“Efecto cucaracha” en bandas de región C.A.

Estudio esboza cómo narcotraficantes evaden persecución

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Efecto cucaracha en bandas de región C.A.

Por Tomás Guevara Corresponsal en Washington

2013-08-01 8:00:00

El crimen organizado y las pandillas operan en el Continente con el “efecto cucaracha”, pues cuando se enciende la luz de alerta en un país para combatirlo, migra hacia zonas oscuras o más vulnerables.

Esta es una las conclusiones de un grupo de investigadores convocados por el Woodrow Wilson Center en Washington, DC, que propone en un novedoso estudio para entender las dinámicas cambiantes de los grupos que ponen en aprietos la seguridad pública en los países de la región en su afán de traspasar los cargamentos de ilícitos.

Difundido en días recientes por el influyente laboratorio de ideas (“think tank”) mejor conocido como el Centro Wilson, “La diáspora criminal: La difusión transnacional del Crimen Organizado y cómo contener su expansión” ofrece un análisis acucioso y profundo de las mutaciones que experimenta el crimen organizado en sus esfuerzos por evadir la justicia, grupos como carteles de drogas, estructuras de pandillas y redes de traficantes.

Editado por Juan Carlos Garzón y Eric L. Olson, los investigadores Garzón, Marianna Olinger, Daniel M. Rico y Gema Santamaría llegan a la conclusión de que “la mano invisible del estado de las cosas le ha ganado el pulso a la ‘mano dura’ del Estado”.

“Las respuestas dadas por los gobiernos, especialmente aquellos que han privilegiado el peso de la fuerza —como la denominada ‘guerra contra las drogas’—, en lugar de contener la difusión criminal han sido factores de empuje que la han esparcido a nuevos territorios”, explica el estudio.

La evolución del crimen

Las zonas que atraen al crimen transnacional son los países con mayor corrupción, con más impunidad y con menos capacidad institucional para reaccionar ante las amenazas que suponen esas estructuras criminales.

“Las organizaciones criminales, para evitar la detección después de que la luz se ha encendido sobre ellas, se han desplazado de un municipio a otro, de un país a otro, en busca de lugares más seguros y autoridades estatales más débiles”, detalla Garzón en el primer cuerpo del informe de 142 páginas.

A la par, los investigadores revisan la compleja trama de la inseguridad ciudadana, en su combinación con otros flagelos como el narcotráfico en regiones tan vulnerables como el ya conocido Triángulo Norte de Centroamérica, que conforman El Salvador, Guatemala y Honduras.

Esta región, explican, ha visto un recrudecimiento de la inseguridad ciudadana a raíz de los cambios y logros que han experimentado países como Colombia.

El puente natural

Mientras mayor fue la presión en el Cono Sur para combatir las redes criminales, estas se robustecieron en México, y de ahí el efecto de su migración hacia el estrecho centro del Continente que se configura como el puente natural entre el Norte y el Sur.

A esto se suman las acciones de las pandillas, las cuales se han fortalecido en las últimas dos décadas, y de las que cada vez hay más pruebas sobre las conexiones que tienen con el tráfico de drogas, la venta de armas ilegales y el tráfico de personas.

También a las pandillas se debe el incremento de la delincuencia sobre áreas que están bajo su control criminal en países como El Salvador, Guatemala y Honduras, donde la MS-13 y la mara 18 se disputan el control territorial.

“Los procesos de la fragmentación de las organizaciones criminales se han hecho más intensos, sin que esto signifique, necesariamente, menos ilegalidad y violencia”, expone el estudio.

“La fragmentación de las estructuras criminales ha sido acompañada de la emergencia de nuevas generaciones de delincuentes, cada vez más jóvenes y con mayor disposición a romper la disciplina mantenida por las organizaciones tradicionales”, agrega.

“Además”, indica, “la influencia creciente del crimen organizado sobre las agrupaciones locales, con la utilización de pandillas y bandas para todo tipo de actividades ilegales, están teniendo profundas repercusiones en la seguridad ciudadana”.

Santamaría, asesora de la Organización de las Naciones Unidas (ONU) para el tema de seguridad en la región, analiza en su estudio “La difusión y contención del crimen organizado en la subregión de México-Centroamérica” el tema de las pandillas en el norte del Istmo.

La investigadora maneja la tesis de que se ha dado una tercera transición de las pandillas en países como El Salvador, Guatemala y Honduras, lo que implicaría la desaparición de las pandillas tal y como las conocemos en la actualidad, al alejarse cada vez más de la forma de operar como una “mara” tradicional para robustecerse como estructuras o bandas criminales.

“Bajo este esquema”, escribe, “hay evidencias de que algunas ‘clicas’ están tratando de formar alianzas con grupos criminales transnacionales para obtener beneficios de la extorsión, el narcomenudeo y el tráfico de armas. Por el momento no es posible establecer si esta transición se está dando de manera colectiva o consensuada o si se limita a ciertas células o miembros”.

Según la investigadora, las fuentes analizadas para evaluar esta postura indicarían que por el momento las pandillas no estarían participando en conjunto, no así sus miembros o exmareros, que estarían sumándose a grupos para subcontratos que proveen servicios a las estructuras macro del crimen organizado —el sicariato, la provisión de armas y la mano de obra— para diversas actividades de apoyo.

Santamaría revisa también los planes de contingencia que implementaron las autoridades de los países del Triángulo Norte, que siguieron el ejemplo de Estados Unidos en aplicar cero tolerancia al combatir las pandillas.

Estos esfuerzos de “mano dura” activaron mecanismos más agresivos de respuesta de las mismas estructuras criminales, en un contexto centroamericano muy distante del de la potencia del norte.

“Paradójicamente”, concluye Santamaría, “lo que ha sido señalado como un factor que sí disparó la articulación transnacional de estos grupos son las estrategias de combate o de ‘mano dura’ que tanto Honduras, como Guatemala y El Salvador adoptaron desde principios de la década de 2000, basados en cierta medida en los modelo de cero tolerancia impulsados en Estados Unidos”.

“Por ahora”, sugiere, “basta decir que la articulación transnacional de estos grupos parece coincidir con una segunda transición en el fenómeno de las pandillas en Centroamérica”.

Cada uno de los cuatro bloques de esta investigación plantea una serie de recomendaciones, tanto para tener una perspectiva más aguda para atacar el crimen organizado y la inseguridad ciudadana, así como para entender la dinámicas cambiantes de estos grupos, que ponen cada día en aprietos los vulnerables sistemas de seguridad pública en Centroamérica.

“La diáspora criminal” está disponible en el sitio de Internet del Centro Wilson, tanto en la versión original en inglés como en español, donde el lector puede seguir el acopio de la información y el banco de datos consultados por los expertos para presentar sus análisis.