido con todas sus fuerzas. ¡Cínicos!”

Se cumplió su predicción. Al terminar el juicio y tras anunciar la condena, la pena máxima por secuestro, tortura y asesinato de la institucionalidad, todos los asistentes salieron tranquilos de la sala. Ninguno admitió su culpa. Nadie estuvo dispuesto a aceptar que el fin de la institucionalidad empezó cuando aquellos que la defendían se quedaron callados, simplemente presenciando sus abusos.

Esto pudo haber sucedido en cualquier lugar. Pudo incluso nunca haber sucedido. Pero si llegase a suceder en El Salvador, ¿quiénes estaríamos en el banquillo de los acusados por nuestro silencio?

*Politólogo.