Carta a una amiga sobre el muro de Berlín, el socialismo, la guerra y la paz

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Estas 11 señoritas se disputarán el nuevo reinado de las fiestas dicembrinas, en honor a la Virgen Inmaculada Concepción. foto EDH / salomón vásquez

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2014-11-07 7:00:00

Querida M.:

En 1967 marchamos juntos contra la guerra gringa en Vietnam. La policía de Berlín Occidental nos dio palo.

En agosto de 1968 fuimos juntos a Berlín Oriental para protestar contra la invasión soviética en Checoslovaquia. Nos dio palo la “policía popular” del “paraíso de los obreros y campesinos”.

El 9 de noviembre de 1989 cayó el muro de Berlín —y poco después el régimen comunista en Alemania Oriental y todo el bloque socialista.

Yo no estuve en Berlín, pero tú sí. Yo ni siquiera estaba prestando atención a los eventos dramáticos que llevaron a la caída del muro: las manifestaciones millonarias y pacíficas en todas las ciudades de la “República Democrática Alemana”, la descomposición del Buró Político comunista. Ni cuenta me di de estos eventos en Berlín que iban a cambiar radicalmente mi país nativo (y el mundo). Porque estábamos en la víspera de la “ofensiva al tope”, que iba a cambiar de manera igual de radical mi país adoptivo, El Salvador.

Además, en esta madrugada del 9 de noviembre 1989, cuando en Berlín Oriental ya eran horas de la tarde y la gente comenzó a tomarse por asalto el muro que horas después iba a botar, yo anduve con una gran goma de mi cumpleaños. Había tomado demasiado la noche del 8 de noviembre, para quitarme la tensión de estos últimos días antes de la ofensiva.

Alguien me habló: “Está cayendo el muro de Berlín”. Encendí la tele y vi las imágenes de la gente bailando encima del muro, de masas pasando libremente la frontera que durante décadas había sido el famoso “telón de hierro” que dividía, Berlín, Alemania, Europa y el mundo entero.

Intenté hablarte, pero no hubo conexión. Luego, todo esto pasó a segundo plano, pasó la ofensiva guerrillera con todo su drama. Murieron muchos amigos. Después comenzó en serio la negociación para salir de la guerra que nadie podía ganar y nadie quería alargar.

Pasadas las fiestas en Salvador, donde celebramos la paz y el regreso de tantos exiliados y enmontañados, me fui para Berlín. Quería compartir con vos y otros compañeros de tantas jornadas de rebeldía la inmensa alegría que sentía por los eventos que habían cambiado tan dramáticamente mis dos países: Alemania se había liberado del muro, de la división, de la guerra fría. El Salvador se había liberado del militarismo, de la represión, de la guerra.

Nos encontramos en un gran abrazo, pero me di cuenta que yo estaba llorando de alegría y vos de frustración. Me preguntaste por qué habíamos abandonado la lucha. Y yo te pregunté por qué no estabas feliz que había caído este maldito muro. Vos no entendiste mi alegría, y yo no entendí tu frustración. Este fue el día que tomé conciencia que mi país era El Salvador, donde yo había formado parte de un proceso de cambio histórico, y no Alemania, donde la caída del muro y la reunificación, donde estuve ausente cuando la historia aceleró su paso.

Vos estabas frustrada, porque sentiste que con el muro y con el fin de la guerra revolucionaria de El Salvador se había desvanecido la utopía del socialismo. Yo estaba feliz, porque el régimen, que cayó con el muro, nunca tuvo nada que ver con mis sueños de libertad y justicia. Para mí, la caída del socialismo tipo soviético y el fin de nuestra guerra marcaron la hora de una nueva izquierda, al fin liberada de los horrores del estalinismo, en el caso de Alemania y Europa; y en Centroamérica, al fin liberado de la guerra.

Nuestra amistad, forjada en el calor de las rebeliones de los 60, nunca se recuperó de este desencuentro. Vos sigues creyendo que con la caída del imperio soviético y con el fin de las insurrecciones armadas en Centroamérica ganó el imperialismo. Yo sigo convencido que ganó la razón —y que ganamos nosotros, quienes siempre luchamos contra el autoritarismo y la represión: en Berlín, Praga, El Salvador…

Lástima que vos no podés compartir esta felicidad que yo siento cada vez que llegamos a fechas como hoy, 9 de noviembre, el día que cayó el muro y enterró al comunismo; o como el 31 de diciembre cuando firmamos el ceso al fuego.

Que me disculpen que esta carta salió tan larga, pero nunca he podido poner esto en papel, y era hora de hacerlo.

Un abrazo, Paolo Lüers