El legado inédito de Benjamín Cañas en Estados Unidos

El pintor salvadoreño Benjamín Cañas (1933 – 1987) aclamado como uno de los artistas latinoamericanos más importantes del siglo XX dejó huella en Estados Unidos donde pasó la última parte de su vida y quizá la más prolifera. Parte de su legado es conservado por la familia

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Por Tomás Guevara Corresponsal en Washington escena@elsalvador.com

2013-08-04 7:00:00

Entrar a la vivienda que fuera del insigne pintor salvadoreño Benjamín Cañas, en un quieto vecindario de Virginia, es un exquisito encuentro con el artista más internacional que ha dado el país. Su presencia está ahí. En la sala parecen florar los personajes enigmáticos que concibió con dotes de genio el creador, cuyos cuadros seleccionó para su acervo personal.

La anfitriona Dora de Cañas, quien convivió 33 años con el artista hasta que un fulminante paro cardiaco lo aniquiló en la mesa del comedor de la vivienda, la mañana del 8 de diciembre de 1987, abre la puerta con la sonrisa franca de desnudar un tesoro del arte latinoamericano conservado en su hogar.

Y no es para menos, de inmediato, la perfecta composición de luz, color y dislocantes perspectivas de los cuadros cautivan la mirada. “El critico de arte”, 1978, un óleo sobre madera en perfecto cuadrado de 122 por 122 centímetros observa con dos hileras de ojos como saliendo de un abismal oscuro arropado con toga de un rojo vibrante.

La leal compañera del artista, como acostumbrada al ritual, después del saludo, deja un lapso de tiempo en un efecto de saludo silencioso al creador de la obra de arte, en los que los destellos del tiempo aún dejan ver su fisonomía inmortalizada en las piezas del pintor que llegó a Washington DC en 1969 contratado como arquitecto de la firma Watergate Improvement and Associates Inn.

La compañía lo reclutó como talento luego de conocer las obras ahora emblemáticas de su arquitectura dispersas en Centroamérica. Una de ellas el ex-Cine Vieytez, en el redondel de la Calle Gabriela Mistral en la colonia Centroamérica en San Salvador, el que fue demolido hace algunos años para dar paso un edificio de oficinas.

Cañas nacido en 1933, por azares del destino y ocupaciones de su padre salvadoreño que repartía películas en Centroamérica, le toco ver la luz del mundo en Tegucigalpa, Honduras, y luego siguió durante su infancia las idas y venidas por el istmo hasta sembrar raíces en suelo salvadoreño donde culminó la escuela elemental y la formación universitaria y desde donde se catapultó al mundo.

Hasta su llegada a Estados Unidos junto a su esposa y dos hijos varones, más una niña que nació en ese país, Benjamín Cañas había compartido la arquitectura con la pintura; pero una exposición que realizó en 1970 en la Organización de Estados Americanos, OEA, le planteó un dilema: Primero los cuadros se vendieron la misma noche de la apertura sin regateos y un diplomático le susurró y casi ordenó “que se debería dedicar de tiempo completo al arte, para que diera todo su potencial”, comenta la señora de Cañas.

Solo pasó un par de años para hacer los cálculos y otras exhibiciones exitosas en Washington y Carolina del Norte, Estados Unidos, París, Francia y Roma, Italia, para que el artista decidiera quemar naves y con el dinero de la venta de la casa en San Salvador arreglárselas para dedicarse en pleno al arte, recuerda Dora de Cañas, mientras recorre la vivienda donde figuran además piezas escultóricas de Benjamín Saúl, quien fuera como un hermano y mentor del Cañas, además de Enrique Salaverría, y de otros firmas reconocidas del arte salvadoreño.

También, la custodia del legado del artista muestra las piezas inconclusas, dos cuadros en gran formato, con los que iniciaba una serie para una exhibición requerida por una prestigiosa galería de Nueva York. Los cuadros muestran a los personajes y las primeras capas de color que iban sobreponiéndose para darles vida en sus piezas.

Un lugar en la historia

El paso fugaz, pero certero de Benjamín Cañas (1933 – 1987) por la historia del arte latinoamericano, donde en la década de los 80 llegó a ser considerado como uno de los cuatro grandes pintores del continente, no pierde vigencia. Cuando aparece una de sus obras en las casas de subastas en Nueva York, los coleccionistas acuden y en las pujas pueden alcanzar hasta los 6 dígitos.

La reconocida historiadora de arte, Bélgica Rodríguez, realizó una de las investigaciones y análisis más profundos de la obra del artista salvadoreño que tituló: Benjamín Cañas, libro con reproducciones de la obra donde hace una cronología del desarrollo y culminación del artista cuyas piezas están dispersas en manos de coleccionistas privados desde Estados Unidos hasta Sudamérica y Europa.

Rodríguez, de origen venezolano, es doctorada en Historia del Arte de la Universidad de la Sorbonne en París, y con amplia trayectoria como académica y curadora en Estados Unidos, Centro y Sudamérica, explora los tres períodos de Cañas, quien pasó de una etapa de Abstracto, a un período Maya y de ahí a un periodo de Neo-humanismo (principios de los 70 hasta su muerte), concebido por él mismo y que ha recibido epítetos para ubicarlo en la atmósfera del arte como surrealista, realista mágico, entre otros.

“Cañas expone a sus personajes a la desproporción, a la desnudez, casi con un sentimiento subversivo, pero sin violencia. Ellos parecen estar matizados por una cierta dulzura, delicadeza, pero en ebullición interior”, concibe la especialista Rodríguez.

Y agrega que la composición de los cuadros de Benjamín Cañas está definida por las perspectivas, pues cada uno de los planteamientos perspectivos ofrece claves para la comprensión del tema.

“La concepción de espacio geométrico da espacio a una concepción de espacio orgánico, dinámico. No existen las texturas matéricas” explica Bélgica Rodríguez, que diferencia la formación académica de Cañas como arquitecto, con lo que marca una dimensión distinta del espacio a la de los pintores formados con los rigores de la academia.

En el libro de Rodríguez se compilan fragmentos de las revistas especializadas de arte y periódicos del continente, en inglés y español, donde los críticos -sin excepción- sucumbieron ante la obra del genuino pintor salvadoreño.

Cuando los restos del artista llegaron a El Salvador procedentes de Arlington, Virginia, a principios de 1988, para ser sepultado en el parque Jardines del Recuerdo en la capital, el escritor David Escobar Galindo pronunció unas palabras para despedir al hombre e inmortalizar al artista.

“¿De que prado secreto traía Benjamín Cañas sus mariposas encarnadas, sus vilanos sombríos, sus umbros de luz ardientes e indefinibles? No quiso decírnoslo entonces; y menos lo dirá hoy, cuando él es ya solo su obra, vibrante y maravillosa desnuda y quieta como el sueño”.