Alberto Gómez Font: “Las palabras sucias se refieren a lo bueno…”

Es defensor del buen uso del español, pero sin conservadu-rismos. El filólogo nacido en Barcelona también es un bartender profesional. Pronto publicará un libro titulado "Los errores correctos"

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elsalvador.com

Por Tomás Andréu Twitter: @tomazs_andreu

2013-11-17 8:00:00

Se considera a sí mismo indígena. Reivindica esa palabra y muchas otras más. Afirma que la Real Academia de la Lengua se ha alejado del conservadurismo que la caracterizaba. El filólogo español, Alberto Gómez Font, estuvo en El Salvador gracias a una invitación del Ministerio de Obras Públicas y la intercesión del académico y escritor, Pablo Benítez.

Gómez Font tuvo una larga trayectoria en la Agencia EFE. Fue coordinador de la Fundación del Español Urgente (Fundéu) y en la actualidad es director del Instituto Cervantes en la ciudad de Rabat, Marruecos.

¿Qué diagnóstico tiene sobre la redacción de documentos administrativos en El Salvador?

Los organizadores del curso me facilitaron cuatro documentos del Ministerio de Obras Públicas (MOP). Se puede constatar que estos documentos sufren de los mismos males de cualquier otro país hispanohablante. Hay un lenguaje escrito de funcionario público a funcionario público, nunca pensando en el ciudadano. Jamás. Un ciudadano de a pie agarra un texto de esos y tiene que ir a buscar un traductor para que lo traduzca del español al español. Hay escritos que arrancan con “De conformidad con lo prevenido”. En español se usa la preposición “según”. Hay comas (,) puestas en el sitio más insospechado, mayúsculas por todos lados. El lenguaje administrativo peca de exceso de especialización, como escrito a propósito para que no lo entienda nadie.

¿Y eso a qué se debe?

El lenguaje jurídico y administrativo se ha quedado anclado en el tiempo. Ambos se escriben con fórmulas muy rimbombantes que deben venir del siglo XVIII. Ese lenguaje debe acercarse al ciudadano, que al fin y al cabo, es el que paga los impuestos.

Es curioso que lo hayan invitado a usted a hacer esto cuando El Salvador tiene una Academia Salvadoreña de la Lengua Española. Entonces, uno se pregunta para qué sirve este observatorio…

El problema de la Academia Salvadoreña, como en otros países chiquitos, es la falta de medios. El ministerio que se ocupa de dotar de fondos a la Academia de la Lengua —que en el caso de El Salvador no sé cuál es, supongo que debe de ser el Ministerio de Cultura— no dota a la Academia de lo suficiente y esta no puede contratar a investigadores que lleven adelante sus estudios que colaboren con la administración. Es solo una falta de medios. Nada más. También el hecho de que los miembros de la Academia (escritores, lingüistas) mayores, retirados de sus trabajos, no se han ocupado demasiado —o no se han dado cuenta— que merece la pena estudiar este asunto e intentar solucionar este problema. Pero no le vamos a echar la culpa a la Academia Salvadoreña, tampoco las academias de otros países se han ocupado de eso. La Real Academia Española ha empezado hace poco tiempo a promover estudios sobre el lenguaje administrativo y a llegar a acuerdos con los ministerios para intentar modernizar el lenguaje, pero de momento no se han dado grandes logros.

Acaba de mencionar la palabra lingüista. Hace poco vi algo que me dio mucha risa. Un tipo le decía a otro que vio a un lingüista montado en un unicornio y obtuvo como respuesta que “los lingüistas no existen…”

[Sonríe] Bueno, no sé… El lingüista estudia el funcionamiento de una lengua. El filólogo es más amplio. Hay ramas de la lingüística como la sociolingüística… Los lingüistas sí existen. Yo no sé si soy lingüista o no. Nadie me ha llamado de eso nunca. Bueno, de vez en cuando me lo llaman. Bueno, sí existen los lingüistas. Tengo amigos que lo son.

