Los gritos del silencio

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Marvin Aguilar López, de 26 años, fue sentenciado el miércoles a pagar 40 años de cárcel en Estados Unidos. Foto EDH

Por Por René Fortín Magaña*

2013-08-08 6:03:00

“El primero de los deberes nacionales –dice Eduardo Couture– consiste en juzgar al país, advertir sus errores, conocer sus debilidades de las cuales nadie está libre, saber en qué consisten los vicios nacionales, individuales y colectivos, las fallas de su estructura económica, los problemas de su producción, los errores de sus experimentos políticos”. (La comarca y el mundo).

En nuestro país todo el mundo habla sotto voce de uno de los vicios más nefandos: la corrupción. Un vicio que nos tiene postrados en la inercia política, económica y social, y como resultado de ello, en la insignificancia internacional. Sabemos los horrores que, en el ejercicio de ese vicio, se han cometido y se siguen cometiendo en nuestro país, en todos los campos, hasta en el deportivo, a través de penosos amaños en las competencias, debido al mal ejemplo que cunde desde arriba. Sabemos del enriquecimiento ilícito y express de los más altos funcionarios; de la compra de voluntades en todos los órganos del Estado; de los sobresueldos que, en ominosos sobres cerrados, eran pagados religiosa y vergonzosamente a los funcionarios públicos, incluso del Órgano Judicial, seleccionados por su complacencia con el gobierno de turno. Lastimosamente, esa práctica perversa, que corroe las entrañas del país, es difícil de probar. Y, sin pruebas, es difícil atenerse a la justicia de los tribunales, que basan sus acciones, como es natural, en las evidencias. Hay un parámetro, sin embargo, que da base para la presunción, que es una forma de probanza: la comparación entre los endebles patrimonios originales de los funcionarios, y los multimillonarios capitales de hoy, obtenidos por arte de prestidigitación presupuestaría, controlada en buena hora por la Sala de lo Constitucional de la Corte Suprema de Justicia. La inoperante Ley de Enriquecimiento ilícito y la Sección de Probidad, cercenadas por una Corte nefasta, establecían ese parámetro.

Pero la justicia penal no es el único instrumento para combatir el delito. También lo son la cultura, la vigilancia pública, el correo de voz en voz, el coraje ciudadano, y el vacío en torno a las acciones espúreas.

Sin embargo, se deja pasar por temor, por conveniencia, por condescendencia, por complicidad, por cálculo, por falta de fijeza en los valores éticos y cívicos, o por tibieza de los espíritus débiles que –como dijera el maestro Gavidia– dejan todo “al ademán de loco del destino o a la brújula imbécil del acaso”. (“Oda a Centroamérica”).

Volvamos a nuestros escritores clásicos a quienestenemos tan olvidados.

Las enérgicas palabras que empleo no son mías, son de ellos. Masferrer, refiriéndose a otros vicios, también hubiera llamado “dinero maldito” al proveniente de la corrupción, y le hubiera aplicado las mismas palabras que a aquellos aplicó: “No seas tú, deja que sean los otros. No seas redentor si no puedes serlo. No te apenes si el mundo marcha a su perdición. Dios conoce tu incapacidad, y verá a quién confía la tarea de redimir al mundo. Deja, pues, que haya toda clase de perversos. Pero que los haya sin tu ayuda. Que los haya, pero que no seas tú quien se alimente de esa podredumbre”. (“El dinero maldito”). Y continúa: “¿A qué somos fieles? Hasta hoy, nuestra fidelidad es a la rutina, al prurito de mantener los errores de nuestros antepasados; somos fieles a la rutina, al pesimismo, a la pobreza mental, al vuelo del murciélago que nos legaron pobres gentes, sin luces ni experiencia. Como ellos jugaron a los gallos, gallos jugaremos nosotros; como bebieron guaro, guaro beberemos vosotros; como creían en la política de arterías y fraudes, así la practicamos nosotros, y como se sentían pequeños, destinados a nada, a ser los últimos, a vivir sin gracia y sin gloria, así nos sentimos nosotros” (Ibidem). Ahora nos explicamos por qué ha caído la lápida del silencio sobre nuestros clásicos, que hablaban con tanta claridad, y celebramos el exquisito vuelo de las mariposas en la tormenta

“Hagan lío” (con justa causa) le dice a la juventud el papa Francisco, quien, de pronto, ha inundado el mundo como un gigantesco soplo de aliento y un enorme faro de luz. Rebélense contra la injusticia para superar, en todos los órdenes, la postración de la sociedad, y conducirla a mejores derroteros en donde en vez de la corrupción, imperen la justicia, la libertad y la seguridad.

Basta ya de mediocridad. Dos gotas de orgullo harían bien a nuestra debilitada nacionalidad. ¿O seguiremos en el futuro, sin cambio perceptible, haciendo lo que hacíamos en el pasado cuya ruptura –recordemos– costó la sangre de miles de nuestros compatriotas? Acaso no esté todo perdido: “la implementación de la Convención Interamericana Contra la Corrupción está relacionada con nuestra firme convicción de que los acuerdos internacionales, asumidos con voluntad política de cumplimiento y bajo la mirada atenta de una sociedad que controle y demande, promoverán la construcción de un mundo más honesto, justo y solidario” (CICC).

*Dr. en Derecho.