Artista futurista que nació hace 100 años Rosa Mena Valenzuela:

Mario Castrillo, Luis Lazo, Marta Eugenia Valle, Jaime Balseiro y Roberto Galicia recuerdan a Rosa Mena Valenzuela, una de las pintoras más emblemáticas que ha tenido El Salvador. Ella habría cumplido 100 años el pasado viernes 13 de septiembre

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elsalvador.com

Por Texto: Tomás Andréu Fotografías: Omar Carbonero

2013-09-14 8:00:00

La religión no le quitó la rebeldía, esta no le prohibió la disciplina y esta última no le impidió ser transgresora y versátil artista.

El viernes 13 de septiembre Rosa Mena Valenzuela (1913-2004) habría cumplido 100 años. En vísperas de su natalicio uno de sus amigos, un crítico de arte, un discípulo, un director de museo y una catedrática y artista elaboraron su perfil de la artista, a quienes muchos consideran una genio iconoclasta que se adelantó a su época.

Las voces que convergieron en el Museo de Arte de El Salvador (Marte) transitaron por varios caminos para perfilar a la artista. Unas se fueron por lo académico y otras por lo humano. Pero de Rosa Mena Valenzuela ya se han dicho un par de cosas en el siglo XX, que bien se haría en recordarlas ahora.

La primera remembranza-elogio es la del gran caricaturista salvadoreño Toño Salazar (1897 -1986): “Ese dibujo no termina nunca, corre y vuela, tiene pies y alas. Cuando Rosa Mena Valenzuela pinta muestra angustia y su pasión. El caso creativo de Rosa desconcierta porque el dibujo y el color tienen la misma importancia”.

Pero el más sorprendente fue el que le dio su maestro Valero Lecho en el primer día de aprendizaje. El español exclamó: “¡Ya Dios no puede darte más!”.

La intelectual

Mario Castrillo, Luis Lazo, Marta Eugenia Valle, Jaime Balseiro y Roberto Galicia conocieron —unos más, otros menos— a Rosa Mena Valenzuela. A partir de estas ópticas muy personales presentan a una mujer religiosa, clásica, estricta, abnegada, hermética y al mismo tiempo, universal. Pero sobre todo comprometida con el arte. En sus más de 90 años de existencia no supo más que vivir para eso. No es en vano que se le considere la embajadora del expresionismo en El Salvador.

“Entrabas a su casa y respirabas arte. Ahí se vivía para eso. Ahí era el arte por el arte, pero también respirabas los valores muy bien cimentados que ella profesaba, porque era una mujer muy católica. Por eso ves su obra muy mística. Tenía una fe inquebrantable y se la transmitía a sus alumnos”, recuerda Lazo, discípulo de Rosa Mena Valenzuela y hoy artista.

Según la investigadora y crítica de arte Astrid Bahamond, que consigna en su libro “Procesos del arte en El Salvador”, la artista nació en una estricta atmósfera cultural. Tanto los padres como los amigos de estos provenían de círculos académicos y artísticos. La escena no podía ser más que estimulante para la pequeña de aquel entonces. La herencia familiar la trasladó a su vida personal hasta el ocaso de sus días.

“Ella era muy intelectual. No podía vivir sin estar asimilando algo. Por eso es que su ambiente era tan cultural desde que amanecía hasta que anochecía”, recuerda Balseiro, quien fuera amigo y mecenas de Rosa Mena Valenzuela. Pero antes se jacta: “el primero de los que estamos aquí reunidos que conoció a Rosita fui yo”.

“La visión de Rosita fue más intelectual. Ella no solo se metió con las figuras artísticas más importantes, también se metió con la historia del arte”, refuerza Galicia, director del Marte.

El museo tiene en total 66 obras de Rosa Mena Valenzuela. La mayoría fueron donadas por la artista (50), otra cantidad por Balseiro (16).

Aquellos días

El escenario sociocultural en el que vivió Rosa Mena Valenzuela no fue fácil, es decir, el paisaje estaba dominado por los hombres. Un par de mujeres afloraban en la pintura: Ana Julia Álvarez (1908- 2007) y Zélie Lardé (1901-1974). El tiempo pondría en alto y a la par de las anteriores artistas a Julia Díaz (1917-1999) y a la misma Rosa Mena Valenzuela.

Los espacios para la enseñanza de la pintura también se contaban con los dedos de la mano. De las primeras academias que existieron se pueden mencionar la del pintor Carlos Alberto Imery (1879-1949). También la fugaz Escuela de Bellas Artes de Spiro Rossolimo (origen ruso), por ella pasaron Salarrué y Toño Salazar. Luego surgió la de Valero Lecha (a mediados de la década de 1930). Rosa Mena Valenzuela se convierte en alumna del español.

Es a partir del contexto anterior que la artista comienza su solidez académica a través de becas, viajes, visita a países remotos como los del Medio Oriente, exposiciones por toda América —incluyendo Estados Unidos— y Europa. El resultado es un fortalecimiento en sus valores religiosos y un ensanchamiento de su mirada artística y estética.

La academia

En los primeros años de la década de 1970 Rosa Mena Valenzuela funda su propia academia. Su maestro Valero Lecha le envía alumnos. ¿Sirvió de algo un centro de aprendizaje dirigido por la artista?

