Mario Martí: “La pintura me ayudó a expresarme todo el tiempo”

El artista abstracto cumple en 2014 cincuenta años de trayectoria y será homenajeado en la exposición "Sin cuenta", en el Museo de Arte de El Salvador desde el 24 de julio

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elsalvador.com

Por Kevin Salazar Twitter:@KevinESalazar

2014-07-17 7:00:00

Mario César Martí proviene de un hogar terrateniente que en los años 30 emigró a la capital para tener mejores oportunidades. Sin embargo, Martí había sido testigo de la injusticia social hacia sus semejantes en los períodos de las cortas de café. Pese a las adversidades, despertó su curiosidad por el dibujo, talento que comenzó a pulir por pedidos familiares para lucirse ante las visitas de grandes personalidades de élite.

Ante los eventos históricos, Martí quiso ayudar a la gente y pensó que la medicina sería la mejor opción. Pero Martí se deja seducir por las historias del arte.

Este enamoramiento lo impulsó a dar los primeros pasos entre 1961 y 1967, participando en los certámenes nacionales de cultura, festivales estudiantiles en Guatemala, presentándose ante la sociedad en Galería Fission hasta la conformación del grupo artístico UKUXKAH, junto a los maestros Benjamín Cañas, Víctor Manuel Rodríguez y Antonio Guandique, grupo que logró exportar su arte en 1967 a la Bienal de París y luego a Sao Paulo. Desde entonces, su pintura se desarrolló bajo el signo del expresionismo abstracto.

De alguna manera, este estandarte artístico es una obra intimista de Martí, quien busca simplemente precisar un mensaje de sus vivencias a lo largo de los años, llevándolo a otros países de Latinoamérica, Europa y Asia, donde logró establecer una relación con la vida, el pensamiento, la dialéctica. Crea sentidos múltiples e imprevisibles más allá de la representación, sus obras se construyen por etapas sucesivas: expresión del creador y reacción de los espectadores, instantes en los cuales la obra se realiza por el sentido que cada uno le da.

Los críticos literarios consideran a Martí como un gran viajero, el color y la luz de los países que ha recorrido se reencuentran en sus obras. Instalado en Francia desde 2001, su obra, gestual e instintiva, se hace más domesticada y acabada.

Confrontado por la falta de espacio, cambia de soporte y se orienta hacia la fotografía, expresión que llega como prolongación de su obra pictórica. En la búsqueda de la instantaneidad, capta imágenes para crear sentidos y provocar al espectador. Inventa instalaciones en lugares en donde utiliza los volúmenes como espacio de creación.

Los 50 años de su obra han sido reconocidos por El Salvador y por Francia durante junio y julio de este año. Por lo que el Museo de Artes de El Salvador se une al festejo de la trayectoria del artista en la exhibición “Sin cuenta”, que se inaugura el próximo 24 de junio. Mario Martí conversó con El Diario de Hoy para trazar su recorrido como pintor y los retos que siguen.

Usted tiene una obra pictórica muy completa, ¿podría darnos una semblanza de su carrera artística? ¿Cómo empezó a dibujar? ¿Por qué sigue pintando?

—Yo tendría que decirle que siempre tuve una inclinación natural por el dibujo desde niño. No vengo de una familia de artistas, era algo que me nacía naturalmente. Siempre estaba dibujando, y esto era aprovechado por mis padres para quedar bien con las visitas. Así fue durante mi infancia y adolescencia, hasta que me gradué de bachiller en el Liceo Salvadoreño y presenté al final mis primeros cuadros. Claro, no eran originales míos, sino que eran obras compuestas de distintos elementos para hacer algo mío, pero descubrí que la pintura es un modo de expresarse desde el interior. Al salir de Educación Media, uno no tenía la orientación vocacional de ahora, y yo lo único que deseaba era ayudarle a la humanidad y opté por inscribirme en la carrera de medicina en la Universidad Nacional de El Salvador. Pero un día, al caminar por la calle Rubén Darío, al pasar por el edificio del Ministerio de Turismo, observé una exposición de pintura y que el autor era arquitecto, creo que era el arquitecto Carbonel y allí se me prendió el foco, eso era una solución para mí. Ayudar a los demás por medio del arte y decidí estudiar arquitectura, por lo que opté inscribirme en esa carrera. La escuela de arquitectura estaba recién fundada, era un vivero de ideas y de gente interesante que regresaba de México y otras partes de Europa, ellos sabían mucho de la actividad intelectual. Con ellos conocí historia de arte y a personalidades del medio artístico como Carlos y Benjamín Cañas, y poco a poco, sentí que podía tener una expresión propia. Ya para 1964 yo participé por segunda vez en el certamen de cultura a nivel centroamericano, y allí fue la primera vez que la crítica artística se ocupa de mí. En ese mismo año logré exponer en colectividad en Galería Forma, en aquella época era el catalizador importante de artistas modernos. Allí pude compartir mis obras junto a Julia Díaz y Carlos Cañas, entre otros. Fue una especie de presentación ante la sociedad. Haciendo números, de 1964 a 2014 son cincuenta años, y busco festejar mi trayectoria como pintor.

¿Qué significa para un artista salvadoreño exhibir sus creaciones en Europa y Asia?

