La devoción con la que adultos y jóvenes católicos se involucran en las actividades de la Semana Santa es digna de admiración, pues cualquier tarea que su parroquia les asigne tiene para ellos un gran significado y es cumplida con gran responsabilidad y mucha emoción.
Óscar Armando Aquino Meléndez, un residente de Mejicanos, en San Salvador, es un testimonio de ello.
Hoy, Jueves Santo, Aquino Meléndez, quien tiene 20 años de edad y aproximadamente seis de servir en la parroquia La Asunción, liderará el grupo de ocho jóvenes que harán sonar las matracas y cadenas durante el recorrido de la procesión del Silencio por las calles de la localidad. Las matracas consisten en tablas de madera que sus extremos tienen un agujero para poder agárralas. Generalmente tienen dos aldabas o argollas de hierro , clavadas en ambos lados. Estas suenan cuando la tabla se gira rápido.
Con este ya van tres años en que el joven arrancará a esos instrumentos de percusión ese sonido seco, duro y repetitivo con el que tratan de recordar aquellos momentos cuando Jesucristo, tras ser capturado, era conducido en su camino de sufrimiento, pasión y muerte redentora.
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Según dice Óscar Aquino los soldados romanos iban sonando las matracas adelante, en medio y atrás de las líneas de esclavos, y la gente sabía el triste destino que les esperaba.
“Se siente alegría, pero a la vez cierta tristeza al recordar por qué se usan las matracas, porque se hacen sonar no solo por hacer bulla, sino porque en aquellos tiempos eran signo de que iba un esclavo condenado”, explica, cuando se le consulta a este feligrés su experiencia al hacerlas sonar.
El joven, quien tiene un empleo a medio tiempo y quiere terminar su bachillerato general para estudiar cocina y convertirse en chef, explica que el ruido que hacen con las cadenas durante la mencionada procesión, es para emular el que se escuchaba cuando los aprendidos arrastraban las suyas.
Óscar Armando sostiene que tocar las matracas no es tan fácil como podría pensarse, porque para hacer girar las matracas se requiere fuerza, coordinación y resistencia. Lo mismo con las cadenas. Sin embargo, con el tiempo se aprende.
“Cuando usted va muchas veces le van doliendo las manos y siente el cansancio y todo eso, pero es una alegría servirle al Señor”, manifestó, al tiempo de señalar que hay parroquias que no acostumbran sacar estos instrumentos porque no toman al Señor como un condenado.
Quienes se encargan de las matracas y cadenas se van turnando para superar la jornada.