Salvadoreño influyente en Canadá

En 2013 fue elegido como uno de los 10 hispanos más influyentes en Canadá

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elsalvador.com

Por Mireya Amaya tendencias@eldiariodehoy.com

2014-08-26 8:00:00

Ante pruebas que le presentó la vida, sucumbir a los vicios y dejarse vencer nunca fue una opción para el salvadoreño Hugo De Burgos. Por el contrario, el dolor lo hizo tomar el compromiso de destacar en una tierra ajena, como Canadá, adonde llegó en calidad de refugiado de guerra y donde ha destacado como académico.

Tenía 16 años cuando a raíz del desaparecimiento de su madre en su natal San Sebastián, San Vicente, su padre lo envió a México con una tía.

Según cuenta, fue esa tragedia la que lo hizo tomar el compromiso de que en adelante sería para sí mismo papá, mamá, hijo, hermano… Es decir todo. “En fin tenía conciencia de que yo tenía que velar por mí mismo”, agrega.

Así Hugo emprendió camino con un amigo que era mayor de edad y que al final en Puebla, México, quiso robarle. “Entonces me tuve que ir solo. Llegué donde mi tía, quien me acogió por unos meses y luego me tuve que independizar”, relata.

Para sobrevivir trabajó como asistente del mago Cristian Crishan que ofrecía su espectáculo en el Hotel del Prado. “Estuve como asistente seis meses, luego me independicé y tuve mi propio show. Aparecía y desaparecía palomas, gatos (… ) El mago con el que trabajé era ilusionista y eso aprendí, me especialicé en el uso de aparatos”, explica.

De Burgos relata que al partir una de sus intenciones era estudiar Psicología o Periodismo en México, pero no se dio la oportunidad. Además se le venció la visa por lo que tuvo que guardar prisión, pero por fortuna se resolvió para bien un proceso migratorio para Canadá que había iniciado en El Salvador.

“En ese tiempo le llamaban ‘Landed immigrant’ y eran papeles para residencia permanente. Así llegué a Edmonton, en Alberta, con una inocencia cultural porque yo juraba que la única diferencia entre El Salvador con Canadá era que se hablaba otro idioma,. Yo desconocía que había profundas diferencias culturales en las relaciones humanas, el trato, etc.”, dice.

Tenía 18 años y como todo inmigrante comenzó a estudiar inglés y como además es músico —toca piano, cello, percusión, canta y compone— empezó a estudiar jazz en la escuela superior de música.

“Pero como me gusta comer todos los días dije no, yo necesito una carrera académica. Y como siempre quise estudiar Psicología comencé la carrera, pero en eso descubrí la Antropología y dije: ‘Esto es lo mío'”, recuerda.

Estudios superiores

El plan era estudiar la licenciatura en Antropología en la Universidad de Alberta, pero según sus palabras ‘por fortuna’ no lo aceptaron. “Digo por fortuna porque gracias a eso me fui a estudiar a la mejor universidad de Canadá, que es la Universidad de McGill, en Montreal. De ahí me gradué con honores y también aprendí francés, porque viví allí durante cinco años y esa es la lengua oficial”, explica.

Tan bien le fue que se ganó una beca para hacer la maestría en Antropología Médica en la universidad de Toronto.

Y después se ganó otra beca, pero para un doctorado en esa misma institución. Sin embargo, por algunas discrepancias académicas no pudo continuar y lo dejó a medias.

“Eso fue en 1997. Así que decidí volver a mis raíces, a El Salvador. Y cuando llegué, una amiga me dijo que estaban buscando un antropólogo en Concultura. Ahí trabajé por casi dos años, investigué y escribí tres libros que publicó la Dirección Nacional de Publicaciones, pero también fundé un museo en mi natal San Sebastián”, cuenta orgulloso.

Pero en 1999 volvió a Canadá por el nacimiento de su hijo. Retomó los estudios del doctorado en la universidad de Alberta y es que esa institución, que la primera vez no lo aceptó para la licenciatura, la que ahora le ofrecía una beca de más de 50 mil dólares para el doctorado.

