Un sábado cualquiera para sobrevivir

Desde mediados de la semana, los servicios meteorológicos de todos los noticieros locales comenzaron a advertir el embate de una tormenta de proporciones históricas para la costa Este de Estados Unidos

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Por CARMEN TAMACAS Especial desde Nueva York elsalvador.com

2013-02-09 7:00:00

Alguien me dijo que los viajes deben comenzar a disfrutarse con los preparativos. Y no es que un fenómeno natural de grandes proporciones pueda compararse con un viaje a disfrutar… pero es una aventura parecida.

Desde mediados de la semana, los servicios meteorológicos de todos los noticieros locales comenzaron a advertir el embate de una tormenta de proporciones históricas para la costa Este de Estados Unidos. A tres meses de la tormenta postropical “Sandy”, que apagó las luces de “la ciudad que nunca duerme” y cumplió los deseos apocalípticos de Hollywood y dos semanas después de una ola de frío ártico, la gente se tomó el pronóstico muy en serio.

Cuando las primeras lluvias de “Nemo” –aunque oficialmente este matrimonio de tormentas no fue bautizado por las autoridades– se hicieron sentir en la mañana del viernes, ya habíamos cambiado nuestra rutina: no llevamos a nuestra hija al Jewish Community House donde asiste al kínder, porque no queríamos lidiar con agua congelada o la ventisca pronosticada para la tarde. Los telenoticiarios, en efecto, mostraron imágenes de lo difícil que fue para muchas familias regresar con sus hijos a casa, ciudadanos que desde hace casi dos semanas están padeciendo las consecuencias de una huelga de los motoristas de los buses escolares.

Tenemos un recién nacido –por cierto, vino al mundo una semana después de la tormenta “Sandy”; con él pasamos una semana de angustia, esperando que no se adelantara ya que técnicamente desde nuestra casa en Brooklyn era imposible llegar al hospital en Manhattan. Así las cosas, ahora también teníamos que asegurar la alimentación y otras provisiones necesarias para este fin de semana, o el tiempo necesario que dure un encierro invernal.

Lo peor de estas tormentas son las ráfagas de viento que arrancan ramas y árboles desde las raíces y caen sobre el tendido eléctrico. Y así fue. A 12 horas que lo peor de la tormenta pasó, en Long Island –donde habitan más de 100 mil salvadoreños– todavía hay 25 mil abonados sin servicio. Pasar una tormenta de nieve sin calefacción o electricidad, debe ser un infierno helado.

En pleno siglo XXI sí, Nueva York es una ciudad muy susceptible a los caprichos de la Naturaleza. “¿Cómo se preparan para una tormenta así?”, me preguntó mi amiga Daniela desde El Salvador. Mi generación ha sobrevivido a tres terremotos, huracanes y tormentas tropicales, cada uno agravando el panorama de la pobreza y vulnerabilidad en El Salvador. Y nosotros aquí, en tan poco tiempo, ya presenciamos dos eventos de proporciones históricas.

Y pues, los aperos básicos de toda familia común y corriente: leche, cereal, huevos, pan, enlatados, pastas, alguna golosina… Ya en casa los mismos preparativos para “Sandy” e incluso “Irene”: llenar la tina, filtrar más agua para tomar, tener lámparas, velas y baterías cargadas, así como los dispositivos electrónicos que, en caso de un apagón, nos garantizan la comunicación.

Para ahorrar dinero, compramos los pañales desechables en la tienda Amazon. Desde luego, el pedido no ha llegado y el camión de UPS seguro tardará un par de días más. Ya nos las arreglaremos.

Salimos a comprar los alimentos y nos pareció curioso que el supermercado chino estaba abarrotado, pero muchos clientes no estaban urgidos de víveres, sino flores. ¿A las puertas de un “snowaggedon”? Ah, claro, ellos están celebrando el Año Nuevo, el Año de la Serpiente. La religión ocupa un lugar primordial en su vida.

Viernes en la noche, estábamos listos para el encierro de las próximas horas, con la suerte de no tener que preocuparnos por el estacionamiento: en esta ciudad, tener carro pasa de ser una necesidad y un privilegio a una pesadilla. Uno debe estar pendiente de las reglas de estacionamiento, de no bloquear el paso de servicios de emergencia o de los camiones que limpian la nieve, ya no digamos de los árboles que, como durante “Sandy”, trituraron ventanas y parabrisas.

La conexión con la familia en El Salvador, amigos y fuentes de información en distintos puntos de esta área ha sido permanente, gracias a Internet. Como muchos hogares, me imagino, pasamos la noche monitoreando las noticias, viendo a los periodistas salpicados por las olas a la orilla del Atlántico y luchando contra ráfagas de viento de hasta 70 millas por hora en las calles de Boston; asomándonos a la ventana para ver los copos de nieve acumularse al pie de los edificios y las ventanas.

Muchos se burlaban de quienes hacían largas filas en las gasolineras, para llenar los tanques: “solo es invierno, no se trata de un huracán”. El Alcalde llamó a la sensatez: Si se corta la electricidad y es necesario buscar un albergue, en realidad sí es conveniente tener un tanque lleno.

Al despertar y en el transcurso de ayer, con la verdadera calma después de la tormenta, he platicado con amigos que encontraron sus carros sepultados por más de 30 pulgadas de nieve, otros que verán acortados sus ingresos por la cancelación de sus horas de trabajo y otros que dieron gracias a Dios porque saldrían a ganarse la vida paleando nieve. Gentes tropicales como yo, que compartimos nuestro testimonio de sobrevivientes.