“Oculto para el mundo”

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elsalvador.com

Por Por Luis Mario Rodríguez R.*

2013-02-16 6:02:00

Interrumpió los aplausos y solicitó que continuara la liturgia. A cada ovación respondió con una exhortativa a rezar. Siempre fiel, siempre bueno. No muere, se oculta. Ha cedido el honor y la gloria a la “esposa” y con su oración y la promesa del Nazareno pretende que ella, la Iglesia, continúe firme hasta el final de los tiempos. Termina su pontificado e impulsa con fuerza su camino hacia la santidad. A partir del anuncio, el mundo ha reflexionado sobre la humildad, la fortaleza y la sabiduría de su decisión. Renuncia con plena libertad por el bien de la Iglesia. Pide oración, denuncia a quienes pretenden debilitar la roca firme y recuerda la hipocresía de aquellos que no trabajan exclusivamente por el Señor.

Su producción intelectual y teológica es inmensa. La trilogía sobre la vida de Jesús, las entrevistas publicadas en la “luz del mundo” y la “sal de la tierra”, las encíclicas “Dios es amor”, “Caridad en la verdad” y “Salvados en esperanza”, constituyen parte del legado que el Pontífice nos deja para conocer a Jesucristo, interiorizar su mensaje e imitarle para obtener triunfante la vida eterna. Sin formación el hombre no es capaz de entender con exactitud la razón de su existencia. Vive pero no vive. La pobreza, la enfermedad, los éxitos profesionales, la riqueza, los hijos, el matrimonio, el trabajo diario, los fracasos, son etapas y situaciones sin sentido, humanas, sin visión sobrenatural. Significa permanecer oculto al cielo y sensible únicamente a los sucesos de este mundo. Se trata de un encubrimiento diferente al del Papa. El suyo es por un fin santificable; el otro es por simple ignorancia y por una enorme soberbia que le impide al hombre reconocer sus debilidades y aceptar que solo no puede con el yugo y el cansancio.

A Benedicto XVI lo bautizaron un sábado santo. Su padre le orientó desde muy joven para conocer “los secretos de la liturgia”. Junto a su hermano se ordenó como sacerdote a temprana edad y tuvo muy clara su vocación académica con un profundo conocimiento teológico. No veló sus dones ni su carisma a la Iglesia. Los multiplicó y con obediencia filial aceptó cada uno de los encargos que se le encomendaron. Presidió desde 1986 hasta 1997, por encargo del Beato Juan Pablo II, la comisión que finalmente produjo un nuevo Catecismo con el que ahora millones de fieles católicos fortalecen su fe a través de la compresión y el entendimiento de la doctrina básica de la Iglesia. Joseph Ratzinger hizo patente y visible su amor por el prójimo. Lo admiraron sus alumnos, los feligreses como Arzobispo de Munich, los sacerdotes y cardenales y el mundo entero como sucesor de San Pedro. Pero él prefirió como el Bautista “disminuir para que Cristo crezca”.

Oculta su cuerpo pero el resplandor continuará brillando. Su invitación a conocer a Jesucristo, a contemplarle en el pesebre, a contagiarse de su gran misericordia en los tres años de vida pública, a vivir su pasión y muerte y a regocijarnos con su resurrección, queda en el alma. Esa no desaparece. Al contrario, con la elección del nuevo Vicario de Cristo alumbrará con mayor vigor.

Su determinación hizo girar la atención mundial hacia lo importante. Distrajo al liderazgo global de diferentes temas como las guerras, la crisis financiera internacional y las amenazas a la libertad de expresión y a la estabilidad de los sistemas democráticos. Les hizo reflexionar sobre el uso del poder, los fines que persigue y las consecuencias de mantenerlo indefinidamente.

También removió la conciencia de quienes navegan en el peligroso terreno de la tibieza que surge de la indiferencia diaria, debilita el carácter y no permite la conversión. Esa que impide identificar las prioridades y que tranquiliza las conciencias con el solo cumplimiento de la misa dominical. Aquella que imposibilita la recuperación de la gracia cuando se posterga la confesión de los pecados por vergüenza, comodidad o desconocimiento de las consecuencias de esta decisión. Para anunciar lo que anunció, se necesita una intensa vida interior, un espíritu fortalecido y una relación íntima con el Rey de Reyes. De tibieza, nada.

El 28 de febrero se ocultará al mundo y en marzo conoceremos a su sucesor. Imitemos su fidelidad, aprendamos a amar cada vez más a la Iglesia y principalmente fortalezcamos nuestra fe tomando como ejemplo la acción de humildad más importante de los últimos siglos.

* Columnista de El Diario de Hoy.