Asesinato de agricultor hunde en la pobreza y abandono a huérfanos

La alcaldía Monte San Juan (Cuscatlán) se ha puesto a la disposición para recibir ayuda, para la gente que está interesada en hacerlo.

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En la única habitación de la vivienda se realizaron los rezos del novenario de las dos víctimas mortales, el pasado jueves. Foto EDH / Húber Rosales

Por ??scar Iraheta Twitter: @oscar_iraheta

2014-04-25 8:00:00

Los que asesinaron al agricultor Candelario y a su hijo Abel Ernesto, de 17 años, en el cantón Soledad de Monte San Juan, el Lunes Santo, jamás imaginaron en la mayúscula pobreza que dejarían a una viuda, sus nueve hijos y a tres nietos que están a su cargo.

El Diario de Hoy visitó el jueves pasado a los dolientes durante el novenario de Candelario y Abelito, como les llamaban de cariño sus amigos y familiares, y constató la pobreza extrema y el abandono en la que viven los huérfanos.

De los 12 niños y de María, la viuda, solo un par de familiares, vecinos y un empleado municipal les han brindado ayuda. De ahí, nadie más.

No hay seguridad, ni cercana o perimetral, no hay ayuda médica, sicológica y las instituciones del Estado no aparecen, a pesar de que algunas tienen en sus visiones ser las “responsables de la implementación y vigilancia de la Política Nacional de Protección de la Niñez y Adolescencia y el que vigila los derechos de las niñas, niños y adolescentes en El Salvador”.

Así como los nueve hijos de Candelario y sus tres nietos, en El Salvador cientos de niños quedan en el desvalimiento tras los asesinatos de sus padres por parte de las pandillas y la violencia.

El doble homicidio cometido por mareros de la zona, según la Policía, hundió más a la familia de doña María que vive en condiciones insalubres y de pobreza.

También la muerte del agricultor ha provocado un daño sicológico entre sus hijos con más entendimiento. Nunca habían vivido una situación tan triste como esa.

María no tiene palabras para disfrazar la realidad y solo se limita a decirles que “está en el cielo y ya no vendrá nunca”.

Son las 9:30 de la mañana, María está más tranquila comparado con el día del asesinato de su esposo y su hijo. Se le nota fatigada y sin arreglo en su apariencia.

Dice que no ha parado de trabajar desde la medianoche de un día antes, para salir a tiempo con los preparativos para los tamales que dará a los que asistan al novenario de su esposo.

A la maratónica tarea se han unido sus amigas y vecinas. Entre todos, lograron reunir cerca de 12 gallinas indias para más de 400 tamales.

“Nos agarró la tarde”, comenta Rosa, mientras parte las bien alimentadas gallinas para los tamales. La señora dice que era amiga de Candelario desde hace más de 20 años.

Otros amigos se han comprometido en comprar pan dulce, otros café y azúcar. Ese día hubo abundancia en la casa de María. Pero solo fue ese día.

La pobreza, y la falta de la persona que llevaba la comida y corría con el gasto de la casa se intensifica cada día más, lo que para María solo refleja un inminente calvario con el que vivirá de ahora en adelante.

“Aún estoy triste, pero debo de resignarme y seguir en la vida. Hemos pasado días difíciles sin mi esposo y sé que vendrán otros peores, pero acá estamos, hoy le celebraré los nueve días a mi viejo”, comenta la viuda evidentemente triste.

En otras partes de la casa, los hijos de María que ya son adolescentes cortan hojas de huerta, acarrean agua y hacen oficio. Diez de los niños son menores de 10 años; el más pequeño de todos tiene cinco meses. Hay dos menores que tienen 12 y 14 años. Solo la mitad de ellos asiste a la escuela del cantón Soledad.

Otras amigas de la familia cocinan los frijoles, otras, la masa, la salsas en las improvisadas cocinas de leña en la tierra. En fin, nadie para de trabajar.

