¿Qué tiene que ver Aquiles con nosotros esta semana?

“Rabia—Diosa, canta la rabia de Aquiles, hijo de Peleus”.

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Foto Por elsalv

Por Katherine Miller

2015-11-14 8:28:00

Antes de saludar a nuestro protagonista, Aquiles, consideramos en La Ilíada la diferencia que Homero nos presenta entre los crudos bárbaros griegos y los elegantes y civilizados troyanos.  No podemos considerar a las tribus griegas de la península del Peloponeso, bajo ningún aspecto, como una nación. Eran una especie de guerreros, piratas, en búsqueda de la conquista de la riqueza de la serena de la ciudad portuaria y comercial, Troya. 

Alimentándose desde otros tiempos y otros espacios geográficos con mitos energizantes, que son más grandes que la realidad nacional, se puede jalar a la mentalidad de un pueblo, otra concepción del estado,  algo que es más grande que la realidad nacional deprimente que vive a diario, y así ayudarlos a pensar que se puede construir el estado de otra manera.  Y si llegan a pensar que pueden,  lo pueden hacer en realidad.  ¿Ejemplos, por favor?

Regresando a los griegos hambrientos de poder quienes zarparon de Mycenae para “recuperar” a Helena, la esposa de Menelao, hermano del gran Agamenón, encontramos a Helena, metáfora para la bella riqueza que los griegos anhelaban pero que no eran capaces, ellos mismos, a construir. 

Ahora, Helena, si existía, tal vez no existía solamente como mujer histórica que fue raptada de su esposo por el troyano Paris durante un viaje  a Mycenae.  ¿Puede que Helena, supuestamente la mujer más bella del mundo, hija de la mortal Leda, violada por Zeus (quien tomó la forma de un cisne para la ocasión) representaba, inevitablemente, la violencia (por su nacimiento, producto de una violación), y la ansia de conquistar la riqueza comercial—la belleza–de Troya.  

Otros poetas antiguos han presentado las mismas metáforas en los mismos términos.   Por ejemplo, Herodoto, siglos más tarde, comenzará sus Historias con la representación del rapto de mujeres de las playas del Levante por comerciantes marítimas de Fenicia con el mismo propósito de presentar a mujeres como objetos de valor en el comercio marítimo.

Así que, hemos comenzado con una visión antigua de gentes buscando formar una nación en la península del Peloponeso en la Grecia Antigua con Agamenón y Aquiles, quienes tenían sus ojos puestos en aquella ciudad legendaria de Helena de Troya:  Troya centro de una multiplicidad de rutas comerciales, marítimas y terrestres.  

Pero, para evitar la osificación intelectual, política y literaria tradicional que es la característica de la mayoría de las interpretaciones de La Iliada de Homero, comenzaremos con una definición de apoyo para el acercamiento a un análisis cultural, en conjunto con el desarrollo, en realidad, del comercio en un estado orgánico, prestado desde el pasado y transferido y adaptado al presente.  

Por nuestros objetivos de préstamo mítico de resonancias tomadas de la Antigüedad, hemos considerado como primera premisa que la guerra de los griegos era, en cierto sentido,  una representación parcialmente metafórica del saqueo-cum-rapto de la riqueza y de la magnificencia de Troya.

Y Helena era una metáfora, una representación del sueño de riqueza de los griegos bárbaros.  De hecho, un guerrero griego, bajo el mando de Agamenón en la flota que llegó a conquistar a Troya—un tal Odiseo, excombatiente—declaraba, después de su participación en la guerra de Troya, en otro poema:  “He saqueado a Troya”; “soy saqueador de ciudades”.  

La expedición de Agamenón y Menelao para conquistar “lo que era de él” (su esposa, Helena) tiene enormes dimensiones.  El poema celebra, con lujo de barbarie, la furia y avaricia para la gloria y botín de Troya de los griegos.  Veamos, también, sus pleitos internos.  

El poeta envuelve todos estos conflictos, que son en realidad, representaciones de la conquista comercial de Troya, por su riqueza, en un disfraz metafórico.  Es la representación de la fuerza y la violencia que requería la captura militar y saqueo del comercio marítimo internacional de la ciudad  para llevar la riqueza que  ellos no tenían:   una ciudad comercial que los griegos no tenían la habilidad de construir por si solos. (Léanse, el accionar de ISIS en la Europa del siglo XXI, o los idearios políticos que no son capaces de construir más que un estado tipo 1917, por correlación y analogía).

En el tiempo interno del poema, estamos en el décimo año de esta expedición, en las playas  frente a Troya.  Somos testigos a la situación en que Agamenón quita el “botín” de Aquiles.  La bella y valiosa Briseida es una geras, la icónica mujer cautiva como premio de combate que ganó Aquiles.  Regalada así a un guerrero, Briseida era una esclava o concubina.  

En este cuadro literario donde el hecho de ser dueño de mujeres—siendo, como eran—metáforas para riqueza y gloria, Aquiles–así como todos los griegos– era un guerrero que sufrió el rapto de su reputación cuando Agamenón le quitó su botín de guerra.  El mejor de los mejores, super-humano, casi dios, Aquiles es hijo de una diosa, y explota en una ira.  Y es la ira de un dios:  tremenda.  

