Albert Camus: la moralidad, la estética y la política en la posguerra

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elsalvador.com

Por Katherine Miller Doctorado en estudios Medievales y Renacentistas de UCLA. Ha servido como Post-Doctoral Fellow en el Centro de

2014-09-26 8:00:00

Si hay algo que podemos cosechar de las novelas de Albert Camus, es que la vida, sus polaridades y sus dilemas, no se pueden considerar en términos de blanco o negro, bien o mal, la manera en que vimos el mundo en el cuarto grado.

Camus nació en 1913, en Argelia, en el Norte de África, que, en ese entonces, era una colonia de Francia. El joven Camus, antes de emigrarse a París becado, escribió su tesis sobre el gran doctor africano de la Iglesia, San Agustín.

Después escribió, durante la guerra para la independencia de Argelia, sus Crónicas de Argelia (1939-1958). Camus, identificándose como un “hombre del Mediterráneo”, comentó que “fue un hombre del Mediterráneo, Francisco de Asís, quien dio vuelta a la Cristiandad para cambiarla desde una religión de tormenta interna para que sea un himno a la naturaleza y a la alegría cándida”.

Despunte como escritor

Durante la Ocupación Alemana de Francia, Camus participó activamente en la Resistencia, editó el periódico Combat, escribió novelas y ensayos. En 1958 ganó el Premio Nobel de Literatura. En ocasión de aceptar el Premio Nobel, declaró: “[Soy] un escritor quien no puede ponerse al servicio de ellos, quienes están haciendo la historia hoy”.

Con estas actividades y publicaciones, Camus el novelista se ubicó en el ambiente europeo durante el periodo de la posguerra en Europa.

Sus novelas se vendieron muy bien: entre ellos, El Extranjero (1942), La Peste (1947), La Caída (1956), El Exilio y el Reino (1957), Verano en Argelia (1957) y muchas más, incluyendo su obra, tal vez la más destacada en términos de sus ideas políticas: El Hombre Rebelde (1951).

Con estas obras se ubica no solamente como un novelista de la posguerra, si no, un pensador público en el contexto de los acontecimientos en el Bloque Soviético, el Plan Marshall de los Estados Unidos en Europa, el bloqueo de Berlín con la ayuda aérea de los Estados Unidos y la intervención de este mismo en Korea, el McCarthyismo también en Estados Unidos y el Comité de la Casa de Representantes de ese país contra las Actividades Anti Americanas (HUAC), el Proceso Slansky en Checoslovaquia (uno de los “show trials” antisemíticos que tuvieron como anfitriones a la URSS), los juicios en Francia contra los colaboradores de Vichy y los Nazis alemanes, la llegada de la Guerra en Argelia para su independencia de Francia y toda la Guerra Fría.

Con todo eso, la posguerra en Francia produjo una sociedad sumamente polarizada política y culturalmente durante décadas. Muchos comentaristas consideran que no ha terminado la posguerra en Europa.

El accionar de su novela más famosa, La Peste, se lleva a cabo en la ciudad de Orán, en Argelia, al borde del Mediterráneo. Orán es descrito como que está dando, intencionalmente, su espalda al mar, fuente de vida.

Se tiene que cerrar en cuarentena toda la ciudad cuando comienza a sufrir la peste y toda la población comienza, poco a poco, a morir. En la novela, la figura del Dr. Tarrou pregunta por qué tienen que sufrir y morir los niños inocentes por la peste.

La peste es un mal metafórico, con coordenadas vagas con respecto a qué representa. Pero no hay duda que es, evidentemente, un mal que ataca la ciudad, la sociedad.

Una cosa es segura, es un mal político no claramente definido, no así como en La Montaña Mágica de Thomas Mann, en que la tuberculosis en el sanatorio es emblemática del crecimiento de la enfermedad médico-político en los pulmones de los pacientes, y en la sociedad entera, del fascismo alemán.

De otro modo, la imagen en la novela de Camus es de buenos hombres que practican la moderación y la mesura [nada en exceso; conoce los límites] y no organizan una revolución para un ideal. El médico, Dr. Tarrou, y otros, luchan día tras día en un sacrificio solidario para curar a los enfermos en Orán.

En cierto sentido, el trabajo del médico es arduo y ambiguo, y es claramente contra la intolerancia y la intransigencia que la peste representa ambiguamente. En este sentido, Camus invoca la responsabilidad pública y ética y no un absolutismo o doctrina.

En La Peste, la moral es ambigua y el deber es de luchar paulatina, pero continuamente contra el mal que afecta a la población.

En este proceso, el verdadero riesgo es que uno podría llegar a ser alguien que contiene, que carga la enfermedad de la peste, el mal en su cuerpo y mente.

Umberto Eco juega con esta ironía en su castigo a Europa en el siglo XXI, en su novela El Cementerio de Praga (2010). El mal que sufre la historia y política de Europa no ha sido erradicado.

Este mal representa la lucha contra el absolutismo doctrinal que es la cuestión y tema fundamental en la vida política de la posguerra europea. Tiene resonancias con lo que Hannah Arendt denominó “la banalidad del mal”.

Otro ejemplo de este mismo fenómeno podría ser una situación como lo que pasa en la novela de la posguerra de Marguerite Duras: La Guerre [War] (1944), en que la buena esposa de un prisionero de guerra de los Nazis, durante su ocupación de Francia, sin conocerse, consiente a participar en la tortura del espía francés que puso el dedo en su esposo y causó su deportación a un campo de concentración alemán. Regresa el esposo destrozado por las torturas en el campo y la buena esposa lo recibe con amor, pero, a la misma vez, participa en la interrogación y tortura del espía.

