De anticuados a partidos modernos…

descripción de la imagen
Dustin la rompió este día en Dinamarca marcando tres goles. Foto EDH / Archivo

Por Por Luis Mario Rodríguez R.*

2013-02-23 6:03:00

Enrique Peña Nieto logró revertir la imagen de un Partido Revolucionario Institucional –PRI– avejentado. Refrescó su discurso, actualizó sus ideas e incorporó un equipo que terminó con el clientelismo del pasado. La modernización institucional no se concretó de la noche a la mañana. En el año 2000, cuando Vicente Fox concluyó con setenta años de monopolio político en la presidencia de México, el PRI lanzó una campaña en la que informaba a los ciudadanos sobre la “renovación del partido”. Como reacción a la derrota, la dirigencia de esa organización política instaló vallas gigantescas en todo el territorio nacional en la que mostraba a obreros de la construcción picando las letras del partido, adornadas de una leyenda que decía “estamos construyendo un nuevo PRI”.

Esperaron doce años para recuperar el poder y debieron ceder espacios a nuevos liderazgos que mostraron un efectivo resultado en las recientes elecciones presidenciales. Los expresidentes del PRI no reclamaron protagonismo ni espacios. Tampoco lo hicieron quienes ocuparon la “silla del águila” en los sexenios anteriores cuando el PRI dominaba la escena política. Por lo menos no de manera pública.

En pocos meses el mandatario mexicano ha hecho sentir su liderazgo. Ejerció el poder desde los primeros días de su mandato y sin titubeo alguno abrió las puertas a la negociación política para suscribir con el resto de partidos un “pacto por México”. En la época de campaña, Peña Nieto se calzó de inmediato las botas y se ciñó el traje de candidato presidencial. Rápidamente dejó atrás su paso por la Jefatura del Gobierno del Estado de México y su cargo de diputado. Dicho de otra manera, empezó, sin complejos, a actuar como presidenciable. Sus simpatizantes y quienes exigían un cambio necesitaban “un general”, alguien que tomara las riendas de un partido al que le era urgente probar que ya no era el mismo.

No titubeó ni cayó en la trampa del oficialismo que diariamente le recordaba el pasado de su partido. Enfrentó los debates, soportó las críticas y se empeñó por reflejar que su proyecto representaba al México del futuro. Con firmeza defendió sus convicciones democráticas y puso en marcha una agenda inagotable de discursos, comparecencias en los medios de comunicación y explicaciones de la visión del país que deseaba impulsar si ganaba los comicios. Y ganó.

Seguramente los viejos liderazgos partidarios intentaron persuadirlo para que utilizara las antiguas prácticas y estrategias con las que mantuvieron el poder por tantas décadas. Estos caudillos venían acostumbrados a la estrategia del “destape” en la que había un “tapado” que finalmente se convertía en el candidato presidencial, sin proceso de elección interna, a cuyo favor se hacía trabajar a toda la maquinaria estatal para que obtuviera el triunfo. A Peña Nieto le tocó innovar desde la oposición. Demostró que el partido se había transformado, aplacó las divisiones internas y dispuso de un equipo de profesionales descontaminados de juicios ideológicos que ahora le acompañan en el gabinete de Gobierno.

Debe reconocerse que entre 1977 y 1997, el PRI, bajo la amenaza del descontento ciudadano, impulsó una serie de reformas en el ámbito político y electoral, que terminaron con el sistema de partido hegemónico en México, impulsaron una representación más amplia en el Congreso y terminaron por consolidar la alternancia política con la llegada del PAN a Los Pinos. Fueron treinta años en los que surgieron nuevas agrupaciones partidarias, se creó una autoridad electoral independiente con participación ciudadana y entraron a la escena electoral nuevas figuras que oxigenaron la actividad política. El actual gobernante es producto de ese proceso en el que se erradicaron los fraudes y se colocó a la sociedad civil como el referente más importante para alimentar los programas de trabajo.

El sexenio Peña Nieto apenas comienza. Aún no enfrenta crisis políticas que pondrán a prueba su carácter y delimitarán el futuro del PRI para los próximos eventos electorales. No puede predecirse si su administración será transparente ni tampoco la sostenibilidad de los diferentes proyectos que ha logrado consensuar hasta ahora con los partidos de oposición. Sin embargo, sus primeras decisiones demuestran que México estaba cansado. Necesitaba un liderazgo más fuerte que tomara las riendas de temas complejos como el de la inseguridad pública o el de la pérdida de competitividad en los últimos años. Su ejemplo es uno de esos interesantes de observar cuando se pretende cambiar la percepción que se tiene de un partido obsoleto y vetusto.

*Columnista de El Diario de Hoy.