Mirar con el corazón

descripción de la imagen
elsalvador.com

Por Por Carlos Mayora Re*

2013-07-19 6:03:00

“Elegía con cuidado sus colores, se vestía lentamente y se ajustaba uno a uno sus pétalos. No quería salir ya ajada como las amapolas; quería aparecer en todo el esplendor de su belleza. ¡Ah, era muy coqueta aquella flor! Su misteriosa preparación duraba días y días. Hasta que una mañana, precisamente al salir el sol se mostró espléndida.

La flor, que había trabajado con tanta precisión, dijo bostezando: -¡Ah, perdóname… apenas acabo de despertarme… estoy toda despeinada…! El principito no pudo contener su admiración: –¡Qué hermosa eres! –¿Verdad?, respondió dulcemente la flor. He nacido al mismo tiempo que el sol. El principito adivinó exactamente que ella no era muy modesta ciertamente, pero ¡era tan conmovedora!”

Escribe Antoine de Saint-Exupéry, la obra es “El Principito”, un relato breve, en forma de cuento infantil, que ha cautivado la imaginación de millones de personas. El libro tiene el record de haber sido traducido a más de doscientas cincuenta lenguas, y nosotros tenemos el orgullo de que en la obra se habla de una salvadoreña excepcional: Consuelo Suncín Sandoval, esposa del autor: la rosa del principito.

El pasado doce de julio se celebró en París la colocación de una escultura, un medallón de bronce, en la que Consuelo plasmó hace muchos años el perfil de su esposo. Adorna la Place d’El Salvador, y ha sido donada por la Embajada de nuestro país en Francia y la sucesión de Consuelo Suncín, condesa de Saint-Exupéry. En las palabras que en esa ocasión pronunció el embajador Galindo, hizo una referencia a las múltiples coincidencias entre el relato del escritor y la tierra que vio nacer a su esposa.

Hay varios paralelos entre el minúsculo planeta del que provenía el Principito y el pequeño país que habitamos. El embajador explicaba que Saint-Exupéry viajó en su oportunidad a El Salvador, y desde la casa familiar de los Suncín en Armenia, la imponente vista de los volcanes Izalco, Ilamatepec y Cerro Verde, le había impresionado de tal manera que el protagonista de su cuento también contaba en su planeta pequeñito con tres volcanes, dos activos y uno apagado, que debía deshollinar diariamente…

El pareo podría estirarse y contraponer los imponentes baobabs con las ceibas tropicales que abundan en nuestro paisaje… y que a ojos de un europeo resultan ciertamente impresionantes. En el relato se adivina la mano de su esposa, como cuando se alude a la maravilla de las puestas de sol tropicales, que sin duda alguna Consuelo extrañaba tanto en París; o el calor (“hace mucho frío en tu tierra. No se está muy a gusto; allá de donde yo vengo…”) que contraponía al desapacible frío parisino.

En su juventud escribió: “quiero conocer otros países y estudiar con la seriedad que estudian los hombres. ¡Deseo convertirme en una mujer con alguna profesión que ayude a los demás!” Y vaya si lo logró. Fue una excelente artista, y no sólo la musa, sino catalizador del genio que produjo una de las más bellas obras literarias del Siglo XX.

Realidad y fantasía se mezclan indistintamente tanto en el relato, como en la vida de Consuelo Suncín. No en balde América Latina es la cuna del realismo mágico. Algo de eso apuntaba el Embajador Galindo, y con buen tino explicaba que a veces no vale la pena deslindar lo ficticio de lo real, quizá haciendo eco a una idea que el principito dice al piloto con quien se ha encontrado inopinadamente en el desierto: “He aquí mi secreto, que no puede ser más simple: sólo con el corazón se puede ver bien; lo esencial es invisible para los ojos”.

*Columnista de El Diario de Hoy.

carlos@mayora.org