Voluntariado: la oportunidad de crecer y conocer al “otro”

El alistamiento de jóvenes en tareas filantrópicas ha crecido. Más allá de la ayuda, este gesto humanitario deja grandes lecciones a quienes las realizan

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elsalvador.com

Por Texto: Tomás Andréu Ilustración: Carlos Cartagena

2013-08-03 7:00:00

A su edad deberían de estar dando tumbos por aquí y por allá. O deberían de estar en la playa bajo el sol, frente al mar y con una cerveza. A cambio de eso, hay toda una generación de jóvenes voluntarios que decidió echarle una mano a su prójimo para cambiarle su destino.

El Salvador cuenta con muchos organismos que buscan mejorar la calidad de vida de sus habitantes, especialmente de aquellos que se encuentran en pobreza extrema y lejos de servicios básicos como educación, salud y vivienda.

Estas entidades materializan sus buenos deseos a través de la solidaridad que brindan jóvenes que oscilan entre las edades de 16 a 30 años. Algunos llegan por voluntad propia. Otros porque tienen que hacer el servicio social que les asignan las universidades en las que estudian. Por alguna razón, es el tiempo el que desarrolla en estos muchachos la necesidad de ayudar, de sentirse útiles a su comunidad, a sus paisanos y a su país.

Como recompensa indirecta, estos jóvenes —no se lo proponen, pero sucede— tienden a cambiar su visión de mundo. Entran en contacto con la realidad del país, conocen al “otro” y fortalecen sus emociones personales y sociales, desarrollan el carácter y ganan una buena dosis de seguridad. Son futuros candidatos a ser lo que sociedad suele llamar “hombres de bien”.

Uno de los organismos en El Salvador que trabajan con jóvenes voluntarios es TECHO. Este surgió con el impulso del movimiento juvenil chileno “Un techo para mí país” (nació en 1997. Su réplica en El Salvador se creó en 2001. Finalmente, la entidad salvadoreña adoptó el nombre de TECHO).

“Yo era de las que decía que la gente es pobre porque no quiere trabajar. Con ese tabú en mi mente llegué a TECHO”, le cuenta a El Diario de Hoy Rebeca Rivas. Ella necesitaba hacer su servicio social. Lo logró, pero no salió intacta:

“Decidí quedarme como una voluntaria fija. La realidad de la comunidad a una le pega”.

Rivas afirma que la universidad construye por cinco años determinado conocimiento, “pero los habitantes de la comunidad le proporcionan a una las lecciones. El hecho de que ellos no hayan ido a la universidad no significan que no tengan buenas ideas para salir adelante. Lo que pasa es que necesitan una oportunidad”, enfatiza la profesional de Mercadeo. Ahora tiene 23 años y desde que conoció a la comunidad Farabundo Martí de Santa Ana, no la ha abandonado. De eso ya va un año.

“El voluntariado ayuda a crear empatía, madurez emotiva. Esto lleva hacia la humanización, porque al darle al otro, el joven comprendo que es valioso. La gente que sufre de depresión no ha entendido sobre esta riqueza que posee”, explicó el catedrático de la Faculta de Sicología de la Universidad José Matías Delgado, Vladimir Menjívar.

El experto en sicología añade que el voluntariado les permite reflexionar a los jóvenes y estos se dan cuenta que la vida no es como la imaginaban o pensaban y llegan a la conclusión que la vida es una tarea difícil para todos.

Y es justo en este intervalo de intercambio donde nace la empatía y un vínculo entre el voluntario y las personas que son beneficiadas con lo que el primero hace. Aquí hay un crecimiento mutuo.

“Nosotros en sicología a eso le llamamos ‘encuentro’ porque un hay un trabajo emotivo que se pone en juego y el resultado es una madurez sicológica”, detalló Menjívar.

La joven Rivas de TECHO refuerza el planteamiento del sicólogo: “Sí hay un antes y después haciendo voluntariado, porque en la comunidad yo empecé a involucrarme con las personas. Ahí me di cuenta que la gente no vive de esa forma porque quiere. A veces hace falta una mano amiga, una orientación para que estas personas agarren un rumbo fijo y mejoren su calidad de vida. Eso es lo que hace falta”.

El catedrático de la Matías dibuja la empatía, es decir, ese interés genuino hacia el otro y cómo este reacciona ante la ayuda ofrecida: “Esto genera una especie de ‘shock’, pues se sienten sorprendidos que alguien pueda sentir y quiera vivir un tipo de situación de pobreza o de dolor. Entonces, la gente comienza abrirse”.

“Ahora cuando me acuesto ya no solo digo ‘gracias a Dios que ya comí y que tengo vida’. Ahora cuando llueve, pienso en cómo le está yendo a la comunidad. El 90 % de ellos no viven en casas dignas. Son de plástico y bambú. Mi perspectiva ha cambiado y he dejado de ser egoísta”, confiesa la joven Rivas.

Glasswing International también es una entidad que alberga en su seno a jóvenes voluntarios que se van a las comunidades a echarle una mano a su prójimo.

La organización no gubernamental visita, además, centros escolares, hospitales.

Por ejemplo, la reciente actividad de Glasswing fue pintar la Unidad de Quemados del Hospital Benjamín Bloom.

De paredes grises se pasó a todo un colorido que busca influir en el ánimo de los niños que esperan y salen de consultas y tratamientos. Los voluntarios se vistieron de sonrisa y llegaron con pintura y brocha en mano para hacer cambios en el ambiente.

“Nuestros jóvenes se han dando cuenta que el talento que ellos tienen no solo es para ellos mismos, sino para los otros. Saben que la ayuda que dan después fluirá en los otros y estos ayudarán a otros que vendrán en el camino”, comentó Roxana Letona. Ella es parte del equipo de comunicaciones de Glasswing.

Letona afirma que “hay una transformación en los jóvenes voluntarios. Ellos mismo nos cuentan cómo se modifican sus sentimientos. Sienten como si tuvieran la misión de ayudar”.

Tanto TECHO como Glasswing tienen cientos de jóvenes voluntarios. Ellos llegan a través del servicio social universitario, publicaciones periodísticas que hablan sobre ayudar a los otros, redes sociales o por medio de las mismas páginas electrónicas que tienen estas instituciones.

“Nuestros jóvenes han aprendido que ayudar no significa dar dinero, sino lo que tenés para enseñar. Eso va desde tomar una escoba y barrer la escuela hasta enseñar primeros auxilios”, relata la comunicóloga de Glasswing.

Desde TECHO, Rivas les hace un llamado a los jóvenes del El Salvador.

“Quítense la venda de los ojos, acérquense a la realidad del país. Vean el mundo de distinta manera. Sean agentes del cambio y no se queden en las casas viendo las noticias y diciendo ‘pobrecitos'”.

Desde la experiencia, la joven y el catedrático exhortan a los padres de familia para que estimulen el voluntariado en sus hijos. Y si estos ya tienen la inquietud, pero sus progenitores no los dejan, pues el sicólogo les recomienda que ambos se lancen a vivir la experiencia de ayudar.

“La sicología dice que, para superar los estereotipos, es necesario entrar en contacto con las personas, con la realidad que les hace ruido en sus vidas. Al entrar en contacto con el otro, se caen esas ideas prefiguradas. Ahí es cuando se abre la mente”.

Todos los consultados recomiendan que los jóvenes que aún no hacen voluntariado, intenten hacerlo. Que ayudar al otro es la mejor medicina contra el egoísmo y la depresión. Ganarán nuevos amigos, madurez emocional, social y lo más importante: gozarán de salud en el corazón para armonizar y respetar al otro.