“Mi teatro propone una posibilidad de esperanza…”

Jorgelina Cerritos es actriz y dramaturga. Es miembro de Los del Quinto Piso. Su obra ha recorrido Latinoamérica y ha sido traducida al inglés e italiano. Una ley y un ministerio de Cultura es lo que pide para El Salvador

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Mi teatro propone una posibilidad de esperanza...

Por Texto: Tomás Andréu Fotografía: René Estrada

2013-12-27 7:00:00

El Teatro Nacional de San Salvador huele a religión. No por su preciosa arquitectura interior, sino por su solemne silencio. De él sale una mujer que entre los brazos trae el mejor regalo que le ha dado la vida: una niña de apenas 13 meses de edad.

Se trata de la mujer que cambió la sicología por el teatro. Le apostó a ese camino y ahora habla con toda propiedad sobre él. Cuba le otorgó en 2010 un prestigioso reconocimiento: el Premio Casa de las Américas. En El Salvador lo obtuvieron Roque Dalton, Manlio Argueta, Claribel Alegría y Mario Lungo. Jorgelina Cerritos se convirtió así en la primera mujer en alcanzar tan importante galardón para el teatro salvadoreño.

Con “Retratos de aldea en blanco” obtuvo en este 2013 el título Gran Maestre en Dramaturgia. Antes (2004) ya se había agenciado otro: el Gran Maestre en Teatro Infantil.

Para romper el hielo, ¿podría decirnos quién es Jorgelina Cerritos?

(Ríe). Qué manera más fácil de romper el hielo… Soy una mujer salvadoreña que se dedica en cuerpo y alma y a tiempo completo al teatro en sus diferentes facetas: actriz, dramaturga, facilitadora de talleres. También soy madre y esposa. Ese cúmulo de roles lo asumo con el mayor de los gustos.

La creación necesita mucho tiempo, concentración, afinación. ¿Cómo logra desenvolverse artísticamente con esos roles?

Ser madre es uno de los nuevos roles en mi vida. Mi bebé tiene 13 meses y es algo que todavía estoy aprendiendo. El punto en todo esto de los roles es la disciplina y la dedicación. Cuando decidí que el teatro era lo mío, entonces discriminé todo aquello que consideré un obstáculo. Hay gente que me dice: Vos sos sicóloga. ¿Por qué no ejercés? Pero yo siempre he considerado el teatro como una profesión. Por eso voy discriminando los ruidos que a veces otros pueden considerar necesarios en sus vidas. Nunca lo he considerado y nunca me ha gustado dedicarme al teatro en mi tiempo libre. Más bien acomodo en mi tiempo libre las otras cosas que no son directamente teatrales.

Aunque no ejerza la sicología, ¿cómo le ha servido esta para sus creaciones?

Como parte de tu formación está ahí. No te podría decir si de manera consciente he utilizado la sicología a la hora de abordar a un personaje en un escrito o en una escena. Considero que es un conocimiento que vas acumulando y que está ahí y en el momento que lo necesitás echás mano de él.

Cuando dijo “Mi apuesta es el teatro”, supo hasta dónde quería llegar. Lo menciono por los premios que han aparecido en su carrera desde el año 2000.

Lo que imaginé es que quizás iba a tener mi propio grupo, que iba a hacer mi propia propuesta de teatro para y desde este país. Sí tenía claro que iba a encontrar compañeros con los cuales iba a coincidir en una estética y una ética teatral. Si me hubiesen dicho en aquel momento que iba a tener un reconocimiento internacional por dramaturgia… hubiese dicho: eso está difícil.

Y con esta trayectoria de carrera y de premios, ¿dónde estuvieron las dificultades?

Las primeras dificultades aparecen cuando te enfrentás con el deseo de hacer un teatro más profesional. Llega un momento en el que decís “necesito más formación”. La carencia formativa en El Salvador es un bache que todos los creadores de teatro de mi generación hemos experimentado. La escasez de espacios ha sido otra dificultad. Cuando uno dice “me dedico a tiempo completo a esto” está diciendo que esperás trabajar y comer de esta profesión. En el ámbito como escritora, dramaturga la dificultad ha sido comprender que el teatro también es un hecho literario y merece y necesita ser publicado. Es algo que yo considero vital.

