“La Semana Santa es lo más grande que hay”

Desde hace 10 años es el presidente de la Asociación Vía Crucis, Iglesia El Calvario. Entregado cien por ciento al trabajo del templo, su labor es parte fundamental de una tradición que inunda de esperanza a los capitalinos

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En el Santo Entierro, él y los miembros de la asociación usan una túnica negra y el respectivo cucurucho.

Por Tania Urías comunidades@eldiariodehoy.com

2014-04-15 7:00:00

Cada año millares de católicos inundan la llamada calle de la Amargura para participar de las actividades de la Semana Mayor en la capital, el punto de partida es la iglesia El Calvario, desde donde salen tanto la procesión del Vía Crucis como la del Santo Entierro.

El anda de Jesucristo cargando la cruz y la urna del Santo Entierro se engalanan tanto con flores como con millares de detalles y un grupo de capitalinos acompaña ambos eventos solemnes vistiendo sus mejores galas.

Llegar hasta ese día ha requerido semanas, meses de preparación tras los cuales hay una asociación de católicos que prepara desde la vestimenta de las imágenes hasta la comida de algunos feligreses que llegan de todas partes hasta El Calvario.

Son unas 125 personas, entre hombres, mujeres y niños, que organizan cada detalle de los viernes de Cuaresma -las andas que recorren cada estación- y durante la gala mayor: la Semana Santa, están prestos a participar en las dos procesiones del Viernes Santo, que atraen a millares a la capital.

Tras este grupo hay un hombre, regordete y alegre, que habla deprisa y siempre luce ocupado, no cumple aún los 34 años, pero ya lleva 10 dirigiendo a estas personas que organizan dos de las procesiones más grandes e importantes de la capital salvadoreña.

Se trata de Eliseo Merino, presidente de la Asociación del Vía Crucis de la Iglesia El Calvario. Es el presidente más joven elegido nunca antes en este tipo de organizaciones- fue nombrado así a los 23 años- y asegura que planificar las actividades de Cuaresma y los eventos propios de la Semana Mayor, lo llenan de inmensa alegría.

Licenciado en ciencias jurídicas y maestro de educación artística, combina sus actividades profesionales con las de la iglesia y tiene tres días que son sagrados para él; todos los domingos y los jueves y viernes de Cuaresma, en los que las actividades de la iglesia El Calvario son su prioridad.

Lleva ya casi 15 años como miembro activo de este templo, y ha debido aprender y enseñar también, desde a elaborar un arreglo floral hasta cocinar tamales o planchar las ropas del Señor.

Ha pasado la mitad de su vida involucrado en las actividades de la iglesia y considera a Jesucristo como el amor de su vida, y a la Semana Mayor como el tiempo de conversión más valioso.

Un trabajo loable

Es un viernes de Cuaresma y el intenso calor no es obstáculo para que Eliseo, junto a un grupo de chiquillos que no sobrepasan los 12 años, se dispongan a preparar el anda que de la iglesia La Merced (en representación de la de San Esteban), salga hacia El Calvario, como parte de las actividades propias de la época.

Dirigidos por este hombre alto y de pasos presurosos, unos niños cortan pedazos de papel para pegar en tiras de tela el mensaje que llevará el anda de esta semana, otros planchan la ropa de la imagen y otros más corren a sacar fotocopias del mensaje escrito que repartirán durante la procesión.

Eliseo interrumpe sin problema la conversación cada vez que un niño o adolescente se acerca a recibir instrucciones, se levanta, da más indicaciones, se va, regresa y sigue en sus afanes. Hay mucho por hacer y está tan emocionado con su trabajo que por momentos olvida la presencia de extraños en la iglesia.

Él es así, siempre comprometido con el trabajo de la Asociación Vía Crucis El Calvario, una labor que eligió cuando aun no cumplía los 24 años y que lo apasionó hasta el día de hoy, porque le permite mantenerse cerca de Jesucristo e intentar llevar una vida libre de pecados.

La Semana Mayor tiene un significado importantísimo para él. De hecho, durante la Semana Mayor llega a El Calvario el día jueves y debido a lo intenso de las actividades no regresa a su casa sino hasta el Domingo de Resurrección. Cada día de esa semana no duerme más de dos horas diarias.

“He dejado la mitad de mi vida aquí y no me arrepiento, lo volvería a hacer… Todas las Semanas Santas me han marcado. Cada una es un nudo en la garganta, cada una huele diferente. Es el llamado más tremendo que uno puede tener, el dolor más profundo de Jesús… Esto es el amor de mi vida…”, concluyó emocionado.