“Workaholic” Casados con el trabajo

Millares alrededor del mundo caen en las garras de la adicción laboral, sin imaginar que su "loable actitud" es una bomba de tiempo. El exceso de trabajo deteriora la vida de un ser humano a niveles considerados mortales, como se ha registrado en el continente asiático

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elsalvador.com

Por Texto : Diandra Mejía / Rosemarié Mixco Ilustración: Carlos Cartagena

2013-06-22 8:00:00

Rosario pasa de los 40 y es fiel a un solo dios: el trabajo. Es casada y madre de tres hijos. Acumula hasta 18 horas diarias de trabajo, incluyendo noches, madrugadas y días de descanso.

Hace años de no frecuenta a sus amigos y muy de vez en cuando visita a la familia. Padece de colitis nerviosa, ansiedad y agotamiento. Cuando los niveles de estrés aumentan, su rostro de llena de un molesto acné. Hace meses que no tiene vida sexual y nunca tiene espacio para dedicarlo a su pareja. “Son tantos los gastos que debo hacer, que no puedo darme el lujo de perder mi empleo”, afirma convencida de ser un ejemplo para sus hijos.

Susana es licenciada en mercadeo y cuenta con su propia empresa de bienes raíces. Esto le permite organizar su agenda personal. En los últimos tres años su trabajo ha aumentado, al igual que sus clientes, y hoy dedica más tiempo a sus tareas laboral que a sus parientes.

Tiene dos hijos pequeños que atender y confiesa que le ha sido difícil estar pendiente de todo lo que necesitan y su esposo debe ayudarle con ellos. Pero esto ha generado tensión en su hogar. “Cuando llego a casa procuro entrar a Internet y revisar correos, mandar o buscar información, actualizar el Facebook en donde oferto y también contestar los mensajes que me dejan. Siempre se me acercan para que les ayude en las tareas, trato de hacer lo posible, pero a veces no me queda tiempo”, añade.

Alexander es contador, labora para una empresa transnacional. Su horario es inusual, trabaja por la tarde. Siempre tiene actividades que hacer, aunque esté fuera de su jornada. Hay fines de semana que no disfruta con su familia porque lo llaman a trabajar o porque está haciendo alguna ocupación en casa. “Yo sé que hago mal, pero también a mí me gusta mantenerme ocupado, con la mente haciendo algo” , concluye.

¿Serán ellos ciudadanos ejemplares o víctimas? La “frase trillada” hay que trabajar para vivir no vivir para trabajar debería asumirse con seriedad. Y si bien es importante que una persona pueda realizarse como profesional en un empleo digno, que le permita suplir sus necesidades y la de su familia, lo es aún más vivir en equilibrio. El ocio y el entretenimiento no existen por capricho o lujo. El organismo, la mente y el espíritu necesitan recargar baterías para continuar con los retos diarios.

Lamentablemente, el deseo de vivir con ciertos niveles de comodidad, la ambición o la obsesión por el poder y el éxito, seducen a millares y el trabajo los esclaviza. Esta actitud anómala redunda en la desintegración familiar, altos niveles de estrés, ansiedad y depresión.

En EE.UU., la adicción al trabajo es conocida como “workaholism” y puede llegar a ser tan letal como las drogas y el alcohol.

En Japón, incluso, es considerado un problema social grave desde que se comenzaron a registrar decesos a finales de los 60. A esas muertes, ellos las conocen como karoshi. Los primeros decesos por karoshi se reportaron en 1969 y el caso más emblemático es el del político Keizo Obuchi, primer ministro de julio de 1998 a abril del 2000.

Para la psiquiatra canadiense Bárbara Killinger, Ph.D., estudiosa del tema y autora del libro “Workaholics: The Respectable Addicts”, escapar de esta adicción puede ser muy difícil. La especialista reconoce tres grandes impedimentos: la negación, el control y el poder.

“El mecanismo de defensa de la negación se convierte en un aliado cómodo para mantener la ilusión de la perfección, de esa forma evita el enfrentamiento con la realidad. Su comportamiento errático y metas excesivamente ambiciosas afectan a sus familias y compañeros de trabajo y, en última instancia, a su propia trayectoria profesional”, explica en el artículo “Workaholic and Denial”, en el sitio (psychologytoday.com).

Para ella, la verdadera personalidad del adicto se pierde en el afán de proyectar un falso rostro abnegado de héroe profesional. Se alimentan de adulaciones, respeto y admiración, por lo que buscan permanecer en ambientes donde se les venera por su dedicación y eficiencia.

También plantea que en su afán de alimentar esa conducta errónea, evade la responsabilidad en el deterioro de las relaciones familiares y sociales, reduce el tiempo de ocio con parientes y amigos al mínimo y puede llegar a culpar a su pareja de la falta de entendimiento.

Killinger agrega que los niños hijos de un “workaholic” en su búsqueda de atención y aceptación evitan el riesgo de ser rechazados convirtiéndose en pequeñitos “excesivamente responsables… Así, el escenario está listo para el desarrollo de otro adicto al trabajo”. Y el ciclo prevalece.

La psicóloga española Marisa Bosqued, quien ha escrito cinco libros sobre temas de psicología y el mundo laboral, plantea una división de los síntomas más habituales entre los adictos al trabajo: cognitivos, fisiológicos y de comportamiento.

Entre los cognitivos o mentales incluye ansiedad, irritabilidad, depresión, preocupación, agobio, sensación de vacío emocional. Los fisiológicos incluyen síntomas como estrés, insomnio y hipertensión (a largo plazo) y enfermedades vasculares. El tercer tipo abarca la compulsión por crear listas de cosas por hacer y anotar en agenda hasta el más mínimo detalle, incapacidad de estar sin trabajar, entre otros.