Una comerciante de temple y alegría

Los 38 años vendiendo en el Mercado Central y más de 45 como comerciante han hecho de doña Carmen Rivas una mujer de carácter fuerte, sin embargo los altos y bajos en su trabajo también la han dotado de una contagiosa alegría que le permite salir adelante y disfrutar la vida

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Una comerciante de temple y alegría

Por Thania Urías Fotos: René Estrada tania.urias@editorialaltamirano.com

2013-03-25 7:00:00

El puesto 78 del edificio uno del Mercado Central ha sido el hogar de doña Carmen Rivas por casi 40 años. Ahí vio nacer y crecer a sus dos hijos, también vio prosperar su negocio hasta alcanzar ganancias insospechadas.

Desde ese puesto también se levantó de las cenizas, cuando en un incendio ocurrido en 1991 lo perdió todo. Ese pequeño local ha sido testigo de la vida de una emprendedora mujer cuyo lema es contar las bendiciones de Dios y trabajar sin descanso.

Hija de una vendedora del mercado, doña Carmen tenía 12 años cuando su madre le enseñó las andanzas del oficio.

Mayor de siete hermanos, doña Carmen estudió hasta sexto grado y luego debió abandonar la escuela y ponerse a trabajar. La pobreza de su familia no daba para más. “Chancletié y vendí al grito, pero lo hice a mucha honra”, cuenta orgullosa.

Antes de cumplir 20 años y ya convertida en madre de dos hijos, doña Carmen escuchó sobre la construcción del Mercado Central en el corazón de la capital salvadoreña y buscó obtener un puesto. En esos días, joven y fuerte, recorría las calles capitalinas con un canasto con fantasías —aritos, ganchos, cadenas— eran jornadas duras y agotadoras.

El entonces alcalde de San Salvador, ingeniero José Napoleón Duarte, sorteó algunos puestos y doña Carmen obtuvo uno. Fue su madre quien le prestó los primeros centavos para iniciar su vida de comerciante fija.

Tres meses después doña Carmen ya había recuperado la inversión y ganado suficiente para añadir a la venta de fantasía algunas prendas de ropa. Le pagó a su mamá la deuda y se aventuró a más. El puesto comenzó a llenarse de coloridas telas, sábanas, colchas, calcetas, ropa interior y hermosos vestidos de fiesta. Había tanta mercadería que hubo que rentar otro local y luego otro más.

Hoy doña Carmen posee cuatro puestos, todos abarrotados de coloridos productos, pero aquel puesto 78, donde comenzó todo, sigue siendo su consentido.

Una vida de color

Doña Carmen es una de las 5,400 vendedores que tiene el mercado central, según la gerencia de Mercados del municipio de San Salvador, 80 % de ellos es mujer.

Ella es una más, la que ocupa el puesto 78, del edificio uno. Pero llama la atención no solo porque está rodeada de coloridas telas y elegantes vestidos de satín y organza, sino además porque es una mujer sencilla, alegre y optimista, que se siente bendecida por todo lo que tiene.

Ese agradecimiento que tiene con Dios lo refleja en cada una de las prendas que viste. Por decisión propia ha optado por vestirse de un color distinto cada día de la semana y así, dice, disfrutar lo que Dios le ha dado. Además posee 18 delantales, todos colmados de coloridos adornos, son, según sus palabras, lo que la representa como mujer trabajadora.

Orgullosa de su oficio confiesa que tiene cuatro amores en su vida: su trabajo, del que dice se retirará hasta que Dios lo mande, las flores naturales, los perfumes —tiene uno para cada ocasión— y la música, disfruta tanto de los boleros como de la bachata.

La hoy abuela de siete nietos y bisuabuela de una asegura sentirse llena de energías, a sus 58 años acude puntual a sus puestos y ayudada por su nieta, su nuera y su sobrina, mantienen a flote un negocio al que no siempre le va bien, pero ella nunca pierde el optimismo.

“Dios me ha bendecido grandemente, la vida de los mercados es dura, pero también es maravillosa, ser comerciante es lo más lindo que hay y yo acá en el Central me siento como en mi hogar” concluye esta emprendedora comerciante.