Marcel Proust: la memoria imperiosa

Tanto se ha escrito sobre Proust, que hasta puede ahogarse en el mar de comentarios

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elsalvador.com

Por Katherine Miller Doctorado en estudios Medievales y Renacentistas de UCLA. Ha servido como Post-Doctoral Fellow en el Centro de

2014-08-15 8:00:00

Sorprendentemente el novelista y periodista francés, tal vez lo más destacado de la civilización occidental, Marcel Proust (1871 – 1922) declaró que no era para la élite literaria que escribió. Enfatizó que él escribió su gran novela, “En busca del tiempo perdido” (A la recherche du temps perdu), publicada en 1922, para el público en general. Deseaba que la gente abordando los trenes en las estaciones de tren de París y las provincias tuvieran acceso a su novela.

Irónicamente esta serie, compuesta de siete novelas, ha adquirido la reputación de que es lectura solamente para los eruditos enclaustrados en sus mansiones y bibliotecas lujosas. ¡Nada más lejos de la realidad!

Tanto se ha escrito sobre Proust, que uno hasta puede ahogarse en el mar de comentarios. Esta bella serie de novelas se trata del tiempo, de la memoria, del ser y de sus cambios sicológicos, del amor, de la sexualidad, de los valores sociales y de los cambios que sufren a través de las transiciones en el tiempo desde La Belle Époque (La Bella Época del fin del siglo XIX) hasta después de la Primera Guerra Mundial.

Consonante con su propia declaración que tenemos muchos mundos a nuestra disposición y que el tiempo puede ser recuperado y superado por medio de la memoria involuntaria e imperiosa, Proust nos invita a un viaje del flujo de conciencia para gozar y sufrir el pasado en lo que él denomina “las intermitencias del corazón”.

Samuel Beckett, el reconocido dramaturgo irlandés del siglo XX, comenta sobre “En busca del tiempo perdido”, que los temas de esta novela trata de la transitoriedad del tiempo, “. . . aquel monstruo de doble-cabeza de la maldición y salvación: el Tiempo”.

Famoso el relato con que comienza la primera novela de “En busca del tiempo perdido”, cuando, de repente, un hombre de edad mediana saborea un pequeño pastel (une madeleine) humedecido en una taza de té, una infusión de flores de limón.

El simple acto de saborearlo evoca en Proust una cascada de memorias de su juventud, que lo sumerge inmediatamente, sin que él entienda, en el proceso de su propia memoria. Situaciones de esta clase —no conscientemente construidas, ocurren sin saber: son actos casuales que nos asombran continuamente en cada página. Proust comienza a pensar que su memoria es así como las reducidas y secas flores japonesas que, al dejarlas caer en un vaso de agua, florecen y crecen hasta representar flores, aldeas y otro mundo entero.

Descubre, nos cuenta Proust, que al escribir sus memorias se siente como que puede recapturar, derrotar, revivir el tiempo por medio de las operaciones casuales de su memoria involuntaria activada en algún acto no esperado: el olor de las flores de espino albar, en una ocasión, o la inesperada y repentina contemplación de un rosal o lirios acuáticos. Las memorias pueden ser liberadas por casualidad y, simultáneamente, todas las sensaciones vienen encima como una inundación—y los expresa como el fluir de un río, el flujo de la consciencia que va a examinar analíticamente.

Pero no se deja engañar: esta no es una novela ensimismada y neurótica. En estas siete novelas, Proust presenta, en exquisito detalle real y surreal, el mundo de París del Fin de Siècle: la vulgaridad y mal comportamiento de las varias clases sociales, la crisis del Canal de Suez (1869), los salones del París de alta alcurnia, los contrastes entre el París extravagante de la Primera Guerra Mundial y la miseria de las tropas en las primeras líneas del frente de guerra, la ocupación alemana de París durante la Gran Guerra, además de la Post-Guerra en que todos se envejecen.

