La increíble historia del náufrago salvadoreño

José Alvarenga ha narrado su aventura de sobrevivencia en el texto titulado “438 days”, escrito por Jonathan Franklyn.

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elsalvador.com

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2016-12-07 1:11:00

José Alvarenga es quizás el náufrago contemporáneo más conocido. Cuando el salvadoreño de 36 años fue hallado en enero de 2014 en un atolón del Pacífico, ocupó los titulares de la prensa mundial. 

En días recientes, Alvarenga presentó su libro en España y varios medios de comunicación retomaron su impactante historia. 


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Había pasado más de 14 meses a la deriva en un bote en el mar, y fue hallado a más de 6 mil millas del lugar de donde zarpó. Su acompañante, Ezequiel Córdova, de 22 años, murió de hambre unos cuatro meses después que el par quedó a merced de las olas.

Ahora Alvararenga ha narrado su increíble historia de sobrevivencia en un libro, titulado “438 days”, escrito por Jonathan Franklyn.

Alvarenga y Córdova salieron a pescar en la navidad de 2013, y cuando estaban a unas 40 millas de la costa una tormenta los sorprendió. Alvarenga pudo llamar a su patrón por la radio, pero cuando este le pidió las coordenadas para rescatarlo, se percató de que su GPS no funcionaba. No tenía ancla y el radio dejó de funcionar poco después.

Así empezó la larga odisea de Alvarenga, quien apeló a todos sus recursos para sobrevivir.

“Habíamos perdido todo, aparte del cuchillo más pequeño, mi pasamontaña, que usé para coser huecos en la ropa usando espinas de pescado en forma de agujas y tendones de las aves como hilo, las botellas de lejía, en la que recogí agua de lluvia, y la nevera portátil, que sirvió para darme sombra durante el día y de escudo de los vientos fríos por la noche”, relató.

Alvarenga aprendió a sacar peces del agua con las manos ahuecadas, a pescar tortugas por sorpresa mientras balanceaban sus cabezas buscando alimentos y a atrapar gaviotas por las patas mientras estaban encaramadas en el barco de 25 pies, partiéndoles las alas para que no pudieran escapar.

Alvarenga tras reunirse con su familia

“Estaba tan hambriento que me estaba comiendo mis propias uñas”, recordó.
Incluso llegó a agarrar y comer medusas crudas, tratando de ignorar las picaduras en las manos y la boca mientras se las tragaba enteras y cubriéndose la nariz para evitar arcadas mientras lo hacía.

El salvadoreño asegura que llegó a alimentar como un bebé a su compañero de travesía, pero este comenzó a tener alucinaciones y dejó de comer hasta que murió.

Al cabo de siete meses en el mar, Alvarenga vio un gran buque portacontenedores surcando el océano, lo suficientemente cerca para que un grupo de tripulantes de pie en cubierta lo viera. El pescador se arrancó la camisa andrajosa y comenzó a agitarla frenéticamente sobre su cabeza, pidiendo ayuda y alabando a Dios, pero los hombres sólo le devolvieron el saludo y el barco continuó su camino. Volvió a quedarse solo. 

“Nunca he conocido a ese silencio, esa vacuidad. En todas direcciones que miré había … simplemente nada. Es imposible explicar la forma en que realmente se siente estar atrapado, en la misericordia de Dios, en un vacío tal que nunca termina”, cuenta en el libro.

Para mantener un sentido de orden y disciplina, siguió una rutina diaria de comer tres veces al día y pasar el resto de su tiempo cazando, recolectando agua de lluvia, cantando y rezando. 

Un día vio un grupo de palmeras de coco cerca. Temiendo que se tratara de una ilusión, frenó su instinto de saltar desde el barco y empezar a nadar. Esperó que la marea lo llevara a tierra, donde se desplomó.

Había llegado a las Islas Marshall, en Oceanía.

Fue hallado por residentes del atolón,  que le dieron ropa limpia y lo alimentaron con arroz y trozos de coco, sin darse cuenta de que ese cambio repentino de la dieta lo enfermaría. Al cabo de cinco días fue trasladado a un hospital en Majuro, desde donde su historia empezó a darle la vuelta al mundo.

Retomado de yahoo.com