Sandy dejó caer su furia

Este es el relato de Omar Henríquez, un salvadoreño con más de 20 años de vivir en Nueva York

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elsalvador.com

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2013-10-24 9:00:00

“Vivo en Long Beach, Long Island, una de las ciudades que más fueron afectadas (por Sandy). Es una ciudad de verano en donde la playa y las dos millas y media de entablado que la alinean son su mayor atracción. Son miles quienes en el verano la visitan y somos 35 mil los que ahí vivimos.

Por la tarde, antes de la tormenta de la que fuimos advertidos que sería histórica y que deberíamos evacuar, llevé a mi hijo Max y a mi esposa Liz a la playa. Ahí nos encontramos con otra gente que observaba el espectáculo que el mar ofrecía.

Olas inmensas, como nunca vistas, el mar alborotado, inquieto y un viento que aumentaba su velocidad al pasar. Vimos con sorpresa como tres intrépidos surfers desafiaban los elementos por pasearse sobre las olas.

Fue ahí que le comenté a Liz, que la marea estaba baja y las olas llegaban cerca del entablado, que cuando la marea subiera y con la luna llena y las predicciones, iba a llegar hasta las calles. “Aún hay tiempo de evacuar”, le dije, pero decidimos, como la mayoría, que no le haríamos frente al huracán Sandy.

Al regresar a casa iniciamos los preparativos. Amarrar todo lo que pudiera salir volando, tapar todo lo que se pueda mojar. Lámparas y candelas listas, la luz será lo primero en irse. Agua suficiente para tomar dos o tres días, más si se raciona, lo que calculo que durará cualquier situación. Comida enlatada. Radio de baterías. Todo listo para pasar la tormenta, creí.

Al pasar la tarde, que ni se notó por lo gris de las nubes, vino una oscuridad mayor. El viento no cesaba su poder, cada vez causando más ruidos y elevando todo tipo de material. Es impresionante sentir ese poder que casi me tumbaba cuando salía a ver las afueras de la casa.

Tal como se predijo, cuando la marea impulsada por la potente Luna llena empezó a subir y con la tormenta tocando tierra a las 8:00 p.m., los niveles del mar ascendieron, primero lentamente, llegó a cubrir hasta la mitad de las llantas de los carros y en la calle se podía notar que el agua seguía su propio curso, buscando donde desaguar.

La siguiente vez que salí a ver, el agua cubría los carros pequeños y pude ver que en la superficie flotaba una especie de espuma densa de color café. Salí a la parte de atrás de la casa con mi hijo Max, la casa tiene un andamio en la parte de atrás en la que en relativa seguridad se puede permanecer.

Debo admitir que las tormentas las encuentro fascinantes y quería compartir con mi hijo lo que se siente. Desde ahí vimos el resplandor de luces que semejaban una quema de pólvora. Se iluminaba de manera intermitente el cielo gris oscuro de colores brillantes y fugaces, acompañado del sonido sordo del eco en la distancia de explosiones. Luego supimos que eran los transformadores que estaban en lo mejor de explotar. Pudimos observar la resistencia de los árboles y sus ramas y cómo otros rendidos al poderoso viento dejaron de sujetarse a la tierra y fueron arrancados de sus raíces.

La última vez que salí con Max fue para mostrarle la Luna, que inexplicablemente después de que temporalmente las nubes desaparecieran se mostró serena y tranquila. No me di cuenta cuánto tiempo estuvo visible, pero fue un espectáculo surreal, ya que cuando las nubes la ocultaron, la tormenta dejó caer su furia.

Mi vecina Sofía, quien vive justo al frente de mi casa, me llamó por teléfono recordándome lo que habíamos hablado antes, que si la marea subía se podrían venir a nuestra casa. La de ella está al nivel de la calle, en cambio la nuestra tiene dos plantas y nosotros nos quedamos en la parte de arriba.

La electricidad faltó y con ella todo tipo de tecnología que requiere de su uso. Estábamos entrando a una situación prolongada que se hizo latente cuando recibí noticias por la radio de los desastres que Sandy estaba causando.