Deficiencias en la atención de pacientes renales

Nefrólogos, a titulo personal, investigan causas del problema renal desde 1999

descripción de la imagen
Pacientes reciben la terapia de hemodiálisis en el hospital nacional Rosales, en San Salvador. Foto EDH / Mario Amaya

Por Yamileth Cáceres nacional@eldiariodehoy.com

2013-07-06 8:00:00

Las salas de los servicios de Nefrología en los hospitales públicos están saturadas. El elevado número de casos de insuficiencia renal en el país comenzó a alertar a los especialistas allá por 1999, fue en esa época en la que iniciaron a título particular las investigaciones para conocer qué estaba sucediendo en el país.

Catorce años después, los trabajos continúan y hasta hace poco esta labor fue retomada por la parte gubernamental y se le ha dado realce.

Ramón García Trabanino, uno de los especialistas que se ha dedicado a estudiar la enfermedad en el país, manifestó que el problema tiene de 13 a 15 años de estar ahí, pero se desconoce cuándo se inició, porque el Ministerio de Salud no les proporciona el registro de la enfermedad, de diálisis y trasplante.

Para Trabanino lo que ha aumentado es el interés público por la enfermedad, la cantidad de casos que se diagnostican y se atienden.

“Pero los pacientes siempre han estado ahí, muriendo en silencio”, dijo.

La atención en los hospitales públicos se ha deteriorado con el paso de los años, debido a la elevada cantidad de pacientes que se atienden y a la poca inversión.

“Estamos contentos que al fin el gobierno esté haciendo algo (investigación), pero se está invirtiendo una gran cantidad de recursos en encontrar la causa, pero paralelamente no se está atendiendo a la gente de forma correcta y adecuada”, dice Trabanino.

El médico lanza las siguiente interrogante: “¿A la gente que está enferma, qué le ofrecemos?, estamos ocupadísimos buscando la causa y no estamos atendiendo a los que ya están enfermos de una manera correcta”.

Los servicios de nefrología están saturados, en el Rosales se diagnostican mensualmente 50 pacientes nuevos con la enfermedad renal terminal. En el hospital Bloom es de uno a dos casos.

De acuerdo con el Ministerio de Salud (Minsal), en 2011 se registraron 311 nuevos casos. El 78 por ciento de los casos fue en hombre.

En ese mismo año, 721 personas fallecieron en los hospitales por esta causa.

“Esta gente sigue muriendo por falta de atención, cada año en El Salvador muere muchísima gente más por enfermedad renal que por sida, dengue, diarrea y todo esas otras enfermedades en las que se gastan millones”, añadió el especialista García Trabanino.

Por su parte, el nefrólogo Carlos Henríquez dijo que en los últimos 15 años se ha aumentado la sobrevida del paciente, en salud pública arriba de cinco a 10 años, y en el Seguro Social a más de los 20 años con tratamiento sustitutivo.

Esta situación provoca que los servicios se congestionen, pero no se disponen de los programas necesarios para tratar a estos pacientes.

“Lo más grave del asunto es que no estamos resolviendo el verdadero problema del paciente que ya tiene insuficiencia renal terminal”, dijo Henríquez.

De acuerdo con el nefrólogo, se ha mejorado el tema del diagnóstico temprano, pero ahora la dificultad está en la capacidad del sistema para resolver la situación.

“Esos (servicios) ya están al tope porque tenemos pacientes de 10 años (de estar en tratamiento) todavía en los hospitales que deberían estar en su casa, que deberían estar trabajando”, opinó Henríquez.

¿Qué se necesita para avanzar en el tema?

Henríquez reconoce y lamenta que no exista una política de trasplante, que no exista impulso a los programas de diálisis ambulatoria y que falten recursos para mejorar la capacidad de diagnósticos de la enfermedad temprana y evitar que lleguen a diálisis.

“Ya sabemos de dónde vienen, quiénes son, cómo están; el médico comunitario nos ayuda a identificarlo; lo malo es cuando llega al hospital y no podemos atenderlo porque no tenemos los recursos, ni de diagnóstico ni de tratamiento”, acotó.

Un reflejo de ello se puede apreciar en el programa de trasplante del Bloom, el único en el sistema público que pasó parado 21 meses.

Las operaciones se suspendieron porque en distintos momentos faltaron reactivos, medicamentos y tiempo de los médicos para coincidir en horarios, entre otros factores.

El 22 de mayo pasado, Jorge Zelada fue operado, después de esperar por más de dos años. Ahora actualizan los exámenes de dos jovencitas más quienes han tenido que repetir parte de los estudios por más de tres veces a la espera de una fecha para la cirugía.

