Alguien le aconsejó suicidarse, Jorge decidió vivir

Jorge Castro nació con malformaciones y coraje para aferrarse a la vida. Su madre, cuando lo vio al nacer, se desmayó. Ahora, él es el hijo amoroso que cuida de ella.

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Jorge Alberto Castro Vásquez, de 60 años de edad, pasa la mayor parte de su tiempo sentado en el suelo, rodeado de unas cuantas herramientas para carpintera y de madera que ocupa para elaborar instrumentos de cuerda. FOTOS EDH / Cristian Díaz

Por Cristian Díaz

2018-04-17 6:00:27

Jorge Alberto Castro Vásquez, de 60 años, pasa la mayor parte de su tiempo sentado en el suelo, rodeado de herramientas para carpintería y de madera que ocupa, principalmente, para elaborar instrumentos de cuerda que aprendió a hacer empíricamente, cuando apenas tenía 16 años de edad.

El sexagenario es un ejemplo para sus vecinos en la colonia Los Ausoles del cantón El Barro, en Ahuachapán, porque a pesar que sus extremidades inferiores y superiores no se desarrollaron con normalidad, nunca se ha dado por vencido para superar diferentes retos.

Para moverse de un lugar a otro, en su humilde vivienda, tiene que arrastrarse y gatear; pero cuando va a la ciudad para comprar materia prima, lo hace sobre una tricimoto a la que le adaptó una palanca de hierro para realizar los cambios de velocidades de forma manual.

El ahuachapaneco habla de su situación física sin trauma sicológico alguno, a pesar que en más de alguna ocasión le aconsejaron, cuando tenía 21 años, que se suicidara por su condición.

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Jorge Castro, un ejemplo de tenacidad para enfrentar la vida

Jorge Alberto Castro Vásquez, de 60 años, tiene discapacidad física en sus manos y piernas pero eso no es obstáculo para ganarse la vida elaborando instrumentos musicales. El oficio de la carpintería lo aprendió de manera autodidacta cuando tenía dieciséis años de edad.

“Un amigo me aconsejó que me diera un disparo”, recuerda.

Él no siempre tuvo tanta seguridad al hablar, ya que cuando entró en la etapa de la adolescencia comenzó a sentir pena de que las personas vieran su situación.

Sin embargo, ese sentimiento desapareció cuando en 1979, aproximadamente, viajó al municipio de San Pedro Puxtla, en el mismo departamento, para realizar trabajos de carpintería en la vivienda de un odontólogo.

El empeño que puso en las tareas encomendadas en la casa y su interés por aprender dicha área, llevó al odontólogo a instruirlo para que le ayudará. Jorge llegó a ser el encargado de elaborar coronas y puentes, entre otras prótesis dentales, durante seis años.

 

 

“Le doy gracias a Dios y a esa gente porque ese complejo se fue. Hoy no me causa pena que la gente vea mi caso”, manifiesta.

De San Pedro Puxtla se trasladó a la ciudad de Acajutla, en Sonsonate. Ahí trabajó, por algún tiempo, en el tema de la refinería de petróleo.

Y en 1988 se trasladó hacia Ahuachapán para dedicarse de lleno a la carpintería.

Jorge es el segundo de siete hijos que tuvo Rhina Arévalo Vásquez, quien dio a luz en su vivienda y colapsó cuando vio la malformación con la que nació el niño.

El ahuachapaneco narra que la impresión de su madre, al ver su estado, fue tan grande que pasó dos semanas en estado vegetal hasta que logró reaccionar.

“Mi papá tuvo la paciencia de empapar en un algodón leche del pecho de mi mamá para alimentarme durante ese tiempo”, explica Jorge.

Cuando cumplió dos años de edad fue ingresado en el Hospital San Rafael, de Santa Tecla, y pasó nueve veces por el quirófano.

Ocho de ellas fue porque sus piernas estaban sobre su pecho y la otra fue para unir su labio superior porque lo tenía cortado, “totalmente abierto”, dice.


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A su casa, en el cantón Sapúa, de Jujutla, donde vivían los padres, regresó a los cinco años de edad.

Durante ese tiempo aprendió a caminar con ayuda de muletas; pero el miedo de sufrir una caída lo hizo que dejara de usarlas.

“Empecé a caminar a gatas (…) así corría los animales en los cafetales”, relata.

También aprendió a montar a caballo e incluso a subirse a los árboles de coco para cortar la fruta. Sus pequeñas piernas le servían de agarre mientras hacía fuerza con sus brazos para llegar a la parte alta.

El oficio de la carpintería lo aprendió por iniciativa de su madre; su padre, Víctor Manuel Castro Aguirre, se dedicaba a dicho oficio.

Pero Víctor no tenía paciencia para enseñarle el oficio de fabricar muebles; sin embargo Rhina le encomendó a su hijo, entonces de 16 años, que le hiciera un pequeño mueble con reglas de madera que sirviera para secar los platos y las tazas.

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El habitante más anciano del municipio de La laguna, Chalatenango, dedicó gran parte de su vida a vender sorbetes artesanales. Ahora pasa postrado y solo se levanta de la cama con la ayuda de su familia.

La mujer tomó un pedazo de carbón de la cocina y dibujó en el suelo el diseño de lo que quería.

Jorge se negó a cumplir la tarea porque nunca había elaborado algo con madera; pero a los tres días logró cumplir la tarea.

Los vecinos, al ver el buen trabajo que había hecho, le comenzaron a encargar muebles similares.

“En ese entonces sí tenía pisto (dinero)”, bromea Rhina, actualmente de 83 años, en referencia a la gran cantidad de objetos que su hijo llegó a elaborar.

Ese primer trabajo dio la pauta para que aprendiera a hacer todo tipo de diseños en madera; aunque su amor a la música lo ha llevado a fabricar, principalmente, instrumentos como guitarras, requintos, mandolinas, contrabajos, vihuelas, y charangos.

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La atracción por la música lo trae en la sangre, ya que su abuelo y bisabuelo interpretaban diferentes instrumentos. Además, de pequeño integró una agrupación familiar.

Actualmente se dedica a elaborar los instrumentos; aunque no cuenta con las herramientas necesarias para optimizar el trabajo.

Un serrucho, un cepillo y pulidora, todos manuales, generan que apenas elabore una guitarra cada cinco días.

Su inteligencia y el deseo de movilizarse más rápido lo llevó hace diez años a diseñar un triciclo que se adaptara a sus condiciones.

De dos bicicletas viejas cortó los hierros a su medida y los pedales los colocó en la parte superior para que el vehículo fuera movido con las manos.

Cuatro años después tuvo la oportunidad de comprar un carro tipo buggie; pero se le arruinó a los pocos días.

Un señor que residía en la colonia Santa María se interesó por el buggie y le ofreció darle a cambio una tricimoto, Jorge aceptó.

A la tricimoto le coloca la madera que compra en la ciudad, a cuatro kilómetros de distancia de vivienda. Su deseo es tener una tricimoto con un motor más fuerte y que cuente con retroceso porque, en tiempo de lluvia, se le atasca en el lodo, por lo que debe de bajarse y empujarla con esfuerzo. Puede comunicarse con él a través del número telefónico 6128-7416.


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