¿Con cuál de sus obras considera que ha dado un salto en su carrera?

Definitivamente con “Al otro lado del mar” [premio Casa de las Américas (Cuba) en 2010]. El premio me sacudió desde la base. Me dije: “He dado un salto más grande del que yo pensaba allá fuera”. Asumirme actriz en la juventud (1993) era más fácil porque no sabía las dimensiones de lo que estaba asumiendo. Ahora, casi 20 años después, las palabras son más grandes de lo que pensaba. Sin darme cuenta todo esto venía como un tsunami. Por ejemplo: “Respuesta para un menú” y “Retratos de obra en blanco” son anteriores a “Al otro lado del mar”. Son las que dan origen a la dramaturgia que empiezo a escribir desde 2010 hacia acá. Ahí veo mi salto.

Corríjame si estoy equivocado. Su obra tiene una preocupación por explorar al ser humano, pero desde la infancia, la soledad, por los túneles que este atraviesa. Es muy intrínseca, espiritual….

Sí, hay una preocupación por el ser humano, por esa esencia. Creo que parto de la persona de este país, no de la humanidad en general. Parto de la Latinoamérica con la que estamos tan emparentados en lo social, cultural y económico. Lo que he descubierto hasta el día de hoy es una necesidad de hurgar en mí con la confianza de que esos dolores de la infancia, que esos dolores de la adultez, que los miedos de la vejez no son solo míos, sino que encuentran eco en otras mujeres, en otros hombres. Incluso en mis piezas infantiles encuentro niñas preocupadas por el poder ser. Me gusta eso de espiritual, no lo había pensado de esa manera…

Sí, su obra no desemboca en un grito existencial, sino que es una especie de esperanza, de alivio, de salud emocional.

Sí. En el camino he descubierto que en mis piezas, por drástica que sea una realidad como en “Vértigo 824”, aún ahí planteo una esperanza. Soy alguien que tiene fe en que la humanidad puede hacer algo para cambiar. No importa que esa esperanza esté puesta en una mariposa, en una golondrina, en un perro. Puede estar puesta en lo más ínfimo. Por eso sí creo que mi teatro propone una posibilidad de esperanza.

Otra pieza que me pareció socialmente muy combativa por el abordaje de la homosexualidad y el machismo fue “Anafilaxis”. ¿Esta se aleja de sus otros trabajos?

La considero emparentada tanto con la poética escritural como con la temática. La homosexualidad está presente, pero también el tema de la familia. Para mí la base de “Anifalaxis” es esta familia destructiva, corrosiva, castrante que está fundamentada en un padre opresor, represor y en unos hijos (dos hombres) incapaces de moverse. Hay una abuela que está como un padre que está castrando, reprimiendo. Anafilaxis en el fondo se trata de la familia, de quién nos construye de la forma en que somos, porque al final de cuentas somos una construcción social. “Anafilaxis” está muy cercana a “Vértigo 824”, porque ahí estamos hablando de una familia violenta, agresiva. Hay un padre abusador de su esposa, de su hija. Hay incesto, se habla de suicidio. Se está reflejando la parte más oscura de la sociedad contemporánea.

¿En qué momento aparece la diversión? ¿Viene al escribir, al ver escenificada su obra o al ver los premios?

En todos esos momentos. Es extraño: después de leer mis obras o al verlas escenificadas me pregunto por qué escribo esto que me hiere, que me lastima, que me confronta con esas partes de la infancia o de la adolescencia que quisieras que hubiesen sido de otra manera. Encontrás una especie de gozo, no de diversión, porque estás exorcizando cosas. “La audiencia de los confines. Primer ensayo sobre la memoria” habla sobre la realidad política de nuestro conflicto armado. Estamos hablando de un tema duro, pero hay una escena que se llama “El circo” y es divertida. En los premios hay una parte de satisfacción que no podés negar, te dan seguridad y a un país como el nuestro le dan posición en el exterior. El problema con los premios es el ego, y en ese sentido, es bueno saberlo apartar.