El subdirector del establecimiento, Guillermo Lara Torres, expresó que “estamos en organización del equipo, creo que sí se van hacer, pero no le podemos decir cuándo”.

Henríquez, quien también es el jefe del Servicio de Nefrología del Bloom, dijo que la intención es hacer dos trasplantes más en lo que resta del año.

Agrega que la idea del equipo es seguir con el programa, pero necesitan apoyo.

“Primero Dios nos den los recursos para poderlos hacerlo”, expresó.

Los estudios

¿Qué tanto ha variado la situación que se planteó hace 14 años a lo que ahora se está reportando?

De acuerdo con Trabanino, en los primeros cinco años se pensó que la enfermedad en las zonas agrícolas podía estar relacionada a los pesticidas, luego se generaron otras hipótesis que hablan de las condiciones laborales a las que están sometidas las personas y de causas multifactoriales.

Trabajos recientes del Minsal hechos en la zona del Bajo Lempa, Jiquilisco, Usulután, relacionan la alta incidencia de la enfermedad renal con los tóxicos.

De acuerdo con Trabanino, el Minsal está planteando hipótesis que fueron descartadas hace siete años.

“Al menos están interesados y empezando a investigar. Si ellos tienen el método científico, ellos mismos se van a dar cuenta que los resultados que están generando van replicando los resultados de antes y van a llegar a lo conclusión que a lo mejor los plaguicidas pueden se un factor coadyuvante, pero no un factor causal”, dijo Trabanino.

Desde hace años, él junto a las comunidades del Bajo Lempa comenzaron a trabajar en la zona para indagar qué ocurría ahí e implementar programas de prevención y detener el avance del daño renal.

El proyecto Nefrolempa del Minsal elaborado en la misma área identificó a un 17.9 por ciento de los adultos con la patología y en la comunidad las Brisas, San Miguel, donde se dejaron abandonados por años barriles de toxafeno, determinaron que la prevalencia es de 21.1 por ciento.

También han desarrollado trabajos en Ahuachapán y Chalatenango.

En abril de este año, Raúl Herrera, consultor de OPS y miembro del equipo investigador, expresó que “el factor mayor de asociación es el tóxico al que están sometidos estos agricultores asociados a otros elementos propios de su ocupación como el caso de la sudoración excesiva”.

En una de los primeras indagaciones realizadas por los nefrólogos a título particular, publicada en la revista de la Organización Panamericana de la Salud (OPS), se perfiló el problema que estaba causando la enfermedad; y se determinó que el sistema nacional de salud estaba saturado. Eso fue en 1999.

Para entonces se habló de dos grupos, uno que se comportaba como en el resto del mundo, la mayoría eran diabéticos e hipertensos.

Pero dos terceras partes de esos pacientes no tenían ese perfil, eran más jóvenes, la mayoría varones, agricultores, procedentes de la costa y se dedicaban a labores agrícolas. Fue entonces que se generó la hipótesis de la posible asociación al uso de plaguicidas. En 2005 se hizo una comparación entre dos comunidades, una que trabajaba en la costa con la caña y una del norte de Sesori, en San Miguel, con el mismo tipo de cultivos, la incidencia fue similar, fumaban, tomaban alcohol y tenían contacto con pesticidas.

Pero para los que vivían en la costa el riesgo de tener la enfermedad era ocho veces mayor a los que vivían en las zonas altas, a pesar de que usaban el mismo pesticida.

“Los plaguicidas habían sido un factor confusor que nos distrajo durante 5 años; del 2005 para acá comenzamos a buscar teorías alternas, empezamos a estudiar las formas en que esta gente trabaja y las condiciones laborales”, añadió Trabanino.

En la tercera indagación publicada el año pasado se hizo una comparación de cinco comunidades que trabajaban en diferentes tipos de cultivos y se repitieron los hallazgos de 2005, que el problema está más asociado a la zona.

De acuerdo con Trabanino se tienen evidencias suficientes para solidificar la segunda hipótesis y considerar que el problema está en la actividad laboral aunque pueden haber otros factores involucrados como tóxicos, ambientales y genéticos.

Al momento se trabaja en esa hipótesis, han comenzado a medir la temperatura del suelo de los cañales, las mediciones detallan que están a 55 grados centígrados porque se le prende fuego a los cañales. Los trabajadores pierden de 10 a 12 libras de sudor en cada jornada de trabajo.

“Es una deshidratación extrema que ellos sufren, eso aunado a la venta libre de analgésicos que pueden dañar los pulmones, aunado a la proporción de alcoholismo, al poco acceso a la salud”, expresó el nefrólogo.