Policarpo Guevara el hombre al que le tocó volver de Honduras en 1969

"Son historias", dice Polo Guevara al contar sus recuerdos de aquel julio de 1969, cuando le tocó regresar con sus nueve hijos y su mujer del Valle de Jamastrán, en Paraíso, Honduras, tras sufrir el ataque de la Mancha Brava y del Ejército de ese país. A sus 101 años, estas son sus memorias

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Policarpo Guevara, de 101 años y medio, cuenta su "historia" sobre cómo le afectó aquel conflicto entre Honduras y El Salvador suscitado en julio de 1969.

Por Texto: Jorge Beltrán Luna. Fotos: Marlon Hernández sucesos@eldiariodehoy.com

2014-07-03 7:00:00

Policarpo Guevara recién ha cumplido los 101 años, pero a pesar de su añeja personalidad, tiene frescas en su memoria aquellas pesadillas que vivió hace 45 años, cuando vivía en el Valle de Jamastrán, departamento de El Paraíso, en Honduras, muy cerca de donde también vivía exiliado el expresidente, general Maximiliano Hernández Martínez, con quien cruzó unas cuantas palabras antes de que el conflicto entre El Salvador y Honduras explotara, a mediados de julio de 1969, según rememora el anciano.

Pese a tantos años, no precisa de bastón para caminar sin cepillar el piso y el Párkinson apenas se percibe en una de sus manos mientras sostiene una Biblia grande para comprobar que sí puede leerla sin lentes y, de paso, invitar a sus interlocutores a vivir el Evangelio.

Hoy, 45 años después de aquel conflicto, Policarpo vive sus más de 100 años, generalmente tendido en una hamaca colgada en el corredor de su casa en el cantón El Tamarindo, municipio de San Alejo, departamento de La Unión.

Allí, el lunes último de junio, Policarpo desgranó sus recuerdos que lo llevaron a 1959, cuando ya a sus 47 años ya era padre de nueve hijos; no tenía casa, no tenía tierras y en El Salvador, pese a describirse como un hombre trabajador, dice que no había forma de prosperar. Lo invadía la preocupación: qué le iba a dejar a su descendencia.

Por eso, un día de 1959 se largó para Honduras dejando a su mujer con nueve hijos. Se iba a trabajar y juró que volvería. Cumplió ambas promesas.

En cuanto llegó a Jamastrán se dedicó a la agricultura. Al año volvió a llevarse a su mujer y todos sus hijos. Se establecieron en una champa que un terrateniente hondureño le permitió hacer en uno de los terrenos que Policarpo le alquilaba para sembrar maíz y frijol.

La prosperidad en Jamastrán

Hacer 20 manzanas de maíz y frijol no era fácil. Pero Policarpo dice que lo lograba trabajando desde que salía el sol hasta que se ocultaba, mientras que los hondureños trabajaban solo de 6:00 de la mañana hasta poco antes del mediodía.

Al cabo de tres años, de alquilar y cultivar no menos de 20 manzanas, Policarpo logró comprar sus propias tierras, construir una casa digna para su mujer y sus nueve hijos, varias yuntas de bueyes y hasta compró un autobús de esos amarillos para ponerlo a trabajar en el transporte público, cuenta Policarpo.

¿Y este hombre qué no acaba de venir de El Salvador? Eso era lo que muchos hondureños que conocían sus orígenes se preguntaban, aludiendo a la pronta prosperidad del migrante salvadoreño.

Pero la vida de Policarpo y su familia transcurría entre el trabajo y las críticas mezcladas con admiración de sus vecinos hondureños.

“Fue ya a finales del (19)68 que se comenzó a sentir el fallón”, esto es que las relaciones con sus vecinos se comenzaron a poner agrias. En ese año se incrementaron las quejas de los hondureños referente a que los salvadoreños acaparaban grandes cantidades de tierra para sus cultivos. “Allí fue cuando empezaron a pelar las uñas”, afirma Policarpo.

Pero el hombre centenario dice que los terratenientes hondureños otorgaban cuanta tierra pedían los salvadoreños porque era una garantía de ganancia para ellos, pues los hondureños se caracterizaban por ser perezosos.

“Cuando yo llegué a Honduras encontré a hondureños que vivían en ranchitos de zacate medio cayéndose; me vine para El Salvador y esos mismos hondureños continuaban viviendo en los mismos ranchos que tenían cuando yo llegué en el 59”, asevera Policarpo.

Cree recordar que “la jugada”, el partido disputado entre las selecciones de Honduras y El Salvador, en San Salvador, fue un domingo. Ya el lunes siguiente comenzaron las agresiones contra el salvadoreño y su familia.

