La esperanza que nos deja el cambio

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Iniesta se encuentra junto a la Selección española en la preparación de la Copa Confederaciones en Miami. Foto EDH / AP

Por Por Carlos Jovel Munguía*

2013-06-09 6:03:00

Hace cuatro años, tras el triunfo de Mauricio Funes y el FMLN, el país se partió por la mitad. Un lado vivía una sensación de victoria, acompañada de esperanza, poesía y trova que anunciaban las esperadas reivindicaciones sociales que creían justas. El otro, vivía escepticismo, desconfianza y hasta miedo.

Habiendo transcurrido el 80% del período del gobierno Funes-FMLN, hay suficientes elementos para descontaminar los resultados de emociones y hacer un juicio razonado sobre el balance que nos deja el cambio, relativo a sus promesas básicas: reducción de pobreza, seguridad y combate a la corrupción.

En reducción de pobreza, las políticas públicas emblema (vaso de leche, paquetes escolares, ciudad mujer, etc.) ratifican el enfoque social que nos ofrecieron: se puede disentir sobre la efectividad de largo plazo de las medidas adoptadas –algunos preferiríamos inversión en conocimiento y nuevas tecnologías para nuestros niños– pero éstas van en línea con las promesas. Los datos más recientes indican que en el último año, se recuperó lo retrocedido durante el gobierno de Tony Saca. Es decir, la pobreza volvió donde estaba hace nueve años, justo donde la dejó la administración Flores. La situación no es alentadora cuando se considera que la inversión –que define el empleo presente y futuro– alcanzó niveles exageradamente bajos. El presidente no pareció entender que el arte de crear empleos –le guste o no le guste– pasa por ganarse la confianza y la aprobación de quienes arriesgan y sacan plata del bolsillo para invertir: creó solo 72 mil empleos en cuatro años, vs. 100 mil que había ofrecido para los primeros 18 meses.

En seguridad los números son halagadores. Si bien las extorsiones y otros crímenes sólo bajan ligeramente, se redujeron significativamente los asesinatos mediante una estrategia audaz del gobierno conocida como “la tregua”: los pandilleros ya no se matan entre ellos.

El problema de la audacia, es que se convierte en irresponsabilidad cuando no hay un plan de contingencia: la ciudadanía no acompañó el experimento social en que nos metió el exministro Munguía. La tregua es ahora un caballo chúcaro que nadie sabe hacia dónde va y que, de no controlarse, puede dejarnos secuelas de largo plazo en términos de riesgo moral. El nuevo ministro tiene el camino libre –y la capacidad– para diseñar y ejecutar políticas públicas para reducir el crimen de manera sostenida y real. La tarea no es fácil, pero hay señales alentadoras.

La principal deuda del asocio Funes-FMLN es en el combate a la corrupción: llama la atención que en un país pobre, pequeño –donde todo se ve y se sabe– y con una institucionalidad que otorga finiquitos exprés, no hay ningún exfuncionario de primer orden procesado por crímenes de cuello blanco. En palabras del presidente, la cárcel es sólo para los ladrones de gallinas. Esto no fuera novedad si resolverlo no hubiese sido promesa de campaña. Adicionalmente, la práctica de generar fortunas personales alrededor de lo público continúa, sólo cambió de manos, como demuestran algunas investigaciones periodísticas.

Así y todo, hay señales esperanzadoras. Si a consecuencia del cambio, los salvadoreños entendemos que más que un presidente con retórica y manejo en televisión, necesitamos uno con alguna cuota de inseguridad que le obligue a cuestionarse paradigmas y a rodearse de personas talentosas y honradas que diseñen y ejecuten políticas públicas de sociedades libres, habremos dado un paso gigante hacia el progreso. Si además, nos convencemos de que un presidente más que un redentor digno de lujos, caravanas y eternas esperas bajo el sol, es un servidor público más, que se debe a cada uno de nosotros y le exigimos cuentas de acuerdo con ello, habremos entendido cómo los ciudadanos de sociedades libres, modernas y horizontales demandan a sus gobernantes mejores servicios. Esto, unido a trabajo, ingenio y voluntad sostenida durante 20 años, nos asegurará sacar al último salvadoreño de la pobreza. A todos nos mata la ansiedad, pero es este el camino más corto, tomémoslo ya.

*Lic. En Economía y Negocios @jovelmunguia