¿Qué tanto ha evolucionado la Real Academia de la Lengua? ¿Qué tan arcaica o permisiva es?

Las Academias han sido muy criticadas porque se han quedado un poquito ancladas en el pasado. Han sido poco modernas. Han estado poco atentas a la transformación del lenguaje como si fueran clubes sociales de viejos señorones que se juntan allá a hablar de todo, menos de lo que tienen que hablar, que es la lengua. Afortunadamente, ahora hay una entidad que es la Asociación de las Academias de la Lengua Española. Tiene un secretario general en Madrid y trabajan todas juntas y hay algo más de presupuesto para ayudar a las más pequeñas como la salvadoreña. Se dan becas para que los lexicógrafos vayan a estudiar a la Academia Española. Tengo amigos salvadoreños que han estado en esos seminarios como mi amigo Francisco Domínguez. Hay una dinámica, un movimiento que ya no son —en principio o no deberían ser— esos viejos clubes de sabios.

A propósito de lo de arcaico, le he escuchado decir cosas como “lengua culta”, “léxico culto”, “expresión culta”. ¿Usted cree que la palabra “culto, culta” realmente tiene vigencia, razón de ser?

Tiene vigencia por oposición al lenguaje popular. Aunque, si uno opone lo culto a lo popular, está llamando incultos a los populares y eso es un poco peligroso. Nadie tiene derecho de llamar inculto a nadie por su forma de hablar. Pero sí, se llama lengua culta a la utilizada en los medios de comunicación, en la literatura, en las universidades. Y lengua popular o vulgar —que es otra forma de llamarla, aunque de vulgar no tiene nada— es la que se usa en contextos muy locales, muy coloquiales. Y lo de arcaico… Los lingüistas de España o la gente que le da por hablar de la lengua, cuando estudian el español de América suelen decir que en Latinoamérica se usan muchos arcaísmos. Y yo me pongo a pensar: ¿cómo van a ser arcaísmos si se siguen utilizando? Al que usa una palabra no se le puede decir que está usando un arcaísmo. Está usando una palabra actual puesto que la está utilizando en el siglo XXI (…) Uno tiende a pensar que lo de antes era mejor, lo cual es una mentira. Lo mejor lo tenemos ahora. Pero bueno, eso es parte de las mentes conservadoras que piensan que lo de antes era mejor.

¿Y usted siempre se consideró tan liberal con el lenguaje como lo es ahora o tuvo su rato ortodoxo?

Sí, tuve mi momento purista y ortodoxo. Cuando salí de la universidad y comencé a trabajar en la revisión de textos en un medio de comunicación como la Agencia Efe, uno tiende a ser muy conservador, muy regañador y muy purista. Me parecía importante andar diciendo, “eso lo escribiste mal”, sin pararse a pensar que a lo mejor no está tan mal. A medida que pasan los años, uno va aprendiendo a tener cintura, a ser flexible y a ver la lengua como un ente vivo y cambiante y se atreve menos a decir que una cosa es incorrecta, que no es culta…

¿Y qué hizo el quiebre en su ortodoxia?

Usualmente son los amigos sabios quienes lo llevan a uno por el buen camino. Sobre todo fue y sigue siendo uno de mis maestros: Leonardo Gómez Torrego. Curiosamente, él no está en la Academia. No sé porqué. Él es un gran visionario con lo que va a pasar con el español. Recuerdo una conferencia suya hace muchos años en la que explicaba errores, pero que ya no lo eran y al mismo tiempo, explicaba cosas que se consideraban erróneas en la lengua, pero ya avisaba que con el tiempo dejarían de considerarse como tal. He visto cómo ha sucedido. Eso me abrió los ojos a que el error es error en un tiempo determinado. Precisamente estoy escribiendo un libro que se llama “Los errores correctos”. Es una colección de cosas que tuve que corregir mientras revisaba noticias en la Agencia Efe y que ya no podría corregir porque ya están bien.

