Corrupción y capilaridad

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Según la PNC, el conductor perdió los frenos, llevaba llantas lisas, exceso de velocidad y sobrecarga, lo que contribuyó al percance con saldo mortal. Foto EDH / Lissette Monterrosa.

Por Por Carlos Mayora Re*

2013-08-23 6:03:00

Todo parece indicar que el desfondamiento político que estamos padeciendo tiene su raíz, con lugar a pocas dudas, en un desfondamiento ético. Y viceversa.

Durante años, muchos pusieron la esperanza en que al haber un relevo de unos políticos por otros, de una forma de enfocar la política y la economía por otra, las cosas iban a cambiar. Los que culpaban a gobernantes de derecha, se ilusionaron en que cuando las tornas dieran vuelta, la situación se arreglaría y las cosas políticas, junto con las sociales, pasarían a un mejor estado. Pero después de más de cuatro años de cambio, hay quienes piensan que seguimos en el mismo “infierno”, a pesar del cambio de diablo…

Pienso que la raíz del problema no es ideológica. Ni siquiera es asunto de que los políticos sean coherentes con los principios de derecha o de izquierda que dicen profesar: independientemente del lugar que ocupen en el espectro político, un buen número de ellos tienen una ética parecida, buscan casi exclusivamente –por su forma de moverse socialmente, y su manera de utilizar el poder– sus intereses.

Es verdad que en el camino hacen lo que pueden para ir produciendo algunos resultados que mejoran la economía, o la situación de salud y educación de quienes votaron –o no– por ellos, pero no es suficiente para difuminar la pésima imagen que se han forjado.

Por supuesto que no hablo de los políticos en general, ni siquiera de la mayoría de ellos. Hablo de los que más se echan de ver. Bien dice el dicho que hace más ruido un árbol que cae que un bosque que crece, pero es que viendo el panorama político, mejor dicho, viendo el panorama de los políticos, resulta bastante difícil quitarse la impresión de que la “desforestación” nos ha llevado a una situación irremediable.

Hemos llegado a ese estado, sin duda por “el oportunismo, el afán de dinero, la vanidad despilfarradora, la vulgaridad y, en general, el comportamiento nada cívico que ha campado a sus anchas en la vida pública durante estos últimos años”… Escribe un analista español, refiriéndose a la situación de la vida pública en su país en los últimos años, que –no tan sorprendentemente–, con sus más y sus menos, termina por coincidir con la realidad que padecemos.

Como para ese autor, no cabe esperar nada de la derecha, lo que le llama la atención y sorprende es que la ética del asistencialismo de izquierda (cuyo buque insignia, en estos lares, son los subsidios) haya fracasado en la vertebración moral de la sociedad. Más aún, haya corrompido bastante más profundamente que en gobiernos anteriores el talante cívico de las personas, su responsabilidad individual y sus ganas de sacar adelante el país.

No sé yo (ya en el ámbito nacional) si los funcionarios públicos irresponsables, los jefes intermedios que abusan de su puesto en algún ministerio o dependencia, los maestros que ganan un sueldo pero no enseñan, o el empleado que cobra por servicios gratuitos en las oficinas del Estado (por no hablar de otros que ocupan puestos más notables, como algunos diputados o funcionarios de segundo orden), etc. Son conscientes de las implicaciones sociales de su conducta.

Pues esas personas, con su manera de actuar, no sólo se corrompen y corrompen el sistema; sino que van forjando en los ciudadanos una cultura de inmoralidad cada vez más extendida, hacen llegar la corrupción a todos los niveles sociales, capilarizándola, y forjan unas nuevas generaciones que ven cada vez más “normal” actuar inmoral e irresponsablemente, abusar de privilegios, servirse de los puestos públicos, amañar partidos de fútbol, o defraudar al fisco.

*Columnista de El Diario de Hoy.

carlos@mayora.org