Ninguno de los vecinos del caserío le ha dado la espalda a María e hijos. Algunos expresan que no le podrían pagar con nada los innumerables favores que Candelario les hizo durante los más de 25 años que tenía de vivir en la zona.

“Él (Candelario) nos regalaba maíz, frijol. Era colaborador y muy buen vecino con todos. Nunca nos negó un favor y siempre fue buena persona”, recuerda Rosa.

La numerosa familia vive en una casa de bahareque, plástico y lámina, construida hace varios años por Candelario. Pero ya estaba muy dañada. Entraba el agua llovida por el techo, y el viento por las ventanas.

Candelario era propietario del terreno donde vivía por una herencia que le dejaron sus padres. Él nació en ese lugar. Además de trabajar en un terreno como capataz, ordeñaba vacas.

Para sumar un poco de dinero, llevaba leche a su casa, pero no para consumo de su familia, sino para elaborar cuajada y luego venderla entre sus vecinos.

Un familiar y otros hombres arreglaron el techo el fin de semana pasado, “al menos ya no se mojarán las señoras rezadoras”, dice María.

“Un amigo que trabaja en la Alcaldía me ha prometido construirme una casita. La querían hacer antes del novenario pero ya no hay tiempo”, indicó la señora.

La vivienda solo tiene una habitación. Ahí velaron a Candelario y a su hijo. Ya no hay velas y las flores están marchitas. En la misma casa solo hay una cama en deplorables condiciones y un mugriento colchón. Ahí duerme María con todos sus hijos.

“No quería trabajar este año y quería descansar”

María relató que semanas antes de ser asesinado su esposo le comentó que este año no quería trabajar en la tierra, ya que estaba cansado.

“Me dijo que quería descansar un poco y que mejor compraría los frijoles y el maíz cuando se nos acabara lo que sacó de la cosecha anterior. Quizás algo presentía. Gracias a Dios me han dejado la comida para varios meses”, expresó la viuda.

Sin embargo, María le dijo a su esposo “que trabajara una parcela nada más, ya que los hijos mayores al no tener donde trabajar se podían dedicar a la vagancia y que mejor se entretengan un poco sembrando”.

Fue por eso que Candelario se dedicó a trabajar una parte del terreno que le alquilaba un compadre, ya que la víctima no tenía terrenos propios.

Las sospechas del doble asesinato

El día del doble asesinato Candelario salió a trabajar la tierra, y le pidió a Abel Ernesto que le acompañara como siempre lo hacía.

“Abel era el más tímido de todos los hijos de don Candelario. No le gustaban los problemas y siempre era apartado y de pocas palabras”, comenta un amigo de la familia.

La fuente dice que a las dos víctimas ya las habían amenazado los pandilleros que se movilizan en las montañas del lugar conocido como Monte San Juan, del cantón Soledad.

Hace unas semanas los mareros de la parte de abajo del pueblo interceptaron a Abel y lo cuestionaron sobre las razones del por qué pasaba por las veredas del referido lugar.

Abel no respondió a los cuestionamientos y prefirió ignorar a los pandilleros.

“Ese día lo amenazaron y le dijeron los pandilleros que no lo mataban en esa ocasión era porque andaba con sus hermanos menores”, afirmó la fuente.

“Ellos se confiaron. Nunca creyeron que los iban a matar porque eran personas que no se metían con nadie y no le gustaban los problemas. Candelario era un hombre trabajador y desconocedor de las pandillas que cometen ilícitos acá en esta zona”, agrega la fuente.

Por el doble homicidio, el cual se cometió en el río La Flor o Misapa, el cual divide Monte San Juan y Rosario, hubo una supuesta captura; sin embargo, hasta ayer las autoridades no han hecho pública más información de la investigación.

El doble asesinato fue con saña, ya que aparte de los múltiples disparos, los homicidas también utilizaron machetes para rematarlos. Sus cuerpos quedaron a un lado de la ribera del mencionado río.

El doble asesinato provocó repudio en las redes sociales y muchos lectores de www.elsalvador.com en el extranjeros se mostraron conmovidos por el cobarde ataque.