¿Qué hace que una palabra se mantenga vigente? La palabra guerra nunca pierde vigencia, si pasó con vinilo, pero regresó.

Usted mismo lo acaba de explicar: cuando una palabra ya no designa una realidad, deja de existir. Puede ocurrir que la palabra desaparezca porque los hablantes la cambiamos por otra, porque tengamos la percepción que se ha desgastado como pasó con minusválido y que tenía matices peyorativos. Esa se cambió por discapacitado, esta ya empezó a desgastarse y ha empezado a usarse “persona con discapacidad”. La corriente de lo políticamente correcto cambia las palabras. No hay nadie que se ocupe de preservar una palabra. No hay organismos salvadores de palabras. Tampoco hay organismos asesinos de palabras. Somos los hablantes los que decidimos si nos gusta una palabra o no y si la usamos o no.

También hay una fe ciega en las nuevas tecnologías como si el futuro perpetuara el tiempo que vivimos. Ya cayeron en el olvido las palabras como Atari, la red social Hi5, la palabra “Messenger”.

Es verdad, ya no me acordaba del “Messenger”. Las nuevas tecnologías producen la llegada rápida de un caudal de palabras que entran y desplazan a otras palabras que ya no sirven. Esa es la historia de una lengua. Nuevas tecnologías ha habido siempre, no electrónicas, pero ha habido en la historia de la humanidad.

¿Qué postura tiene con la sociolingüística? Hace unos años un campesino describía lo que hacía de una manera muy peculiar… Dijo que estaba “humando” . O sea, él estaba fumando…

Ese campesino lo dijo bien, porque estaba humando. Hizo uso de la lengua lógica. Ahora hay un neologismo muy peculiar relacionado con eso que es el humo que uno echa de los cigarrillos electrónicos. Uno no fuma, porque no es humo, es vapor. Se está usando el término “vapear”. Pero en el español no parece bien formado “vapear”. Humar es hacer humo y ahumar es dar humo a algo y fumar es echar humo. El campesino lo dijo perfecto. Además, lo más importante de un hecho lingüístico como ese, es que yo lo entienda y que el tipo que me lo diga, pues me esté comunicando algo, y que no se produzca una ruptura en la comunicación.

¿Cómo es el proceso de validación de un término? ¿Se apoyan en la sociolingüística?

Ahora es fácil validar un término por la cantidad de apariciones que existen en un documento. Hasta hace pocos años, el modelo en el que se basaban las Academias para decidir si entraba una palabra o no en el diccionario, era el español usado por los grandes escritores. El problema es que los que decidían quiénes eran los grandes escritores eran los académicos, no éramos los hablantes. [La justificación era] “Ah, es que lo ha escrito Quevedo”. Y si lo escribe un señor que no es Quevedo, ¿está mal…? ¿Cómo está la vaina? ¿Qué clase de criterio es ese? Pero ahora en día eso se terminó. Las Academias se basan en ustedes: los periodistas. Los difusores del uso del español y los que deciden si se establece una palabra o no, son los medios de comunicación. Y van a seguir siéndolo de ahora en adelante. No creo que nadie les quite eso.

Hablamos de la ortodoxia en el lenguaje. ¿Cuál es su posición con respecto a los eufemismos? En el periodismo vemos casos como “persona con discapacidad” “personas con capacidades especiales”, “persona de color”. O términos directos como “negro”, “blanco”, “judío”, “indio”, “nativo”.

