Salvadoreño sobrevive a cautiverio de Los Zetas

Sus dotes culinarios le valieron para ganarse al cabecilla del cártel, para que lo trataran bien y le impusieran un impuesto más accesible para su familia

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Pedro Antonio (nombre ficticio) cayó en manos de Los Zetas, en su anhelo de llegar a Estados Unidos. Foto EDH / Miguel Villalta

Por Jaime López sucesos@eldiariodehoy.com

2013-10-26 8:00:00

Un salvadoreño soñaba con encontrarse con su retoño que recién había nacido en los Estados Unidos, pero en su desesperación por llegar a ese país, vía terrestre, cayó en manos de Los Zetas en México.

Los narcos lo secuestraron porque no pagó 7,500 dólares en concepto de peaje o impuesto que todo inmigrante que atraviesa su territorio debía cancelarles.

Pasó un mes y tres días en cautiverio hasta que su familia pagó el “canon” exigido en julio de 2012.

Durante su estancia conoció los diversos movimientos delictivos de ese cártel y compartió las penas de decenas de compatriotas y otros centroamericanos que se encontraban en similares condiciones en su paso al sueño americano.

Pedro Antonio, (nombre ficticio) a los tres días de su secuestro, se ganó la confianza y la simpatía de sus secuestradores. Le valió que era cocinero, especializado en preparar comidas rápidas a base de pastas.

Gracias al conocimiento del buen gusto, Los Zetas lo separaron del resto de inmigrantes, lo que significó mejor trato, relacionarse con los cabecillas y el respeto de las mismas autoridades mexicanas sometidas al cártel.

Tres días después de haber sido privado de libertad, relata Pedro Antonio, llegó un sujeto en una camioneta de lujo y le dijeron que se subiera, “les pregunté: qué pasaba, ¿me van a matar?”.

La inquietud de Pedro Antonio era porque todavía no había pagado los 7,500 dólares que por su rescate le habían pedido, dinero con el cual no contaba su familia.

La camioneta donde se había subido era manejada por uno de los jefes o padres de Los Zetas, quien le manifestó que su hijo cumplía año y quería que le hiciera una comida especial como él la sabía hacer.

En sus primeros tres días de cautiverio, a Pedro Antonio le había tocado hacer el aseo en los sucios sanitarios de la casa. Su alimentación, al igual que los demás; era solo el almuerzo y la cena; en el primero le servían una pequeña porción de huevo con jamón, acompañado de unas tres tortillas (delgadas) para tacos y por la tarde, un plato pequeño con sopa.

En su separación del resto del grupo cambió el menú que le daban.

“De ahí para allá me dijo (el jefe de Los Zetas): ya no vas a lavar trastes ni hacer aseo en los servicios sanitarios, tu comida va a llegar aparte y será mejor”, relató el salvadoreño.

Agrega que a diferencia de los 15 centroamericanos detenidos en la casa donde él se encontraba, a él lo dejaban salir a realizar mandados. “Me dieron un celular para comunicarme con ellos y un perro doberman para que me acompañara”.

Pedro Antonio relata que un día realizaba un misión de Los Zetas en el pueblo, cuando una patrulla lo detuvo, lo pusieron manos sobre el vehículo y lo registraron.

Al encontrarle su documento de identidad, el agente le dijo que lo detendría para deportarlo a El Salvador.

Pedro Antonio tomó el celular y llamó al “Padre” o el “Jefe” para informarle lo que le sucedía.

“Pásamelo me dijo… que te está pasando, no Padre (contestó el policía), usted conoce a este chamaco, (el jefe le respondió) sí, a este chavo nadie lo va a tocar y corré la voz, para que nadie le vaya a ser nada y si no ya sabés que les va a pasar. Vos sabés que con nosotros nadie juega”, relató Pedro Antonio, para dejar claro, el nivel de poder que tiene el cártel de Los Zetas en México.

Tanta era la confianza que el salvadoreño se había ganado, que lo ponían a llamar a familiares de las víctimas para exigirles sumas de dinero para su rescate.