Aquiles se cree superior a todos.  De hecho, el poema comienza, literalmente, con la palabra que será el tema de todo el poema:  Mena, que significa la ira, la rabia enorme de un dios.  En el griego antiguo, mena no es una palabra que se usa para referirse a un hombre.  Mena es la gigantesca rabia de un dios, ya que Aquiles es mitad dios, mitad hombre que sufre la ofensa de perder su reputación como guerrero ante sus tropas cuando Agamenón quita su premio, su geras, la mujer Briseida.

Pero Aquiles, en el transcurso del poema, es obligado a sufrir una transformación en la cual es forzado a luchar consigo mismo.  Es que, en su rabia, enfrenta el dolor y la muerte en vida.  Pierde su calidad de ser humano en las profundidades negras de la ira en su alma.

Homero, sin embargo, en el transcurso de su poema, nos presenta la ardua reconciliación de este guerrero feroz y salvaje con la humanidad, con sus tropas y consigo mismo—y eso no se efectúa por ninguna voluntad positiva de parte de Aquiles.  Este ser supremo es obligado a aprender casi inconscientemente—su espíritu doblado—de su propio enemigo.

El encogimiento y crecimiento violento, por fuerza, de la vida interior de Aquiles en el transcurso del poema son representaciones de un doloroso e involuntario resurgimiento de los sentimientos humanos mezclados siempre con la enemistad que siente en su trato con el antiguo Príamo, rey de Troya y padre del campeón troyano, Héctor a quien Aquiles ha quitado la vida.  

Frente al cadáver de Héctor, que Aquiles ha mutilado salvajemente en su rabia inhumana, presenciamos su anhelo involuntario, pero cantado en público, para el poder político intransigente simultáneamente en un conflicto casi irreconciliable, con su resucitación como ser humano.

El colmo es que este proceso de re-humanización la tiene que aprender de Príamo, su enemigo. Aquiles es obligado a aprender y reconectar con su vida interior como ser humano, reinsertándose así en su sociedad. Quiere mantenerse en el poderoso puesto de liderazgo con toda su gloria, pero es forzado a negociar su propia humanidad.   

Por su ira, Aquiles ha descendido a las profundidades y ha perdido su humanidad.  Solamente por medio de una reconciliación que Aquiles mismo, que por si solo no logra entender, puede volver a su humanidad.  Domina la fuerza intolerable, supera la pérdida de honor en los ojos de su sociedad polarizada y finalmente acepta la muerte de su amigo querido, Patrocles y, de allí, puede devolver el cadáver de Héctor a su padre. 

Con este acto, junto con sus lágrimas, presenciamos su humanización. Veamos la transformación cuando Aquiles domina sus propios instintos y sentimientos por la gloria y poder para llegar a conocerse de nuevo.  Vuelve, literalmente, a la vida.

El viaje interior de Aquiles cantado en la Ilíada comienza con la ira, la violencia, la ansia de poder sin límites.  Termina con el reconocimiento involuntario de la necesidad humana de la reconciliación.  La ironía es que es su enemigo quien tiene que enseñarlo como volver a ser lo que es:  un ser humano reinsertado en la vida de su pueblo.

Para concluir, regresamos a la pregunta con la que comenzamos.  ¿Qué es lo que Aquiles tiene que ver con nosotros esta semana?  El puente es que este pequeño país, en la costa del Pacífico, no existe fuera del flujo de la historia desde Antigüedad.    

Los protagonistas, en el proceso actual de hoy en día, esta semana—ya sean los terroristas jihadistas en París y en toda Europa, o los gobiernos manqués de la extrema izquierda que suscitan lástima—inevitablemente tendrán que pasar los mismos fuertes, tristes, espantosos e inevitables cambios humanos y políticos que pasó Aquiles. Y tienen que pasarlos  hoy, ahora, esta semana, en esta sociedad dividida en dos como eran Grecia y Troya, donde, sin embargo, hablaban el mismo idioma.

Es por eso que deben de alistarse los poetas, cineastas, compositores y novelistas para capturar la metamorfosis de la que el país será el escenario.  Es de esperar que la historia de Aquiles y Príamo sea un emblema con resonancias específicas para esta misma semana, ya sea para los terroristas responsables para la matanza en París, o en los congresos gubernamentales que no son capaces de superar anticuadas doctrinas que se enfocan en un especie de parasitismo que caracterizaban los griegos bárbaros de hace 3,000 años.  

Así como en Grecia y Troya: ni el estado puede sobrevivir sin el comercio, ni el comercio sin el estado.  No pueden ser dos estados, sino que uno.  Aunque Troya cayó, el mito energizante de la nobleza y riqueza que representaba Troya informó—e informa—la historia hasta nuestros días, en París.

Seguramente hemos avanzado durante los últimos 3,000 años desde la guerra en Troya.  Pero el corazón de la transformación que se tiene que buscar lo encontraremos en Aquiles esta semana.  Aquiles siempre es la clave.
FIN