La moralidad es ambigua en estos tres ejemplos. Estos dilemas se vislumbran, más, todavía en los procesos judiciales de los colaboradores con los Nazis en Francia (después de 1944) en que Camus y otros escritores tenían que evaluar y dar testimonios, si los escritos de los colaboradores con los Nazis contribuyeron a la muerte de los Judíos y los de la Resistencia, y, por eso merecían la penalidad de la muerte, representaba otro dilema moral para Camus.

Es en este contexto que Camus publica L?Homme Revolté [El Rebelde] (1951), un ensayo que rechaza el absolutismo y doctrinas de los partidos políticos europeos de los tiempos en que estaba escribiendo y lo ubica en la tradición más destacada, históricamente hablando, de la Cuenca del Mediterráneo: la tradición de mesura en que el novelista Camus se declara en oposición al exceso y en favor de la moderación.

En esta tradición, dice Camus, estamos con la determinación a remplazar la política con la moralidad, porque el hombre, dice Camus, por falta de carácter, busca refugio en doctrinas y absolutismos políticos así como en la Ilustración y la Revolución Francesa que, al fin, intentó, por medio del terror, forzar un molde construido por la razón solamente.

O, como Camus dice en El Hombre Rebelde, esta tendencia política actuaba a forzar el mundo a conformarse en un marco teórico que justifica todas y cualquier acción que sirve en el proceso de conformar un reino de fines y objetivos definidos a priori, de antemano. Este libro causó a Camus un ostracismo de parte del círculo de parisinos vinculados con la defensa de los campos de trabajo forzoso en la URSS.

Este grupo incluyó a Jean-Paul Sartre y Simone de Beauvoir, con quien Camus rompió relaciones políticas y amistades personales, eventos muy dolorosos.

Camus, en sus obras era opuesto al proyecto de la Ilustración, del absolutismo y la imposición de doctrinas. Opta, continuamente, por el concepto de mesura. Declara, en oposición a la imposición de doctrinas y absolutismos, una sensibilidad de seguir luchando contra el mal en todas sus formas en la sociedad posguerra de día en día, sin sucumbir a la descripción de una dogma de partido político.

Punto de vista político

Comenta Camus que si es que existiera un partido político conformado con los que no son segurísimos de tener la razón absoluta y las doctrinas correctas, él iba a incorporarse: “S?il existait un parti de deux qui ne sont pas sûrs d?avoir raison, j?en serais.” A propósito de los juicios mediáticos promovidos por la URSS, bajo Joseph Stalin contra Rudolf Slansky y otros líderes comunistas en Checoslovaquia (1952).

En esta neblina moral, ética y política es posible que Franz Kafka, novelista de Checoslovaquia, nos puede ayudar anticipadamente, en su novela El Castillo (1926): “Fue tarde en la noche cuando K. llegó. La aldea estaba sumergida en la nieve. El Castillo estaba escondido, envuelto en una vela de neblina y oscuridad; ni había ni una chispa de luz para indicar que había un castillo allí. En el puente de madera que conducía desde el camino principal a la aldea, K. quedó parado por un largo tiempo mirando el vacío ilusorio”.

Con respeto a su metodología estética para presentar todas estas preocupaciones y propuestas para la moralidad sobre la política, Camus se expresa en una estética particular que consiste en encrustar y palpar sus ideas y propuestas políticas en una forma de lirismo que evoca amor y luz y en que presenta los contrastes de la sensibilidad mediterránea como verano (véase L?Été a Alger” [Verano en Argelia]) en contra del racionalismo frío de la sensibilidad europea del norte.

En su colección de ensayos, titulada Noces [Nupciales] (1938), en el ensayo “Le Vent a Djémila” [Vientos desde Djémila] Camus comenta algo similar cuando expresa su rechazo al absolutismo, pero no en un argumento político o filosófico, sino en una bella pieza en prosa que captura la misma idea en forma lírica. Aunque Camus presentó las mismas ideas en varias formas estéticas, y en Djémila, declara que “Hay lugares donde muere la mente para que una verdad que es su mera negación pueda nacer”.

Y sigue en sus Ensayos Líricos y Críticos (publicados después de su muerte): La larga demanda para la justicia exhausta hasta el amor de que nació. En el clamor en que vivimos, el amor es imposible y la justicia no es suficiente. [….] Para evitar que la justicia se encoja … se tiene que mantener y guardar una frescura y una fuente de alegría intacta dentro del amor a la luz del día para que la justicia quede sin manchar, y volveremos a la lucha con esta luz como trofeo.”

Su esperanza, su rechazo a los absolutismos y el amor a la moralidad son presentados más, efectivamente, en su ensayo de 1938, en su obra “L?Été en Alger? [Verano en Argelia], donde observó que: “Estoy llegando a la premisa de que no hay felicidad trascendental, no hay eternidad mas allá de la curva de los días, solamente son, ahora, ideas relativas—solamente bienes pobres y esenciales que tienen el valor verdadero. Para otras ideas—”los [supuestos] ideales”, me falta el alma necesaria”

Mesure, la tradición Mediterránea de: “nada en exceso; conoce los límites”. El rechazo de doctrinas políticas absolutistas e impositivas, además de la celebración de un amor para lo que pueda mantener vivo en su vida interna, por medio de este amor mismo, junto con la justicia y el trabajo de día en día a favor de la justicia, son valores que no son nada despreciables.

FIN