Desde mi punto de vista, todas las vueltas en el lenguaje, sobran. Si una persona es ciega, es ciega. Si es sorda, pues es sorda y no discapacitado auditivo. Recuerdo a un periodista colombiano que se llama Daniel Samper. Él decía que ya estaba harto de ser “discapacitado capilar”. O sea, calvo. Son cosas del [llamado] lenguaje políticamente correcto… A mí, en lo personal, no me gusta. No sirve para nada. Es cierto que en el lenguaje político se usa mucho el eufemismo para el ocultamiento de la realidad y en el lenguaje económico como en la crisis actual de España. Esta manipulación del lenguaje lo vemos más en la propaganda y en la publicidad. Curiosamente, eufemismo significa decir algo de forma bonita. Si hay una palabra que se considera fea como “culo”, pues el eufemismo es decir “pompis”, “trasero”, “cola” (…) Yo uso la palabra indio. Me gusta la palabra indio, porque reivindico la palabra indígena en su sentido original. Yo soy un indígena de Barcelona. Indígena es el originario de un sitio. Ahora se está usando indígena en vez de indio. Ahora estoy viviendo en Marruecos y hay una palabra para referirse a los pobladores del norte de África: moros. Pero moros es una palabra que les molesta a ellos. Si yo estoy hablando con un marroquí y le molesta que lo llame moro, ¿para qué lo voy a molestar? Aunque yo, cuando digo moro, no le pongo tono despectivo, pero ellos quizás no lo saben. Ese es el problema con indio. Yo reivindico la palabra para los indios de América y de la India, porque ahora hay mucha gente que, para diferenciar, llama a los de la India “hindúes”, pero el hinduismo es una religión y hay indios que no son hindúes. Las personas tienen derecho a decidir cómo quieren que las llamen y eso hay que respetarlo. Ir contracorriente no es un ejercicio productivo.

La RAE se guía por lo políticamente correcto. ¿Es la RAE conservadora?

Antes he dicho que se critica a las Academias por conservadoras e inmovilistas. Afortunadamente hoy, no es así. Y la Asociación de Academias, tampoco es así. De eso se cuida bien el secretario general, Humberto López Morales. Las Academias se están poniendo al día con lo que pasa con el español actual. Son un poco reticentes con el lenguaje que se ha dado en llamar inclusivo o al lenguaje no sexista. Son resabios de épocas más conservadoras, pero poquito a poco se van suavizando.

¿Y cómo ve esto de los movimientos feministas de usar los, las, niños y niñas para escribir y para hablar?

Ummm, no sé… Me parece exagerado. Recuerdo que un día estaba dando clases en España y habíamos hablado de este asunto. Al terminar la clase, dije: “Os invito a todos a tomaros una copita de champán en el bar de enfrente”. Y dijeron, “Ah, qué bien…” Y yo les dije, “Eh, no. He dicho a todos. Vosotras, no. No estáis incluidas”. Se dieron cuenta de que, aunque había dicho todos, ellas se sentían incluidas. Se dieron cuenta de que no era necesario que yo dijera “todos y todas”. En la práctica es cuando uno se da cuenta de este tema. Le pones una trampita al hablante y siempre cae.

¿Existen las palabras feas?

Decidimos nosotros qué es feo o qué no lo es…

¿Y usted qué opina?

Eh… Para mí no existen las palabras feas. A mí me gustan todas las palabras. Unas más que otras, pero me gustan.

Y según la opinión popular, ¿existen las palabras soeces, sucias, vulgares, malsonantes…?

Es una cuestión cultural con mucha influencia de la religión. Desafortunadamente, la religión nos prohíbe todo lo bueno y normalmente las “palabras sucias” se refieren a lo bueno, a todo lo sexual, a todo lo que tiene que ver con el placer. Es cuestión cultural y de educación.

¿Y sobre el espanglish?

Es una lengua coloquial entre familiares, amigos que se van a tomar unas copitas… No es una lengua de cultura, es una lengua de contacto. Para mí es un fenómeno muy bonito e interesante el de la lengua de contacto. Hay amigos que me crucificarían por decir que el espanglish es una lengua, pero sí que lo es porque si hay personas que se comunican con ella. ¿No es un idioma? Es discutible. ¿Tiene una gramática fijada? No hay un solo espanglish.