Romero Beato

El beato ??scar Arnulfo Romero entregó su vida "como ofrenda de reconciliación y de paz", destacó el cardenal Angelo Amato

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El cardenal Angelo Amato en el momento de la Consagración. Foto EDH/ marlon hernández

Por Ricardo Chacón Lilian Martínez nacional@eldiariodehoy.com

2015-05-23 8:00:00

Cuando el delegado papal Angelo Amato leyó ante las multitudes la Carta Apostólica enviada por el Papa Francisco, Óscar Arnulfo Romero y Galdámez quedó declarado Beato. La fiesta en su honor se celebrará cada 24 de marzo. 

Al inicio de la eucaristía el arzobispo de San Salvador, José Luis Escobar Alas, pidió a la Iglesia que se considerara beato a Romero. Inmediatamente el cardenal Amato, Prefecto de la Congregación para las Causas de los Santos, tomó la palabra e hizo una remembranza del Obispo Mártir. La biografía resumida de Romero incluyó tres momentos: su formación, su trabajo pastoral al frente del Arzobispado de San Salvador y su fidelidad y sentir con la Iglesia universal.

Después, el mismo cardenal Amato leyó en latín —el idioma oficial de la Iglesia Católica desde hace 2000 años— un documento firmado por el Papa Francisco con el cual se declaró Beato al obispo salvadoreño. “Romero ha sido incluido en la lista de beatos de la Iglesia”, dijo el comentarista de la homilía mientras se develaba una imponente imagen del ahora beato Óscar Arnulfo Romero.

La celebración fue un acto impresionante, no solo por los millares de salvadoreños que se reunieron por los alrededores de la plaza del Salvador del Mundo, en San Salvador. Al menos 1,200 sacerdotes participaron en la celebración.

La ceremonia fue un acto eminentemente religioso, católico pero no confesional, sino que universal. Con la beatificación, la Iglesia reconoció la labor de un hombre de Iglesia, de un hombre comprometido con el Evangelio, de un creyente que siguió paso a paso las enseñanzas de Jesucristo. Enseñanzas que llevan a la muerte martirial, tanto al maestro como a sus discípulos.

Probablemente el momento más emotivo ayer por la mañana fue cuando las reliquias de monseñor Romero, la camisa ensangrentada que vestía Romero cuando fue asesinado, recorrieron el atrio en hombros de sacerdotes con estolas rojas (el color de los mártires), mientras se entonaba con fuerza y solemnidad el Salmo 71: “Tu reino es vida, tu reino es verdad, tu reino es justicia, tu reino es paz, tu reino es gracia, tu reino es amor… Venga a nosotros tu reino, Señor”.

El Arzobispo Escobar Alas agradeció al Papa, representado en el Cardenal Amato, que se haya reconocido a Romero como nuevo Beato de la Iglesia. Con ello, la Iglesia, El Salvador y el mundo tienen un modelo de cristiano a seguir: monseñor Óscar Arnulfo Romero.

La eucaristía fue vivida intensamente por millares de hombres y mujeres iluminados bajo un cielo que se unió a la fiesta con un halo solar.

Tanto para los fieles como para los diáconos, sacerdotes y obispos, la liturgia fue la oportunidad de completar dos misas que Romero, en cierta forma, no pudo completar: la de su martirio y la de su funeral.

Durante la homilía, el cardenal Amato subrayó que la muerte martirial de Romero no fue ajena a su vocación como cristiano ni a su vocación como obispo. Para explicarlo recordó que para San Agustín, Obispo de Hipona: “Predicar, amonestar, corregir, edificar, entregarse a todos es un gran peso, una grave responsabilidad, una dura tarea”. Por ello el santo obispo le pidió a Dios que le diera “la fuerza de amarle hasta el heroísmo o con el martirio o con el afecto”.

Según Amato, “lo mismo podría haber dicho monseñor Romero”.

El Cardenal explicó que el martirio del nuevo Beato no fue una improvisación, pues aún antes de su ordenación sacerdotal tenía claro que ello implicaba entregar su vida a Dios. Por eso escribió: “Dios mío, ayúdame, prepárame, Tú eres todo. Yo soy nada. Y, sin embargo, tu amor quiere que yo sea mucho; ánimo. Con tu todo y con mi nada, haremos mucho”.

Los acontecimientos llevaron a un Romero tímido y salud frágil a convertirse en un profeta: que no se predicaba a sí mismo, sino a Jesucristo y que, como él, llamaba a la conversión a quien fuera necesario, aunque ello implicara ser rechazado. 

¿Qué provocó ese cambio? En 1977, ante el cuerpo inerte de Rutilio Grande, Romero toma una decisión: colocarse al lado de los oprimidos.

Pese a la fuerza de sus denuncias, Amato considera: “Sus palabras no eran una provocación al odio y a la venganza, sino una valiente exhortación de un padre a sus hijos divididos”. Y ese es el primer milagro del que el Cardenal espera ser testigo gracias a la intercesión del nuevo Beato: la unidad y la paz en El Salvador.

Por eso, el representante del Papa espera que el martirio de Romero sea una bendición para el país: “Para las familias, para los jóvenes, para los pequeños, para los pobres, pero también para los ricos, en fin para todos los buscan serenidad, gozo y felicidad”.

La homilía concluyó con el recuerdo de las palabras de San Juan Pablo II: “Romero es nuestro”. Sin embargo, para Amato, el nuevo Beato también es de todos, pues para todos “él es el profeta del amor de Dios y del amor del prójimo”. Con la jaculatoria “¡beato Óscar Romero, ruega por nosotros!”, Amato selló su mensaje.

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