El régimen chino nombra presidente a Xi Jinping

Dirigirá la próxima década el destino de la 2a. potencia mundial

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El jefe de fracción de ARENA, Donato Vaquerano, observa a su colega diputado de Gana, Mario Tenorio. foto edh / jorge reyes

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2013-03-14 7:00:00

PEKÍN. Era un nombramiento anunciado desde el pasado mes de noviembre, cuando fue designado secretario general del Partido Comunista de China y sucesor del presidente Hu Jintao. La Asamblea Nacional Popular, el Parlamento orgánico del autoritario régimen de Pekín, culminó ayer el relevo de poder al ratificar a Xi Jinping como nuevo presidente de China.

La votación, desarrollada con gran pompa y circunstancia en el Gran Palacio del Pueblo de Pekín, nombró a Xi como jefe de Estado por un margen de 2,952 votos a favor frente a tres abstenciones y un único sufragio en contra.

Xi, que selló el fin de la transición con un apretón de manos a su predecesor, Hu Jintao, entre los aplausos de los diputados, quedó nombrado también al frente de las Fuerzas Armadas, con lo que completa ya el control de los tres brazos de poder en el país: el Partido, el Estado y el Ejército.

Lo ha conseguido en un tiempo récord, pues Hu -protagonista en 2003 de la primera transición ordenada en China desde 1949- tardó dos años en encabezar las Fuerzas Armadas, ante la resistencia de su predecesor, Jiang Zemin, en renunciar a ese puesto.

Aunque los cargos que se votaban ayer estaban ya decididos de antemano, la gran incógnita era conocer quién ocuparía el puesto de vicepresidente, una selección que podría servir para indicar el camino futuro de la “era Xi” en China.

El designado resultó ser el reformista Li Yuanchao, secretario de Organización del Partido y que el pasado noviembre se quedó a las puertas del Comité Permanente, el máximo órgano de dirección colegiada al frente del PCCh y por ende de China.

El nombramiento de Li despierta esperanzas de que el nuevo jefe de Estado, que hasta ahora ha mantenido relativamente ocultas sus cartas a la hora de apuntar qué dirección impondrá a su mandato, pueda optar por un giro más reformista.

Desde que asumió el liderazgo del Partido en el Congreso de noviembre, Xi ha lanzado una campaña contra la corrupción, que ha descrito como una amenaza que puede poner en peligro la propia supervivencia del régimen.

Está por ver aún, no obstante, hasta dónde está dispuesto a llegar y si la lucha contra esta lacra, que los chinos consideran uno de los problemas más graves de su país, tendrá verdaderas consecuencias o quedará como simple retórica, sin afectar más que a unos cuantos funcionarios sin gran importancia en la jerarquía.

Xi hereda también de Hu -que lideró diez años de rápido crecimiento económico y escasas reformas- una sociedad cada vez más desigual, dividida entre la prosperidad del este urbano y la pobreza rural del interior, preocupada por los crecientes problemas medioambientales y que, escéptica sobre sus dirigentes, recurre cada vez más a Internet para informarse y expresar su opinión.

Vigilar la economía para evitar que la incipiente recuperación pierda fuelle o impedir una desastrosa burbuja en el mercado inmobiliario serán otras de sus prioridades en el terreno interno.

En política exterior, Xi hereda un roce territorial con Japón en torno a las islas Diaoyu-Senkaku que ha llevado a las relaciones bilaterales a su peor momento de los últimos tiempos, mientras se eleva la retórica en otras disputas sobre soberanía con varias naciones del sureste asiático.

En una señal de cuáles serán sus prioridades en el exterior, China ya ha dado a conocer que el primer viaje de Xi al extranjero será a Rusia y a tres países africanos.

Además, Xi tendrá que hacer frente al clima de inseguridad que reina en la región a causa de los lanzamientos de cohete de largo alcance de abril y diciembre de 2012 y de la prueba nuclear del pasado 12 de febrero que Corea del Norte ha llevado a cabo, desafiando a la comunidad internacional.

China se ha sumado a la condena y a las sanciones del Consejo de Seguridad de Naciones Unidas y ha pedido a su aliado que se abstenga de llevar a cabo nuevas “provocaciones” y vuelva a las conversaciones a seis bandas para la desnuclearización de la península coreana.

Nacido hace 59 años en Pekín, a Xi Jinping se le conoce como uno de los “principitos” del régimen porque su padre, Xi Zhongxun, luchó junto a Mao Zedong en la guerra civil (1945-49) y llegó a ocupar altos cargos en el nuevo Estado comunista.

Sin embargo, pronto descubrió que el poder también puede ser muy peligroso en China porque su progenitor fue purgado durante la “Revolución Cultural” (1966-76) y él acabó trabajando en el campo en la provincia agrícola de Shaanxi cuando era sólo un adolescente. “Lo que sufrió en aquella época le hará ser más cauto. Sabe cómo funciona el sistema y que el poder puede perderse de un día para otro en China”, advierte a ABC desde Taiwán el profesor David Huang, exviceministro del Consejo de Asuntos con China continental y miembro de la Academia Sínica.

A su regreso a Pekín, estudió Ingeniería Química en la Universidad de Tsinghua, el actual vivero de los líderes comunistas (también Hu Jintao se formó allí). En 1974 ingresó como miembro en el Partido Comunista, que le trasladó como secretario local de la formación a la provincia de Hebei.

Durante los años 80, como mando intermedio en Hebei, visitó el Estado agrícola de Iowa en EE.UU., un viaje del que ha hablado con calidez y que reviviría un cuarto de siglo después, en su primera visita oficial como vicepresidente a la primera potencia. —AGENCIAS.