Exigía rescate a familiares de víctimas

En uno de los casos relató cómo se dirigían a los familiares:

“Señora acá tenemos a su hijo, se llama fulano de tal, si usted no nos manda los 7,500 dólares para el viernes o dentro de tres días, le cortamos el primer dedo. Dicho y hecho, en un tablón ponían la mano y le cortaban el dedo al migrante si su familia no cumplía.

La gente que recibía la llamada, sobre todo en Estados Unidos, se asustaba y hasta pedía una prórroga de una semana para enviarles el dinero”, confesó el salvadoreño.

Un día el jefe hizo una fiesta en su mansión e invitó al salvadoreño para que compartiera con ellos, degustaron platillos especiales, bebieron licor e incluso, lo obligó a endrogarse a punta de pistola.

Pero aún en el jolgorio, el salvadoreño no perdía de vista su destino, encontrarse con su hija en Estados Unidos. A un mes y tres día preguntó al jefe qué pensaban con su situación.

El capo le contestó que por considerarlo “ser una persona a todo dar”, solo le cobrarían 450 dólares de peaje. Pedro Antonio llamó a sus padres para que depositaran esa suma a la cuenta de Los Zetas.

Un día después que el dinero fue cobrado por Los Zetas, le dijeron que podía continuar su viaje a Estados Unidos. Sin embargo, le pidieron que se quedara con ellos y que formara parte de su estructura delictiva.

El preguntó qué requisitos debía reunir; y le dijeron que dar la dirección del lugar donde reside su familia, la cual sería corroborada por uno de ellos en El Salvador. El requisito era por si algún día se retiraba o le quedaba mal al cártel, su familia pagaría con su vida.

Aunque lo motivaron para que siguiera con ellos, pero pudo más el amor de padre para encontrarse con su hija.

Pero aún con todo, Los Zetas le dejaron la puerta abierta por si regresaba o lo detenía la migra en Estados Unidos, en esos casos le dijeron que los buscara, porque le ayudarían, según le prometió el capo.

Pedro Antonio siguió su travesía y luego de pasar el río Bravo, una patrulla de Migración de Estados Unidos lo detuvo.

De ahí lo llevaron a una penitenciaría donde permaneció cerca de cuatro meses y estuvo incomunicado con su familia.

La situación era crítica, y Pedro Antonio temía lo peor en sus padres, pues padecen de diabetes, lo que podía provocarles un paro u otra crisis, al pensar que habían matado a su hijo. Por último lo deportaron en un vuelo de Estados Unidos a El Salvador.

A su regreso al país, Pedro Antonio regresó con sólo 30 dólares y una deuda de varios miles de dólares.

El viaje se había convertido en toda una tragedia, Pedro Antonio había gastado todos sus ahorros que logró de 2008 a 2012 para viajar a Estados Unidos y reencontrarse con su hija.

Ya en el país, cuatro meses después lo llaman de la Dirección de Migración y Extranjería para notificarle que había sido seleccionado en un programa de emprendimiento con apoyo de la Organización Internacional de las Migraciones (OIM) tomando en cuenta que era un buen cocinero.

“Me compraron todos los implementos para poner mi negocio: un horno, una refrigeradora, latas para hacer pan y materia prima con lo que monté mi negocio en San Vicente”, afirmó.

En poco tiempo, el negocio había sido un éxito, vendía entre 270 y 280 dólares diarios. Todo iba bien, preparaba alimentos para escolares de diferentes centros educativos.

La bonanza llegó hasta que los pandilleros le impusieron 75 dólares semanales de “renta”. “A veces me pedían renta en la mañana y en la tarde también, solo porque uno de los cabecillas había salido del penal. Además le exigían bajo amenazas que les preparara comidas especiales gratis.

Recuerda que un día viajó a Ilobasco a comprar materia prima para su negocio y lo asaltaron, lo despojaron de casi mil dólares, todo su capital de trabajo.

“Me dejaron con los brazos cruzados”, explicó.

Con ese golpe, la delincuencia llevó a la quiebra total a Pedro Antonio quien empleaba a tres personas particulares, él y su esposa.

Habló con sus padres y estos lo ayudaron a que abandonara el departamento de San Vicente.

Ahora reside en un lugar de la zona metropolitana, pero ya el negocio no es el mismo. Su confianza es levantarse de este mal momento y superarse de nuevo.