“De ahí es de donde más pintores han surgido. Hay muchos artistas que por vocación o necesidad han tenido sus academias y muchos de esos alumnos que han salido de ahí han expuesto, pero en exponer y ser artista hay una gran diferencia. Si contáramos tres o cinco de parte de la academia de Rosa Mena Valenzuela, esa cantidad es importantísima en su calidad como docente”, dicen Galicia.

“Ella te inyectaba una cultura muy sublime. Uno en su academia pasaba a ser parte de la familia porque pasabas de 8:00 de la mañana a 6:00 de la tarde”, reconstruye Lazo aquellos días, pero los matiza: “Claro, uno con el tiempo adquiere su personalidad [estilo pictórico y visión de mundo], por eso luego me zafé. Tuve que independizarme de esa influencia. Ella fue buena: me consiguió entrevistas con Toño Salazar, Matilde Elena López para que les mostrara mi trabajo”.

Balseiro, el amigo y discípulo de Rosa Mena Valenzuela, refuerza las palabras de Lazo: “Ella fue una profesora estricta, clásica. Primero pasabas por el dibujo una y otra vez. Luego venía el color. Ella nunca fue egoísta para dar su sabiduría a sus alumnos. Trataba como a hijos a cada uno. Ella lo que quería era dejar cimientos, esa seguridad al pintar. De ahí salieron estudiantes que para qué te digo. Aquí tenés a uno [en referencia a Lazo]”.

La maestra tenía prohibiciones en su academia. Hay una muy sencilla, pero determinante para la carrera de un pintor: “Era prohibido usar el negro y el blanco. La idea era crear esos colores. El blanco era el resultado de la luz a través del manejo del color. Si ibas a recibir pintura, ella te iba a empujar a que te dedicaras de lleno. Allá vos si lo hacías o no, pero ella hacía su labor. Ella decía, ‘el arte es un sacerdocio’. Por eso decía que era una mujer con una fe profunda”, ejemplifica Lazo.

La técnica transgresora

“Su obra la admiro por su libertad, por su capacidad de expresar y tocar su entorno a través de una complejidad que me movió mucho. Ella ya era una persona mayor, pero me admiró muchísimo la energía de su obra”, apunta Valle, catedrática de la Universidad José Matías Delgado.

La también artista añade que si bien a Rosa Mena Valenzuela se le conoce como una gran exponente del expresionismo, lo cierto es que “en la obra de ella se funde una capa de elementos que logran hacer algo muy propio”.

“Fue muy difícil encontrar a alguien [que dibujara] como ella. Por eso ella después lo deformó, bueno, a nosotros nos parece deformación el expresionismo, pero lo que hacía esta tendencia es darle movimiento a lo estético”, explica Balseiro.

Lazo complementa: “Ese trazo nervioso siempre en movimiento que ella tenía era como para escudriñar la profundidad de la condición humana. En el trabajo de ella hay esa interiorización. En la mañana y en la tarde cuando estabas en su academia a ella la mirabas muy sociable, pero eso sí: a ella nunca le podías ver qué estaba haciendo [pintando]. Es decir, sin duda su obra la hacía en la noche, a un nivel de misticismo de conocer la sicología humana”.

“Ella tiene un estilo muy personal que difícilmente lo vas a encontrar en otro pintor. Esa es su originalidad, su fuerza. Incorporó muchas técnicas”, añade Castrillo, crítico de arte.

Y a partir de la obra esboza las piezas que hacen un todo en la obra de Rosa Mena Valenzuela: “Hay algo muy importante en el trabajo de ella. Si querés a nivel filosófico: la concepción del tiempo, es decir, la simultaneidad no solo de los personajes sino de situaciones en un mismo tiempo y lugar. Eso lo vez en sus trazos libres, espontáneos, impulsivos y simultáneos. Hay un personaje sobre otro, situaciones sobre otras situaciones. Esas cosas pueden apreciarse más en el cine, pero ella lo lleva a la pintura. Son escenas salidas del alma”.

Todos coinciden en que Rosa Mena Valenzuela fue una artista que fue superior al tiempo que le tocó vivir en El Salvador.

“Hay un antes y un después en la pintura salvadoreña con Rosa Mena Valenzuela. Esa es la verdad. Hay mujeres pintoras en el país, pero no han llegado a la altura de ella. Rosita se adelantó a su tiempo. Ahora se habla del 3D y no sé qué, pero en la pintura de Rosita eso estuvo desde hace tiempo”, expone con entusiasmo, Balseiro, quien recuerda que la artista “usaba tantos materiales, era un genio. Ella podría estar aquí, y si no tenía con qué pintar agarraba este mantel y con plumón te pintaba”.

Valle resume lo que sucede en el mundo pictórico de Rosa Mena Valenzuela: “la apropiación que ella hace [de todos los elementos que convergen en la obra] es valiosísimo y creo que es lo que le da la fuerza a la propuesta de ella como pintora salvadoreña en un país marginal, pero que ella sin complejos se pone a trabajar y claro, el soporte del conocimiento la hace moverse a sus anchas”.