Médico, cúrate a ti mismo…

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elsalvador.com

Por Por Mario González**Editor subjefe de El Diario de Hoy.

2013-07-27 6:04:00

Era un escenario previsible, pero no por ello menos ingrato. La Ministra de Salud anunciando la muerte de Waldemar, el niño que se lesionó accidentalmente el intestino con una pulidora.

Cómo hubiéramos querido que la noticia fuera la exitosa operación de trasplante de intestino que tanto demandó la familia del infante desde hace meses, y no ese triste desenlace.

Sólo me recordó la fatídica noche del 7 de noviembre de 2009, cuando la tormenta tropical Ida se abatió sobre el país y golpeó la zona paracentral, tomando por sorpresa a las autoridades al punto que no alertaron debidamente del peligro a las comunidades, según las bitácoras de emergencias de la época publicadas por los medios.

Los funcionarios pueden alegar que el fenómeno los agarró con los pantalones abajo o en fiesta porque fue inesperado (¿una insólita lluvia torrencial de madrugada en noviembre?), pero en el caso de Waldemar la familia tenía meses de venir gestionando que su hijo fuera llevado a un trasplante de intestino en el exterior; sin embargo, las autoridades sanitarias parecían estar más preocupadas en propiciar el aborto de Beatriz y descartaron el trasplante.

Una vez esa trama fue desbaratada por la Sala de lo Constitucional de la Corte Suprema de Justicia, que denegó la “interrupción del embarazo” –el eufemismo que le dieron sus promotores–, sólo entonces se habló de gestionar el trasplante de Waldemar en el exterior, pero ya habían pasado varias semanas.

Como decíamos hace unos días, este niño de sólo cuatro años con su deceso nos deja grandes lecciones sobre lo que no debemos hacer ni permitir con la salud pública, sobre todo no politizarla, pero también nos revela la enfermedad espiritual y moral que afecta al país. Algunos ejemplos:

Un gobierno que no quiere rendir cuentas de los viajes presidenciales; funcionarios que se niegan a atender los fallos judiciales y arremeten con furia contra quien emite dictámenes u opiniones que les son desfavorables; grupos sindicales que amenazan con la violencia política como en su momento lo hacían los paramilitares.

Un gobernante que despotrica contra sus opositores o jueces que emiten fallos que le son contraproducentes.

Un líder del Congreso que, ante llamados a cumplir sentencias o rendir cuentas de gastos, quiere destituir a los jueces que lo cuestionan.

Me resultaría difícil concebir a un Barack Obama atacando con todo el hígado a la Corte Suprema de los Estados Unidos o llamando turbas a incendiar media Nueva York por el fallo de Zimmerman, o a una Ángela Merkel tratando de descabezar al Poder Judicial alemán, o incluso a un Silvio Berlusconi, cuando era gobernante, llevando a juicio a los jueces para que nunca lo procesaran a él. Pero aquí, con la democracia del cambio, esos referentes no importan.

Las amenazas de sindicalistas judiciales de que “irán a sacar del pelo a los magistrados de la Sala Constitucional”, sólo me recuerdan la brutalidad de los cuerpos represivos de la dictadura que tanto odiaban. Treinta años después, estos aprendices de dictadores y comisarios políticos están dispuestos a ser iguales o peores que los fascistoides de entonces.

Todos van contra todos y cada funcionario considera que tiene su propio feudo, como si estuviéramos en la Edad Media.

Hace unos días comentaba las encuestas con un viejo amigo por el Facebook y de repente, contra toda sensatez y razonamiento lógico y técnico, terció otro usuario con epítetos contra la oposición y medios que le son desafectos al oficialismo. Hasta allí pudo llevarse la conversación con normalidad.

La enfermedad moral llega a tal nivel de intolerancia e irracionalidad que los que la padecen, cuando escuchan algo que no les gusta, parecen ser presa de la euforia, casi convulsionan y echan espumarajos, como los zombies de la película “Soy leyenda (El Hombre Omega)”. Nada ni nadie puede ir contra lo que piensan, y si lo hace, se vuelve merecedor de mordazas, muerte civil y hasta linchamientos “revolucionarios”.

“Ven la paja el ojo ajeno y no pueden notar la viga que tienen enfrente”, les diría monseñor Romero, porque sólo ellos son “progresistas”, dueños del “amor puro” y creadores del Año Cero, con los nuevos cielos y la nueva tierra.

Con Waldemar no fueron capaces de mostrar compasión ni la la inclusión social ni la “solidaridad revolucionaria” que tanto pregonan, sino un interés muy limitado de las autoridades sanitarias, que se descargan de cualquier responsabilidad mientras el sistema colapsa.

Nuestras abuelas nos enseñaron el dicho de que “doy el consejo y me quedo con él” o “Consejos vendo y para mí no tengo”.

Según la Wikipedia, la sentencia latina “cura te ipsum o medice cura te ipsum”, “médico, cúrate a ti mismo”, es usada para incitar a los servidores de la salud humana a cuidar y curarse a sí mismos antes de servir a sus propios pacientes.

Viéndolos por televisión anunciar con tranquilidad la muerte de Waldemar, pensé que eso se tiene que hacer con el sistema de salud: curarlo de política e ideología vacía y humanizarlo, de la misma manera que a sus responsables y a quienes ostentan el poder.