Sobre el comercio y la cultura en los tiempos de antaño

“Cada hombre debe mantener una pequeña trastienda donde pueda ser él mismo sin reserva. En soledad, cuando me encuentro completamente solo, puedo conocer la verdadera libertad”. Michel de Montaigne (1533-1592)

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Foto Por Cortesía

Por Katherine Miller

2017-03-04 9:06:00

Después de leer la Ilíada y la Odisea de Homero y Las Nueve Historias de Herodoto, se nos ocurre que en las sociedades griegas y el Levante (controlado por Persia, hoy Irán, durante el siglo IV a.C.), regiones antiguas celebradas en estas tres obras maestras de la civilización occidental, las mujeres representan, como metáforas, los valores de la sociedad, el comercio y su desarrollo a través de los siglos.

Aquí voy hacer uso de lo que Michel de Montaigne, el gran autor de los Ensayos, escribiendo en el francés del Renacimiento del siglo XVI, denomina un essai—una tentativa o ensayo en el que se expresan opiniones personales con base en evidencias de muchas clases. También podemos citar al autor y filósofo inglés, Aldous Huxley, 1894-1963, para quien un ensayo es como “una dispositiva literaria para decir casi cualquier cosa sobre casi cualquier cosa”.

La oferta de este ensayo es, entonces, un argumento en el que se declara que desde las épocas más tempranas, los poetas e historiadores nos han presentado a las mujeres como representaciones de la actividad que es el motor de la historia, es decir, como metáforas para el desarrollo del comercio en la cuenca del mar Mediterráneo.

Consideremos el comienzo del primer libro de Las Nueve Historias de Heródoto, denominado Clio, quien es una de las nueve musas griegas de la historia y la poesía heroica. Allí encontramos cuatro mujeres: Io, Medea, Helena y Europa. Un barco de los fenicios llegó a la playa:

“Y se dieron desde luego al comercio…. Cargadas sus naves de géneros propios del Egipto y de la Asiria…. los negociantes fenicios desembarcando sus mercaderías, las expusieron con orden a pública venta. Entre las mujeres que en gran número concurrieron a la playa, fue la joven Io y otras jóvenes…. [los fenicios] arremetieron contra todas ellas y fueron metidas en la nave y llevadas después al Egipto”.

El comercio es el motor de la historia

Herodoto, Historias

Es decir, los fenicios robaron el comercio del Levante, una región, controlada por los Persas en este entonces.

Después, Herodoto nos cuenta que los fenicios fueron a Colchis y robaron a Medea, la hija del rey, mientras buscaban el vellocino de oro (que simbolizaba la riqueza del comercio del mar Negro). Los fenicios pidieron el retorno de Medea, pero los griegos contestaron que “ya que ellos no devolvieron a Io, tampoco les devolverían a Medea”.

Continúa la búsqueda de monopolios comerciales marítimos cuando Paris, en misión diplomática desde Troya va a negociar con los griegos en la corte del rey Menelao de Esparta (Lacedemonia). Durante su estadía, dice Heródoto, Paris “en efecto, robó a Helena”, la esposa del rey.

Ahora los griegos, en los tiempos de la Ilíada de Homero, no tenían comercio, eran grupos de tribus violentas que vivían del saqueo y de la extorsión. Mientras la ciudad de Troya, del rey, Príamo, y su hijo Paris, era una civilización avanzada, sofisticada, preciosa y elegante por la riqueza de su comercio con Asia Central.

Por lo tanto, se puede argumentar que Helena, la mujer más bella del mundo conocido, y, por lo tanto, emblemática del comercio, fue confiscada por los troyanos para mantener su monopolio del oriente del mar Egeo. Así es que la Guerra de Troya fue emprendida como guerra por el monopolio de las rutas marítimas del mar Egeo y el comercio emblematizado por la bella y deseable Helena, como metáfora.

Y luego, los griegos acordaron enviar embajadores a pedir la restitución de Helena, pero la respuesta era reclamarles el rapto de Medea con el vellocino de oro, que representaban el comercio del enorme y rico mar Negro rodeado por las regiones que iban a ser Rumania, Bulgaria, Ucrania y Asia Central. Los griegos juntaron un ejército numerosísimo, y “pasando a Asia, destruyeron el reino de Príamo [Troya]”.

Los griegos, como hasta hoy, pertenecían a Europa y los fenicios y troyanos a Asia. Llegamos al rapto de la bella niña Europa quien, cuando estaba recogiendo flores en la playa del mar, fue vista por Zeus, quien, disfrazándose como un bello toro blanco, se acercó a Europa y se acostó en frente de ella, invitándola a subirse en su espalda. El toro (Zeus), con Europa en su espalda se metió rápidamente al mar y la llevó desde Asia al otro lado del Helesponto —a Europa— donde ella dio su nombre al continente.

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Todos estos raptos ostensibles de mujeres son, en realidad, confiscaciones de sistemas de comercio y el origen de las guerras subsiguientes. Si un grupo roba lo que es más valioso a otro grupo y el contexto es la compra y venta del comercio, se puede suponer que estas mujeres representan el comercio marítimo de un país, región, reino o continente. Es decir, los fenicios robaron el comercio del Levante cuando raptaron a Io; raptaron a Medea con el vellocino de oro (que representa la posibilidad de riqueza por comercio en el mar Negro); Helena representa el monopolio del comercio del mar Egeo cuando fue robada y llevada a Troya; y la niña Europa representa la extensión del comercio desde Asia al continente de Europa.

El hecho de confiscar o monopolizar las vías marítimas para cortar, la posibilidad del comercio es representada, también, en la Odisea —y de una manera muy ingeniosa. Hacia el final del poema, en su largo viaje de regreso a casa Odiseo, al fin, llega a la playa de Ítaca, donde se encuentra un joven (quien es, en realidad, la diosa Pallas Atenas disfrazada). Ahora Pallas Atenas admira y quiere mucho a Odiseo, el griego epónimo: Homero lo describe como el hombre de muchas maneras—es decir, siempre se sale con la suya ya sea por engaño, manipulación o por mentira. La diosa pregunta el recién llegado ¿quién es?, a lo que Odiseo responde que es mercader de Creta y rey de los Tafios “quien aman a sus remos”. (Los Tafios conformaban un reconocido grupo de piratas, en un tiempo en que era difícil distinguir entre quien era comerciante y quien era pirata).

Con esta respuesta, la diosa sonríe porque sabe que está mintiendo; pero lo quiere de todos modos. Odiseo sigue: “Ahora he venido, como usted puede ver, con mi barco y compañeros, velando sobre el agua del mar color vino y azul, buscando bronce. Y la carga de mi barco es el hierro que brilla”.

Ahora, el poeta, Homero, también nos recuerda que el padre de Odiseo, Laertes, compró la nodriza de su hijo Odiseo, Eurycleia, “con algunas posesiones del valor de veinte bueyes,” reconociendo, así, la existencia de mercaderes.

Sir Moses Finley, de la Universidad de Cambridge y experto en la economía de la Antigua Grecia, nos explica que en esta clase de circunstancias, no existían mercados y que la búsqueda de ganancias operaba solamente bajo el principio del beneficio mutuo en la esfera de la violencia intercomunal, así que en este contexto se llevó acabo el intercambio de bienes que hemos visto en los episodios de Io, Medea, Helena, Europa y Eurycleia.

He aquí el ambiente y aventuras de los primeros mercaderes y empresarios, que sin mercados, intercambiaban sus bienes en ambientes de violencia, apoderándose de lo que era necesario y valioso: el comercio, representado, en la literatura, por la metáfora de lo que era lo más caro en su civilización: las mujeres.