“Lanzaron a los dos niños al agua y se fueron”

Los hondureños decomisaron una lancha a dos pescadores, a quienes abandonaron con dos niños en aguas profundas

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Miguel ??ngel Fuentes denuncia que militares hondureños lo abandonaron, tras decomisarle su lancha, en aguas profundas.

Por Jorge Beltrán Luna sucesos@eldiariodehoy.com

2013-12-05 7:00:00

Miguel Ángel Fuentes vive en Punta Jocote, un caserío a la orilla del Golfo de Fonseca. Vive de la pesca, como muchos unionenses y también como su hermano, Felipe.

Está casado con una hondureña con quien ha procreado un hijo que ahora tiene siete años. Miguel asegura que su vida como pescador ha cambiado desde hace aproximadamente un mes, cuando fueron interceptados por un grupo de militares hondureños mientras pescaban en una parte del estero La Ceiba.

Un día, a bordo de una lancha propiedad de su suegro, que es ciudadano hondureño, él y su hermano Felipe estuvieron en peligro de morir ahogados. Pero lo grave de eso es que, junto a ellos, se iban a morir también su hijo y su sobrino, de siete y ocho años.

Ocurrió cuando, de súbito, una lancha con cinco militares hondureños, entre éstos un sargento, más un policía, aparecieron y los encañonaron con sus fusiles. Eran como las 11:00 de la mañana. Felipe está consciente de que andaban en aguas hondureñas, en busca de camarón.

El sargento al mando le ordenó a Miguel que se bajara de la lancha, es decir, que solo tenían intenciones de llevarse la embarcación con su hermano Felipe y los dos niños.

La parte en la que estaban camaroneando es muy profunda, según Miguel, por lo cual le dijo a los militares que no lo podían dejar abandonado a su suerte. Sin embargo, los militares pusieron tiro en las recámaras de sus fusiles. “Vos allí te quedás”, le dijeron los hondureños.

Miguel insistió en que no podían dejarlo allí, pues prácticamente lo estaban dejando en un lugar donde al subir la marea podría morir ahogado o perderse buscando salir a tierra.

Entonces Felipe advirtió que o se los llevaban a todos o los dejaban a todos. Y el sargento le ordenó que se bajara de la lancha. Luego lanzó a los niños al agua, mientras estos lloraban.

“No varón, no sea así. En su conciencia quedará si a los niños les pasa algo”, suplicó, pero el sargento le apuntó con el fusil en la cabeza.

De acuerdo con Miguel, lo que hicieron fue cargar a sus hijos en la nuca para que estos no se hundieran. A pesar de los ruegos de otros salvadoreños, a quienes también llevaban capturados, los militares los dejaron abandonados; también a pesar de que Miguel les hizo ver que su hijo tenía la nacionalidad hondureña.

Por suerte, la marea estaba seca y al poco rato pasó una embarcación cuyos tripulantes los auxiliaron sacándolos del lugar a tierra firme. Al siguiente día, su suegro pudo recuperar la lancha tras comprobar que era hondureño y la embarcación era de su propiedad, no así las redes que estaban inservibles e irreparables.

Más soldados y más armas

Miguel afirma que los hostigamientos de los militares hondureños han sido más palpables a partir de que, según él, el presidente salvadoreño, Mauricio Funes, dijera algo sobre la isla Conejo que molestó a los hondureños.

Tanto es así que, según este pescador, en Amapala hay aproximadamente 15 lanchas decomisadas a pescadores salvadoreños.

“¿Por qué no dejan las cosas así (sin discutir sobre la pertenencia de la isla Conejo), para que todo siga tranquilo como antes?”, se pregunta Miguel, quien, como otros pescadores entrevistados por este diario, afirma que Honduras ha incrementado la cantidad de soldados, armamento y embarcaciones en esa isla.

Si antes el número oscilaba entre 10 y 15 hoy podría haber casi unos 100 militares con ametralladoras calibre 0.5, efectivas contra embarcaciones o vehículos de poco blindaje o contra aviones en vuelo rasante, según fuentes militares consultadas al respecto.

Otros pescadores que han sido detenidos y que antes de llevarlos a Amapala han ido a la isla Conejo aseguran que las tropas hondureñas también tienen no menos de dos morteros de calibre 81 milímetros.

Desde aquel día en que los hondureños lo abandonaron a su suerte en el estero, Miguel no se aleja mucho, mar adentro, cuando pesca. Y ya no permite que su hijo lo acompañe, pues sabe que a los soldados catrachos no les importa atropellar los derechos de sus mismos ciudadanos. Le preocupa que la situación pueda empeorar, pues no sabe hacer otra cosa que pescar para mantener a su familia.