“Gracias a Dios recibí más de 100 mil dólares en becas, así que la maestría y el doctorado no me costaron ni cinco centavos… Porque me imagino que era aplicado, no sé”, expresa al tratar de explicar tanta buena suerte. Lo que sí, dice, es que las buenas notas siempre eran su prioridad.

Luego empezó a enseñar en la Universidad de Alberta, aunque de manera temporal; sin embargo, hace siete años obtuvo una plaza en la Universidad de British Columbia.

Cosecha de premios

Con los 300 estudiantes de su clase, el doctor Hugo De Burgos comenzó a trabajar con un proyecto que se llama la Antropología Pública, que tiene su origen en Hawaii y cuyo objetivo es que las teorías antropológicas tengan relevancia en la vida cotidiana de los seres humanos. En otras palabras: que lo que se aprende en el aula tenga relevancia con el mundo exterior.

Entonces sus alumnos se embarcan en escribir cartas, por ejemplo al Congreso de los Estados Unidos para cambiar políticas que afectan a las personas de diferentes sociedades.

Gracias a eso, en 2010 le otorgaron un premio que le dan al 5 % de los profesores de Norteamérica, el cual se llama Eleanor Roosevelt.

Y en 2013, el mismo programa de Antropología Pública de la Universidad de Hawaii, lo nominó para otro premio por el proyecto de las cartas de sus alumnos.

“Mis estudiantes, a través del pensamiento crítico y responsable que yo les inculcaba, eran capaces de escribir cartas que eran las que resultaban las ganadoras. La universidad publicaba esas cartas y destacaba que el profesor era Hugo De Burgos, el salvadoreño”, dice satisfecho.

También en 2013 obtuvo el premio Paul Farmer, siempre por el programa de Antropología Pública.

“Todos estos trabajos y los reconocimientos, me imagino yo, me pusieron en el ojo de la Cámara de Comercio de Toronto que junto con la Universidad de York y otras instituciones nominan a los 10 hispanos más influyentes de Canadá, y gracias a Dios resulté uno de ellos”, expresa.

De acuerdo con De Burgos, la nominación se debe a su labor docente, a su compromiso con la paz mundial y la justicia social, y a que su trabajo es reconocido por instituciones que no solo son hispanas sino anglófonas y canadienses.

“Para mí ser reconocido significa primero posibilidades de empleo y segundo poner en el mapa de la bondad a El Salvador, porque lo primero que hago yo es decirle al mundo que soy salvadoreño. Antes de ser profesor canadiense o antropólogo soy de este país. Y el compromiso personal de decirle al mundo que en El Salvador también habemos académicos y gente fuera del país que hemos sido capaces de escalar para bien los niveles más altos de la academia; y que somos tan capaces como un académico alemán, estadounidense o un francés”, asegura.

“Entonces para mí es una gran satisfacción porque no lo gano yo personalmente sino que mi sociedad. Las personas dicen: ‘Hay un salvadoreño que tiene un reconocimiento y yo también soy salvadoreño’. Es una especie de orgullo nacional”.

Otros proyectos

Una de las pasiones de Hugo De Burgos es el cine y ahora que enseña sobre Antropología Médica produjo en 2009 un documental sobre la contaminación por plomo en el Sitio del Niño, y otro sobre los curanderos tradicionales en el Okanagan, el valle donde queda la universidad donde trabaja.

” Quiero continuar con las investigaciones antropológicas, pero también llevar al cine la obra de Jaraguá con actores y una producción salvadoreños. Ese es uno de los proyectos personales que un día tengo fe que voy a realizar”, dice De Burgos.

En cuanto a la música, sigue componiendo cuando tiene tiempo, porque “yo creo que las artes son las que pulen el alma de los humanos y hay que cultivarla. Una sociedad culta es por lógica más pacífica”, finaliza.