Todo eso, Proust lo abarca en una prosa deliciosa y delicada: eventos, lugares y acciones de este periodo tumultuoso se derriten en su mente, y él los reconstruye analíticamente.

“Analítica” es la palabra clave en este proceso—no la descripción únicamente literaria. Así que la memoria no puede recapturar sensaciones y sentimientos, si no que restaura y rememora los eventos en una manera en que los examina lógicamente.

Proust tampoco se escondió del mundo de los eventos políticos. El escándalo sucio e inmoral de “L?Affaire Dreyfus” (El Asunto del Capitán Dreyfus) provocó a Proust a tomar su pluma como periodista y a escribir como periodista, después de la gigantesca explosión de “J?Accuse” de Émile Zola en las páginas del periódico “Le Figaro”, con su circulación de 80,000 lectores. Proust denunció el escándalo en sus propias columnas en “Le Figaro”.

Vale la pena una pequeña desviación para conocer esta conspiración en que fue sumergida la nación de Francia entera, comenzando en 1896. Para Proust, es un tema mayor en su gran novela. El Capitán Alfred Dreyfus era un Judío y un Capitán en el Ejército de Francia. En 1894 fue condenado por una corte marcial, acusado de haber vendido secretos militares a los alemanes.

Fue sentenciado a cadena perpetua en Devil?s Island. La evidencia con que fue condenado era falsa, pero el Ejército lo escondió para mantener su honor y reputación. Al fin, en medio del fuerte y desastroso fermento ideológico y social descubrieron, con la ayuda de Zola, un dossier militar secreto y falso que permitió la admisión de evidencia y un nuevo proceso legal contra Dreyfus en 1899.

Por el poder de la institución militar, salvaguardando su honor, Dreyfus fue condenado nuevamente. Hasta 1906, el Capitán Dreyfus fue exonerado y rehabilitado, y recibió la medalla de la Legión de Honor.

Estos acontecimientos afectaron a la sociedad francesa a todo nivel, y Proust, obedeciendo su consciencia, se arriesgó al exilio social cuando escribió en defensa del Capitán Dreyfus en “Le Figaro”, mientras que en su novela examinaba con lupa y bisturí los prejuicios anti semíticos en la alta sociedad. Proust, quien era judío por parte de su madre, perdió muchos amigos católicos de alto nivel, por su defensa de Dreyfus, uno de los casos más deslumbrantes en la historia de Francia.

En su voluminosa correspondencia, Proust se expresa sobre sus actividades políticas a favor de Dreyfus, de la siguiente manera: “Si yo no tenía convicciones intelectuales, si yo buscaba solamente recolectar y hacer con estas memorias una memoria redundante de los días pasados… No tomaría el cuidado de escribir” (Correspondencia, vol. XIII.99).

Marcel Proust murió en 1922 de tuberculosis, y cuando su amigo, el gran cineasta, Jean Cocteau entró al cuarto de recámara de Proust y vio sus libros al lado de su cama, comentó que ver estos libros era como ver los relojes en las muñecas de los soldados caídos en el campo de batalla de la Primera Guerra Mundial (La Dificultad de Ser).

El mundo mental que nos presenta Proust en su magnífica novela es saturado con la consciencia del flujo del tiempo dentro y fuera de sí. En fin, refleja el mundo personal, psicológico, social y político de sus tiempos en un estilo exquisito, que presenta las torturas, obsesiones y adicciones del amor, de la sexualidad, de la vida interna y sus alegrías y tristezas, además de las memorias de su niñez.

La memoria imperiosa se impone en nuestras memorias al leer las páginas de esta novela, tal vez un modelo para unas novelas de este pequeño país al otro lado del mundo del París, con sus amores y guerras, escándalos y memorias.

Quien desea intentar escribir del pasado, del presente y de sus memorias bien puede buscar un modelo en los escritos de este fascinante Marcel Proust.

FIN