Usted ya consolidó varios peldaños en su carrera y tiene premios como el Casa de la Américas o el George Woodyard. Después de eso no se ha preguntado ¿y ahora qué hago?

Da miedo. Después de escribir “Al otro lado del mar” me costó varios meses volver a escribir. Me preguntaba: “Ahora qué hago, qué sigue”. Seguí escribiendo. En algún momento se te quita el miedo, porque la necesidad de decir más cosas es más fuerte que el temor y te obliga a escribir. El George Woodyard me sacudió nuevamente. Afuera te piden estudios sobre tu obra y eso tampoco te los esperás. Cuando la euforia pasa, solo te queda seguir trabajando. Si algo vendrá, caerá por su propio peso.

José Saramago decía que los temas lo elegían a él y no al contrario. ¿En su caso cómo es el proceso de creación?

Solo sé que algo está ahí. No me pongo racionalmente a pensarlos. Tengo una obra pendiente, pero sé que el personaje se llama Ana. Los temas me asaltan, no voy yo tras ellos. Se ponen en medio del camino y me dicen: “Aquí estoy”.

Los escritores, periodistas necesitan a un editor. ¿A usted quién la edita o a quién le muestra su trabajo escrito?

A Los del Quinto Piso. Ellos tienen un mirada crítica, no es complaciente. Les leo mi trabajo, me pongo nerviosa porque sé que no me van aplaudirán. Mi primera confrontación, fuera de mí, es con ellos.

Hoy por hoy ¿cómo ve la escena teatral en El Salvador?

Está atravesando un buen momento a nivel de propuestas, porque son profesionales, provocadoras. Algunas alcanzan un gran nivel estético, son capaces de dialogar en el extranjero. Los trabajos aquí mismo en El Salvador están generando una propuesta a tono con Centroamérica, incluso con las de Suramérica. Estamos haciendo muy buen trabajo. Creo que cojeamos en la creación del público, porque nosotros trabajamos para alguien, para dialogar con la otredad, si no la escena no se complementa. La demanda del teatro en El Salvador tiene que crecer.

¿Alguna vez le han cerrado las puertas a su trabajo?

Creo que antes de ganar el Premio Casa de las Américas, el único grupo que se interesaba en montar mis obras eran Los del Quinto Piso. Mis maestros y los de mi misma generación [decían]: “Sí, como que Jorgelina escribe”. Había esa nebulosa. Sí creo que pasó eso… Es que creo que para nosotros como El Salvador es muy difícil darnos crédito a nosotros mismos y eso nos hace más daño que bien. Antes de eso ningún director, salvo Víctor Candray, decía “quiero leer una obra tuya para ver si la monto”. Eso cambió desde 2010 hasta la fecha. Incluso grupos de teatro me llaman para preguntarme si podemos hacer algo juntos. Hay un antes y un después. Trabajar para y desde mi país es la razón de ser de mi trabajo. Algunos me han preguntado por qué es importante un premio nacional después de tener otros que son internacionales y yo les digo que escribo desde aquí y para nosotros. El reconocimiento a nuestro trabajo desde nuestro país es fundamental.

Vamos a comicios en 2014. ¿Qué espera de estas elecciones presidenciales?

Para mí es importante que se defina una ley de cultura. Se han generado propuestas para esto. Esa ley debe de ser viable. Otra cosa: ¿Vamos a dar el salto al ministerio de Cultura? Eso es una gran carencia que tenemos en El Salvador. Para mí las instituciones son una reivindicación de la sociedad. Si tenés una institución, pues tenés a dónde abocarte, a quién pedir, a quién acudir, a quién demandar, a quién proponer, con quién trabajar. Otro tema que está en el tapete es la formación. Creo que eso no solo depende de un ministerio de Cultura, sino de la conformación de ministerios multidisciplinarios: qué dirá Economía, Educación. Es importante que entremos al diálogo internacional con otros ministerios de Cultura.