Las palabras fueron entregadas al hombre para esconder sus pensamientos

En su Historia, Procopio ilustra lo que ha sido argumentado al principio de este ensayo.  Es un mensaje de hace mil cuatrocientos años que trae consigo la actualidad en su esencia.

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Por Katherine Miller / Doctorado en Estudios Medievales y Renacentistas de UCLA.

2017-01-07 8:00:00

Al examinar un objeto, un asunto o una acción desde diferentes ópticas, observadores de distintas tendencias de pensamiento a veces consideran que pueden tener apreciaciones levemente diferentes de la realidad, o, hasta opuestas a la verdadera realidad del mismo evento o situación. (Eso suele pasar especialmente si los observadores son ocurrentes.)

¡Que alivio que la realidad sea infinitamente más terca, y, por eso, no se la pueda alterar solo con palabras, aún si la intención -al aplicar una etiqueta fantasiosa- sea la de camuflar la verdadera esencia de un fenómeno!

En los tiempos de Shakespeare la gente decía: si el asesino se acerca al cadáver de la persona que ha asesinado, las heridas comenzarán a sangrar de nuevo. Y ese sangramiento será tomado como prueba contundente de que el asesino ha llegado a la escena. El dicho de los astutos observadores de aquellos tiempos isabelinos era “Murder will out!” (Es decir, se conocerá al asesino por el mero hecho de que la sangre de las heridas hablará y así se conocerá la verdad).

Las apariencias falsas cobran vida solo cuando la realidad de la situación no es reconocida por lo que es, o cuando la intención es la de disimular la verdadera esencia del asunto al llamarla por otro nombre. Hay esperanza, entonces, de que no se puede mantener por siempre la falsa apariencia de una situación.

Esta verdad también nos la enseña Ovidio, el poeta romano del primer siglo antes de Cristo, quien durante la Pax Romana fue condenado al exilio en las orillas occidentales del mar Negro por el emperador César Augusto. Desde las orillas del tumultuoso y violento mar Negro, Ovidio en su poema, Tristia (Tristezas), nos habla a través de los siglos, sobre la naturaleza real y falsa de este mar al cual denominaban Pontus Euxina, queriendo decir, con eso, que es hospitalario. “Mientan”. (El epíteto Pontus Euxina con el que los autores y la población llamaban al mar Negro y que en griego significa “amigable, calmado” para intentar apaciguarlo porque era violento y peligroso).

Hablemos del mar Negro un momento, porque es una de las fuentes históricas de la riqueza del comercio marítimo que humaniza las naciones.  En las neblinas de los tiempos antiguos, en la costa oriente del mar Negro, estaba Colchis, una ciudad portuaria muy reconocida, donde se dijo que los pobladores pegaron pieles de oveja a unas tablas y las colocaron en la desembocadura de los ríos en el mar Negro, así cuando fluían las corrientes sobre los pelos de las pieles, quedaban atrapadas pequeñas hojuelas de oro que bajaban en el agua desde las faldas de las montañas.  Al retirar las tablas con las pieles llenas de partículas de oro, había ocurrido una metamorfosis y ahora eran “vellocinos de oro”.

Pero, no obstante su apariencia, estos vellocinos representaban no solo pieles de oveja, si no que la riqueza del comercio y los bienes que buscaban Jasón y sus argonautas en el siglo III a.C. en su expedición a Colchis.  Sus aventuras y exploraciones están plasmadas en el poema La Argonáutica, del erudito y exquisitamente inteligente Apolonio de Rodas, director de la Gran Biblioteca y Museo de Alejandría en Egipto.

El poema, escrito en griego, relata la búsqueda del vellocino de oro-pero, léase, por favor, la metáfora: en realidad su viaje desde el mar Mediterráneo hasta el mar Negro representaba la expansión en búsqueda de las riquezas del comercio. Como ya sabemos, el mar Negro fue denominado, fantasiosamente, Pontus Euxina por los comerciantes y marineros. Eso lo hicieron con la esperanza de que, al mencionarlo con palabras bonitas y cariñosas ese mar violento y tumultuoso, cambiaría su apariencia, se calmaría, sería “hospitalario” con sus barcos y no levantaría tormentas durante sus viajes, como las que nos describió Flavius Arrianus.

Desde la historia y la mitología, Jasón, con su tripulación de semi-dioses y héroes míticos de la Antigüedad, como Heracles, Peleus (padre de Aquiles), Laertes (padre de Odiseas) y Orfeo (poeta y profeta de la mitología griega), zarpó desde el Chersonese, península griega en el norte del mar Aegeo hacia Colchis en el mar Negro en 1300 a.C., mucho antes de la Guerra en Troya.  Apolonio escribe su poema miles de años más tarde, celebrando los héroes que buscaban aventuras, y por medio de ellas, el desarrollo del comercio para sus sociedades. No hay contradicción.  Eran aventuras y proyectos comerciales a la misma vez.

La “apariencia” del vellocino de oro, que era nada más que la humilde piel de un carnero, en realidad representaba la incalculable riqueza del comercio marítimo de larga distancia, a través del peligroso mar Negro.  Así que, el viaje de los argonautas-los héroes y semidioses mitológicos, bajo el mando de Jason, hacia el otro lado del mundo conocido, no era una simple aventura de machos y varones.  Era la búsqueda de los medios comerciales para hacer crecer y alimentar a sus sociedades expresada en la captura, con gran audacia, del vellocino de oro.

Nos conviene descifrar la historia, que no es un cuento de hadas que se puede encubrir con velos engañosos, para llegar al fondo de lo que se presenta, a primera vista, con palabras elegantes, como un beneficio, pero que, al descodificar sus consecuencias se está frente a un desastre: el hundimiento de las vidas y trabajos de los que, con inocencia, compran la falsa interpretación de personas con poder que alegan que solo con sus palabras cambiarán la realidad.  Si el objetivo escondido en las palabras es hacer fracasar el comercio de una sociedad cuando se desaten las consecuencias será cierto que “Murder will out”, como dijeron los isabelinos.

De regreso al comercio en la Antigüedad, éste siguió creciendo y enfrentando obstáculos que no eran más que bellas apariencias cubriendo realidades falsas, vestidas como beneficios.      

Platicamos, un momento, con un tal Procopio, historiador bizantino, escribiendo su obra, La Historia Secreta en el siglo VI desde la corte de Constantinopla, capital del Imperio Bizantino entre el mar Mediterráneo y el mar Negro.  En sus páginas, Procopio avisó a los comerciantes que el mar Negro, aunque parece apacible, es un lugar que se debía evitar y no dejarse engañar por su apariencia, porque sus costas estaban llenas de piratas, bárbaros ladrones y deshonestos, además de tormentas furiosas.

En su Historia, Procopio ilustra lo que ha sido argumentado al principio de este ensayo.  Es un mensaje de hace mil cuatrocientos años que trae consigo la actualidad en su esencia.

Había una vez, dice Procopio, algo amenazando las rutas marítimas del Bósforo (estrechos entre el mar Mediterráneo y el mar Negro).  Los lugareños investigaron y descifraron las evidencias para descubrir que era una enorme ballena la que estaba atacando a escondidas sus barcos obstaculizando el comercio del que ellos vivían. Así que, cuando el monstruoso animal, un día, se atascó en las aguas someras de la playa, la población, al fin entendiendo, se apresuró y la cortó a tajos con hachas.  Procopio termina el episodio con la siguiente observación: “Si solamente fuera tan fácil en todas las circunstancias”.  El asunto es de desenredar y descodificar las aseveraciones de los ocurrentes hasta que concuerdan con la realidad.

FIN