Palabra de honor

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El vuelco de una rastra cañera provocó el cierre de ambos sentidos de la carretera Troncal del Norte. Foto / Marvin Recinos

Por Por Mario Vega*

2013-01-01 6:04:00

A(Segunda parte)

l interior de las comunidades pobres se desarrolla una lucha por la conquista del respeto para superar el sentimiento de vergüenza que nace de la marginación y el maltrato. El respeto llega a convertirse en el elemento rector de las relaciones dentro de las pandillas y es constantemente retado con el juego del desafío-respuesta. Esta competición está formada por un desafío que puede ser casi cualquier palabra, gesto o acción que trata de socavar el prestigio de la otra persona y una respuesta de igual magnitud o que supera a la apuesta. Al punto, que la respuesta puede convertirse, a su vez, en un nuevo desafío.

Esta competición protagónica con frecuencia despierta respuestas desproporcionadas y crueles que quedan sin explicación o sin sentido a ojos de una sociedad regida por otro tipo de valores, pero que adquieren lógica en la escalada interminable del desafío-respuesta.

Los desafíos al respeto pueden ser positivos o negativos. Un desafío positivo puede consistir en recibir un regalo, un favor o un gesto amable. Por ser positivo el respeto exige amabilidad como actitud recíproca. Los jóvenes miembros de pandillas muestran lealtad y condescendencia hacia quienes les desafían positivamente: no pueden darse el lujo de perder su prestigio a ojos del “barrio”.

La retribución positiva no es solamente por favores que recibe la persona en sí sino por los que recibe su familia ya que la dignidad del núcleo familiar constituye uno de los elementos más preciados en la construcción del prestigio. Los vecinos han aprendido de ello por experiencia y utilizan el recurso para su seguridad y protección. Se crea así un tejido popular de convivencia tácita que difícilmente puede ser roto o penetrado por las autoridades. Los vecinos se ven en la necesidad de desafiar positivamente a los miembros de pandillas, por ejemplo, con el silencio. La denuncia y los testigos desaparecen y el prestigio de los jóvenes crece.

Por el contrario, los desafíos negativos tampoco pueden ser ignorados y desatan una respuesta muy seria que en muchos casos puede constituir asunto de vida o muerte. El “barrio” observa el modo en que cada uno defiende y mantiene su posición. Se debe vengar el menor desaire o perjuicio, de lo contrario el respeto se perderá definitivamente.

Así, se va construyendo una pirámide en cuya cúspide se ubica el respeto como expresión de dignidad última y que se manifiesta por la fuerza de la palabra. El prestigio se mide y se expresa por lo que la palabra de uno desencadena en el grupo, porque la palabra de quien ha acumulado respeto se impone.

Esa es la razón por la que a quien alcanza el nivel de mando se le nomina como “palabrero” o como “el que lleva la palabra”. Esa palabra es acatada por el grupo y ejecutada. No hacerlo supondría un desafío que desencadenaría una nueva respuesta. La palabra da vida o da muerte y es inquebrantable.

Quien pronuncia una palabra debe sostenerla para conservar el respeto. Las motivaciones, propósitos y métodos son inaceptables y muchos de ellos constituyen delitos. No obstante, la dinámica existe y los juicios legales, morales o éticos que se viertan sobre ella no alteran su realidad. Es la palabra de honor. El último recurso que les queda para recuperar la autoestima dentro de una sociedad excluyente.

*Pastor general de la misión

cristiana Elim.