“Nos comenzaron a echar a la Mancha Brava, que eran los malandros. Era como que si aquí ahora nosotros les echáramos a los mareros los hondureños”, compara el anciano.

Cuenta Policarpo que ese mismo lunes, varios maleantes hondureños agarraron a su hermano, Isabel Guevara, y lo metieron en una pila de agua fría. Era de madrugada. “Le decían que lo echarían para El Salvador para que viniera a comer zacate”, recuerda.

En el Valle de Jamastrán, según Policarpo, vivía también un hermano del entonces presidente hondureño, Oswaldo López Arellano, quien respaldaba a los salvadoreños pues una vez que observó que una turba de hondureños gritaba a la familia de Policarpo que por ley debían marcharse de Honduras sin llevarse nada; el hermano del presidente les decía que eso era mentira y a los salvadoreños les decía que no debían hacerles caso.

“Es que después del partido de fútbol, los hondureños andaban poniendo una cosa como sello en las casas de los salvadoreños donde decían que cuando se regresaran a El Salvador no tenían que sacar nada de las casas o de las propiedades”, recuerda.

“No les crea, don Polo, a esos sinvergüenzas. Llévense todo”, cuenta Policarpo que le dijo una vez el hermano del presidente hondureño.

Una semana aciaga

Pero Polo, como también es conocido Policarpo, recuerda que después de aquel partido de fútbol, los ánimos contra los salvadoreños se incendiaron, no solo de civiles sino también de militares.

La tarde del jueves siguiente al partido entre las dos selecciones, llegó a su casa un camión cargado de soldados hondureños. Llegaron para llevarse a Efraín, uno de sus hijos, mientras este jugaba fútbol en el patio de su casa.

“Un teniente lo llamó y lo subieron al carro y se lo llevaron. De suerte, no lo mataron. Yo no era cristiano, pero le pedí a Dios que me lo librara de la muerte”, cuenta.

Esa noche no durmió pensando en Efraín. Polo cuenta que su intención era meterse a un cuartel con un cuchillo y matar a cuanto soldado pudiera. Pero no fue necesario.

Como a la 1:00 de la madrugada, Efraín volvió a casa. Logró escaparse de los soldados cuando el camión se les quedó atascado en un río.

Al siguiente día, armaron viaje para El Salvador. Ayudado por otro hondureño comenzaron a cargar cuanto pudieron en un camión que tenían.

Hicieron dos viajes hasta Santa Rosa de Lima, departamento La Unión, donde Polo había comprado una casa mientras estuvo en Honduras.

En el segundo viaje, en El Amatillo, los delegados de Migración le preguntaron si estaba loco para querer volver a Honduras. Ya la guerra estaba a punto de explotar.

“Y usted qué diablos va a hacer allá. Bueno, yo le voy a dar el permiso, Dios que lo socorra”, cuenta Polo que le advirtieron antes de internarse nuevamente en territorio hondureño, donde había dejado a casi toda su familia.

Al siguiente día volvieron sus hijos en el camión cargado con las pertenencias que pudieron echar. Polo se quedó unas horas más para vender la casa, dos vacas y una yunta de bueyes.

Las cuatro manzanas que tenía de terreno con dos casas grandes, más los semovientes los tuvo que vender en una cantidad risible. “Solo por no regalarlos”. Polo cuenta que el inmueble lo vendió en 2,500 lempiras; ya no recuerda en cuánto vendió su ganado.

En los últimos 45 años, Policarpo asegura que solo ha ido a Honduras una vez, a visitar a una hermana. Jamás volvió al Valle de Jamastrán, aquella tierra donde, según él, se cosechaba abundante maíz y frijol. “En ese tiempo se trabajaba a pura cuma para desyerbar y el maíz se sacaba sin necesidad de abono. No había entonces”, recuerda.

Hoy Polo considera que los papeles se han invertido. Son los hondureños los que vienen a trabajar a El Salvador en busca del dólar. “En Santa Rosa de Lima hay un montón trabajando”, afirma.

Hoy es él quien les pregunta a los hondureños qué andan haciendo aquí. Pero no lo hace con rencor sino de forma sincera. Él cree que los hondureños tienen en su país muchas tierras para trabajar y prosperar.

Sobre el conflicto que Honduras y El Salvador sostienen actualmente por la isla Conejo, Polo no puede evitar sonreír al decir: “Quizá les parece poquita la tierra que tienen los hondureños y por eso le quieren quitar esa isla a El Salvador. ¡Solo Olancho es más grande que todo El Salvador!”, afirma el anciano que aún tiene frescos sus recuerdos de aquel julio de 1969.

“Son historias”. Eso cree Policarpo, el hombre que prosperaba en Honduras, pero que la guerra lo hizo volver a El Salvador.