“Francisco, reconstruye mi Iglesia…”

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Muchas familias estafadas son de bajos recursos, estaban esperanzados en recibir sus escrituras. Foto EDH / Archivo

Por Por Mario González**Editor Subjefe de El Diario de Hoy.

2013-03-23 6:01:00

Cuenta la historia que en el Medioevo, cuando Francisco Bernardone se dirigía a pelear a una batalla, pasando por la derruida iglesia de San Damián escuchó una voz que le decía: “Francisco, reconstruye mi Iglesia”.

El joven pensó que Dios le pedía que reconstruyera el edificio que estaba cayéndose, tanto así que desertó y se dedicó a recolectar piedras para la obra, pero no pudo imaginar que lo encomendado era una labor más titánica.

La reconstrucción que se requería no era estética, sino humana, moral y espiritual, tarea que llevó adelante con no más herramientas que su mismo testimonio de pobreza, humildad y santidad. No tuvo que salir a la calle a protestar contra el papa y las autoridades eclesiásticas o cerrar vías para presentar demandas, sino sólo hacer lo propio con sencillez y valentía y esperar que Dios hiciera Su parte.

Ochocientos años después, ¿quién no ha oído hablar de San Francisco de Asís? El mismo joven que decepcionó a su padre al decirle que no quería ser comerciante como él, que le entregó su ropa y le recordó que “desnudo vine al mundo” y comenzó a vestir como un mendigo; el mismo que amaba a los animales y a la naturaleza; el mismo que era feliz en su pobreza y que se desprendió tanto de los placeres terrenales que llegó decir: “Deseo poco, y lo poco que deseo, lo deseo poco…”; el mismo que sólo le pedía a Dios ser “instrumento de Su paz”.

Ese es el ejemplo que ha decidido seguir Jorge Mario Bergoglio, quien quiso también llamarse Francisco, el primer papa latinoamericano. Sabe que su misión será más que ser el custodio del mensaje, los sacramentos, el arte y los tesoros de una Iglesia bimilenaria y que su poder, como él dijo, no residirá en las armas sino en el servicio a los demás.

Aquel Francisco marcó un rumbo evangélico de caridad y servicio a la humanidad y enseñó que rico no es el que más tiene, sino el que menos necesita. Su amor por la creación lo inspiró para su Cántico a las Criaturas, al Hermano Sol, la Hermana Luna y, ¿por qué no “a la Hermana Muerte” si implica una vida mejor?

Como Cristo, no necesitó un gran ejército o riquezas para hacerse escuchar, sino sólo su humildad, algo que nos falta a muchos sobre todo cuando estamos en el poder. El mismo papa lo recibió entonces y le permitió fundar su congregación, los franciscanos o capuchinos, que serían sus herederos espirituales y continuadores de su obra.

Viéndolo de cerca, el papa Inocencio II recordó que había visto a Francisco en un sueño: La Basílica de San Juan Letrán, la parroquia del papa, estaba inclinándose peligrosamente hacia un lado, cuando, felizmente, un monje, con aspecto de mendigo, la sostuvo con su hombro e impidió que se derrumbara.

Posteriormente, la Iglesia Católica fue sacudida por escándalos, guerras, divisiones internas, el Cisma de Oriente y la Reforma de Lutero y por momentos pareció venirse abajo, pero era evidente que a medida que era despojada de poderes temporales, crecía en autoridad moral y espiritual; perdió la mitad de Europa, pero recibió la recién descubierta América y se extendió a África, Asia y Oceanía. El ejemplo de Francisco la había sostenido y esa era la reconstrucción que llevaría adelante, pero que no entendió cuando se la encomendaron.

Igual sucede con nosotros: en la medida que nos despojamos de las soberbias, las envidias, los egoísmos, las hipocresías, la violencia y la avaricia, nos sentimos más tranquilos y liberados de los lastres terrenales que nos inmovilizan. Probablemente en el momento no entendemos y sufrimos por lo que hemos perdido, pero luego comprendemos que era lo mejor para nuestra salud espiritual y física.

El llamado a Francisco de hace un milenio cobra vigencia ahora con este otro Francisco: reconstruir a la Iglesia del Tercer Milenio significa fomentar más vocaciones auténticas y desburocratizadas, preservar a los sacerdotes de las desviaciones como la pederastia, recobrar la confianza de los fieles afectados por los abusos o maltratos de miembros del clero y fortalecer la evangelización; significa mantener una Iglesia siempre joven y alegre, que deje atrás la fe por el miedo al castigo eterno y abra paso a la convicción; implica abrirse aún más al diálogo con las demás iglesias cristianas y otras confesiones en función de servir a la humanidad; requiere que esté siempre dispuesta a escuchar posiciones adversas pero cuidando sus principios y valores milenarios.

En nuestros pueblos, ávidos de esperanza y tocados por la apatía a la fe, es importante que los obispos y sacerdotes sigan el ejemplo de sencillez y humildad de San Francisco, que estén cerca de sus fieles, que sepan comprender sus virtudes y sus defectos y que ya no se les vea como a los “curas regañones” que sólo pasan amenazando con la condenación y se desaparecen después de la misa, más preocupados en la liturgia que en el Evangelio, sino que puedan anunciar un mundo mejor, el Reino de Dios, y la colaboración con otros credos.

En la clásica del cine “Las sandalias del pescador”, una ficción de la elección del primer papa ruso, el Pontífice Kiril sale de incógnito a los barrios a conocer las tristezas y alegrías de los romanos. El día de su entronización se quita la tiara y no tiene reparo en ofrecer incluso los tesoros y arte de la Iglesia para contrarrestar una gran hambruna en China y evitar la Tercera Guerra Mundial.

La elección del primer papa latinoamericano, aunque fue impensable por mucho tiempo, ahora no es ficción y tiene sus propios retos, el principal de ellos: “Apacienta mis ovejas…”.