—Primero indica que participé en eventos colectivos de manera oficial en nombre de El Salvador, en Japón presenté arte no figurativo, un momento inolvidable que marcó mi estilo artístico. Pero la mejor experiencia que me marcó como artista y aún recuerdo fue en 1967, cuando formé parte del grupo UKUXKAH que representó al país en la Bienal de París (Francia), en ese año obtuve una beca para estudiar una maestría en urbanismo y tuve la suerte de ver mis cuadros colgados en el museo moderno de la ciudad de París, para mí, un joven pintor salido por primera vez de un país pequeño ver sus cuadros en muros donde gente de todas las nacionalidades las veía me provocaba un sinfín de emociones fuertes. El encargado de curar nuestro trabajo para esa exhibición fue Benjamín Saúl. La experiencia fue muy emotiva. Luego, estuve en Bélgica en Casa de los Estudiantes de Lovaina, al mismo tiempo compartí mis pinturas en el Instituto de Arqueología e Historia del Arte de Bélgica, la Galería le Zodiaque y Museo de Lovaina la Nueva, pero estas fueron mis exposiciones individuales. En los ochentas expuse otra vez, pero yo me sentía entre paréntesis: mi vida artística y personal por el conflicto social que vivía El Salvador y de alguna manera yo estaba participando en ella externalizando por medio del dibujo. Yo lo llamo “arte intimista”, algo profundo, proyectando mis vivencias de estos hechos cuyunturales. Y allá me fui a Francia a instalarme con la familia. Fue un período intenso de trabajo porque tuve muchas oportunidades de exponer en otros lugares de Latinoamérica: Guatemala, Nicaragua, México, República Dominicana y Cuba. Ya en 2001 que me quedé en Francia, mis caminos me llevaron al Conservatorio de Clamart, al Castillo de Châteaubriant, las Biennale de Nantes 2003, 2005, 2007, 2009 y 2011, Salón artístico Arts sur Scène, Asnières como invitado de honor, entre otros. Esto nunca me originó un complejo de inferioridad o superioridad, me he sentido yo. El único problema del mundo artístico actual es estar ligado a las estructuras del poder, artistas que no conocen la crisis que te hace romper los esquemas de la creación. Aunque en Latinoamérica, el artista se enfrenta a miles de cosas para llevar una vida digna, aunque existan fondos para apoyar al arte contemporáneo, pero acceder a ellos es difícil. Es cierto que para ganarse la vida cuesta, pero hay reconocimiento. Usted me saludó como “maestro”, eso es signo de reconocimiento social para sentirse útil. Aunque aquí hay muchos artistas, pues se da como en mata, siempre he dicho que El Salvador y Centroamérica es una región de poetas y pintores.

Los ochenta fueron un período catastrófico para los salvadoreños. ¿Cambió su perspectiva artística gracias a la guerra civil?

—Esa época tremenda me permitió trabajar una obra intimista, que hice como un diario, donde plasmé dibujos de mínimo formato. No me gusta hablar de miniatura, porque es preciosista, usted lo agranda con lupa y sigue siendo perfecta, logra ver los trazos que describen la situación, los elementos involucrados las intensiones de la luz en el cuadro. Estos dibujos que hice en una libreta se caracterizan por la gestualidad, ahora sinónimo de “action painting”, donde uno plasma emociones de uno mismo y de quienes te rodean. Esta manifestación es identificable por el espesor y la brusquedad de los trazos que pretenden reflejar los gestos del momento, por eso es clave que cada dibujo retrate una catarsis de todo ese movimiento social o la convulsión generada. Este proceso provocó una ruptura en mí y dio otro salto en mi etapa de artista. Mis trabajos visuales me hicieron trasladarme de El Salvador físicamente, aunque mi espíritu y mente siempre se mantuvieron en el Pulgarcito de América. Durante ese tiempo estuve en México, Costa Rica, Nicaragua, Cuba, Ecuador y Francia. Al regresar en los noventas, encontré otra realidad y realice una exposición denominada “Fin de siglo: cinco virtudes capitales”, plasmando esa nueva realidad, tanto salvadoreña, francesa y latinoamericana, aunque la mirada hacia mi país es una crítica de un período tardío, porque iniciaba la democracia y otros procesos que en otros lugares ya se habían consolidado como la “globalización”.

¿Por qué refugiarse en el expresionismo abstracto para consolidar la trayectoria artística?

—Partamos que es un movimiento pictórico contemporáneo bajo las tendencias informalistas y matéricas donde uno ve las preferencias de los formatos, donde uno se siente a gusto expresarse… Creo que se logran presentar grandes rasgos de conflicto y angustia, lo que se refleja en los hechos importantes de una sociedad. Aunque mis preferencias dentro de este movimiento es el machismo, una reacción al cubismo y se caracteriza por una pincelada espontánea, goteos y manchas de pintura directamente provenientes del tubo, y a veces garabatos que recuerdan a la caligrafía. Me da libertad para expresarme.

En fotografía ¿qué logró experimentar?

—La fotografía tiene mi sello: buscar lo insólito. Y en Francia logré captar eso con la exposición “Doble visión”, un conjunto de 48 fotos que son el resultado de un trabajo muy intenso sobre la relación con la vida en Francia.