Adolescentes amenazados por pandillas dejan a sus padres

Desertan de la escuela y viajan solos

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Entre los repatriados, no es raro ver mujeres con bebés en brazos. Foto EDH / Jaime Anaya

Por Lilian Martínez lilian.martinez@eldiariodehoy.com

2014-07-04 8:00:00

Iván era un estudiante más de tercer ciclo, hasta que algo lo obligó a desertar. “A él lo habían amenazado, lo tuve que sacar, pues. Estaba estudiando y lo tuve que sacar de ahí”. Así explica su padre porqué él y su esposa decidieron mandar a su hijo a Estados Unidos solo y sin pagar coyote.

El adolescente estuvo lejos de sus padres 50 días. Su papá no sabe explicar porqué, desde que le avisaron que había sido detenido en México, tuvo que esperar tanto para que el adolescente regresara a El Salvador. “Podrían ser negligencias, en algún aspecto, y también que para pasar, hubo (…) falta de documentación y eso lo hizo que estuviera más tiempo”, considera.

Iván, cuyo nombre se omite por razones de seguridad y por respeto a la Ley, es uno de los 64 menores de edad que regresaron ayer al país, a bordo de tres autobuses procedentes de la estación Siglo XXI de Tapachula, México.

Siete días habían transcurrido desde que el adolescente le dijo adiós a su madre y a su padre e inició el viaje sin papeles. “El día que lo agarraron se comunicó con nosotros. Estuvo en el D.F. (…) Allá estuvo casi la mayor parte del tiempo”, explica su padre. Hace ocho días lo trasladaron a Tapachula.

¿Cómo era el sitio donde estuvo el adolescente tras ser detenido por los agentes de migración de México? ¿Se encontraba bien ahí? Iván responde: “¡Bien no, porque estábamos encerrados! (…) Es como la prisión, pero sí lo dejan salir a jugar un rato, de ahí lo vuelven a meter”. De 10 de la mañana a 7 de la noche, según el adolescente, podía salir a jugar “pero ahí mismo”, dentro del recinto donde, como suelen decir las autoridades, “estuvo resguardado”.

“¿Qué pasó cuando te detuvieron?”, pregunta El Diario de Hoy, él explica: “Cuando me agarraron estuve dos días en bartolinas. A uno le quitan las cintas (de los zapatos)”. Detrás de las rejas había tanto menores de edad como adultos. En sus palabras: “Ahí lo tienen revuelto”.

En busca de esperanza

Iván no es el único adolescente al que sus padres han dejado ir… Gustavo también desertó del instituto de San Salvador donde estudiaba. Se omite su nombre por seguridad.

Según su padre, dentro de dicho centro educativo hay pandilleros que hacen lo que les da la gana: “Ahí violan a las muchachas y el director no dice nada”.

Con 17 años y sin haberse graduado de Bachillerato, Gustavo explica porqué decidió viajar sin papeles: “Por la violencia que hay en el país. Que ahora ser joven es un delito. Los mareros lo comienzan a seguir a uno. Si uno no quiere, toma la decisión de irse”. Al preguntarle ¿qué tendría que tener este país para que vos no pensaras más en irte? Él responde: “Que disminuyera la violencia, que hubiera más trabajo”.

El viaje de Gustavo terminó en Cuixtla, el 26 de junio. Los agentes de migración lo hicieron abordar un microbús tipo Combi. “Ahí pasé como tres horas, de ahí me llevaron a un delegación de migración”, explica. En ese lugar, según recuerda, no había comodidades: “Dormíamos muchos, no cabíamos. (…) En el aula que estábamos había como ciento cincuenta o ciento veinte. En cada colchoneta, en el suelo, dormíamos tres”. Cuando Gustavo llegó a ese sitio de resguardo, según él, se había impuesto un castigo: “No nos dieron cobija ni colchoneta”.

Tanto Iván como él se quejan de la comida. Gustavo describe el menú: “Una comida como rezagada, sucia, las tortillas olían mal (…) Frijoles feos, simples, sin gracia. (…) Lo que sobraba lo volvían a llevar”.

Cuestionado sobre qué se podría mejorar del trato recibido desde que lo capturó la migración mexicana hasta su repatriación, él sugiere: “La comida, el trato de los guardias… (…) Si uno les pedía un favor, como un jabón para bañarse decían ‘¡no, ahorita no, más al rato!’. Tal vez quería llamar uno de emergencia con la familia y decían que no; ‘más al rato’, decían; cuando ellos querían. Yo no, pero la mayoría de niños gritaban y decían que tenían hambre y eran las doce… A las doce (meridiano) les daban el desayuno. A las tres el almuerzo, como a las siete, a las ocho (de la noche) la cena”.

Gustavo dice haber visto, aproximadamente, 300 niños en el sitio donde esperó a ser repatriado en Tapachula, donde permaneció ocho días.

Lo que le espera a este joven no es fácil: “Uno no puede cumplir lo que quiere, uno quiere como prosperar, pero aquí en el país no puede uno. Yo iba allá por buscar mis estudios, terminar mis estudios. Y después seguir adelante”.

Para los padres de este joven dejarlo ir no fue fácil. A sus 17 años nunca había salido del país. Para quienes se preguntan ¿cómo un padre y una madre pueden dejar irse a un hijo solo, el padre de Gustavo confiesa: “No es fácil deshacerse de un hijo, si no fuera por esta situación que está viviendo nuestro país. Ser joven en este país es un delito. Es bien difícil, uno no está, si sale nuestro hijo a buscar trabajo, mejor prefiere uno trabajar, para que su hijo no salga por la situación que se está viviendo en El Salvador”.

El padre también cree necesario que en El Salvador haya oportunidades: “Nosotros le hacemos ganas para salir adelante. (…) Nosotros como padres ¿cómo quisiéramos deshacernos de nuestros hijos?”.

El padre asegura que donde viven es una zona peligrosa, tanto, que él prefiere llevar y traer a Gustavo con tal que no ande solo en bus. “¿Dónde ustedes viven ya han matado a algún muchacho?”, pregunta El Diario de Hoy. El padre responde: “¡Ah, sí! Los asaltos, que de repente se oye una balacera y que esté el muerto. Nada más, hoy que veníamos, iban dos ambulancias…”.

Al notificar la repatriación, personal de Relaciones Exteriores advirtió al padre de Gustavo que “se pudo haber cometido delito” al permitir que el muchacho se fuera. La respuesta de este hombre fue: “Si haber enviado a mi hijo es un delito, lo asumo con responsabilidad. (…) ¿Usted sería capaz de permitir que a su hijo le pase algo cuando sale? (…) Es por conservar la vida de mi hijo”.